viernes, 18 de octubre de 2013

"FACTÓTUM" DE CHARLES BUKOWSKI - CAPITULO 59

El autobús tardó cuatro días y cinco noches en llegar a Los Angeles. Como de costumbre, no dormí ni defequé a lo largo de todo el viaje. Hubo un poco de diversión cuando una rubiaza subió en algún lugar de Luisiana. Aquella noche empezó a venderlo por dos dólares, y todos los hombres y una mujer del autobús se aprovecharon de la ganga, excepto yo y el conductor. Los negocios se ultimaban en la parte trasera del autobús. Se llamaba Vera. Llevaba los labios pintados de púrpura y se reía mucho. Se me acercó durante una breve parada en un bar para tomar un café y un sandwich. Se paró detrás mío y preguntó :
—¿Qué coño pasa contigo? ¿Te crees demasiao bueno pa mí?
Yo no contesté.
—Un maricón —la oí murmurar con disgusto, mientras se sentaba junto a uno de los
chicos competentes.

En Los Angeles me recorrí los bares de nuestro viejo barrio en busca de Jan. No la hallé en ningún sitio hasta que me encontré con Whitey Jackson trabajando detrás de la barra en el Pink Mule. Me contó que Jan estaba empleada de camarera de habitaciones en el hotel Durham en Beverly y Vermont. Me fui hasta allí. Estaba buscando la oficina del gerente cuando ella salió de una habitación. Estaba espléndida, como si el haber estado apartada de mí durante algún tiempo le hubiese ayudado a mejorarse. Entonces me vio. Se quedó allí parada, sus ojos se agrandaron y se impregnaron de azul; siguió parada. Luego lo dijo:
—¡Hank!
Se vino hacia mí y nos abrazamos. Me besó salvajemente, yo traté de devolverle los
besos.—Hostia —dijo—. ¡Creí que nunca te volvería a ver!

—He vuelto.
—¿Has vuelto para quedarte?
—Esta es mi ciudad.
—Échate hacia atrás —me dijo—, déjame que te vea.
Me eché hacia atrás, sonriendo.
—Estás flaco. Has perdido peso.
—Tú tienes buen aspecto —dije yo—-. ¿Estás sola?
—Sí.
—¿No hay nadie?
—Nadie. Ya sabes que no aguanto a la gente.
—Me alegro de que estés trabajando.
—Ven a mi habitación —dijo.
La seguí. El cuarto era muy pequeño, pero era acogedor. Podías mirar por la ventana y ver el tráfico, observar los semáforos cambiando de color, contemplar al chico de los

periódicos en la esquina. Me gustaba el sitio. Jan se tumbó en la cama.
—Vamos, échate conmigo.
—Me da un poco de corte.
—Te quiero, so idiota —dijo—, hemos follado más de 800 veces. ¿Te vas a cortar
ahora?Me quité los zapatos y me tumbé. Ella levantó una pierna.
—¿Te gustan mis piernas todavía?
—Coño, sí. Oye, Jan, ¿has acabado tu trabajo?
—Todo menos la habitación del señor Clark. Y al señor Clark no le importa. Me da

propinas.
—¿Ah?
—No hago nada con él. Sólo que me da propinas.
—Jan...
-¿Sí?
—Me gasté todo el dinero en el billete de autobús. Necesito un sitio donde quedarme

hasta que encuentre un trabajo.
—Te puedo esconder aquí.
—¿Puedes?
—Claro.
—Te quiero, nena —dije.
—Cabronazo —me dijo ella. Empezamos el meneo. Estuvo de puta madre. Estuvo de
puta puta madre.
Más tarde Jan se levantó y abrió una botella de vino. Yo abrí mi último paquete de

cigarrillos y nos sentamos en la cama a beber y a fumar.
—Tú lo tienes todo —me dijo.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que nunca conocí a un hombre como tú.
—¿Ah, sí?
—Los otros sólo tienen un diez por ciento o un veinte por ciento, pero tú lo tienes todo,

todo lo tuyo es absoluto, es tan diferente.
—No sé nada de eso.
—Tienes gancho, eres capaz de enganchar a las mujeres.
Eso me hizo sentir bien. Después de acabar nuestros cigarrillos hicimos de nuevo el
amor. Luego Jan me envió a por otra botella. Regresé. Era lo menos que podía hacer.

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