Se sienta afuera de mi ventana
como una vieja que va al mercado;
se sienta y me observa,
suda nerviosamente
por entre alambre y niebla y ladrido de perro
hasta cuando inesperadamente
golpeo la pantalla con un periódico
como manoteando una mosca
y usted pudiera escuchar el grito
en esta ordinaria ciudad,
y entonces salió.
La manera de terminar un poema
como este
es quedarse de pronto
callado.
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