martes, 1 de junio de 2010

CHARLES BUKOWSKI "NOVELA CARTERO" - CAPITULO 6



CAPÍTULO VI








1


Estaba sentado al lado de una joven que no se sabia su esquema muy bien.

-¿Adónde va el 2.900 de Roteford? -me preguntó.

-Prueba a meterlo en el 33 -le dije.

Su supervisor estaba hablando con ella.

-¿Y dices que eres de Kansas City? Mis padres nacieron en Kansas City.

-¿Ah, sí? -dijo la chica.

Entonces me preguntó:

-¿Qué me dices del 8.400 de Meyers?

-Ponlo en el 18.

Estaba un poco gorda, pero a punto. Yo pasaba de todo. Ya había tenido bastantes problemas con señoras últimamente.

El supervisor estaba completamente pegado a ella.

-¿Vives lejos del trabajo?

-No.

-¿Te gusta tu empleo?

-Oh, sí.

Se volvió hacia mí.

-¿Y el 6.200 de Albany?

-En el 16.

Cuando acabé mi cesta, el supervisor me dijo:

-Chinaski, te he estado cronometrando. Has tardado 28 minutos.

Yo no contesté.

-¿Sabes cuál es el tiempo fijado para esa cesta?

-No, no lo sé.

-¿Cuánto tiempo llevas aquí?

-Once años.

-¿Llevas aquí once años y no conoces el tiempo fijado?

-En efecto.

-Clasificas el correo como si te importara tres pepinos.

La chica todavía tenia la cesta llena delante suyo. Habíamos empezado a la vez.

Y has estado hablando con la señorita que tienes aquí al lado.

Encendí un cigarrillo.

-Chinaski, ven aquí un minuto.

Se paró enfrente de los pupitres y señaló. Todos los empleados trabajaban ahora muy rápido. Les vi mover sus brazos derechos de forma frenética. Incluso la gordita estaba dándole duro.

-¿Ves estos números pintados al final de la caja?

-Sí.

-Estos números indican el número de cartas que deben clasificarse por minuto. Una cesta de medio metro debe ser clasificada en 23 minutos. Te has pasado por 5 minutos.

Señaló al 23.

-23 es lo fijado.

-Ese 23 no significa nada -dije yo.

-¿Qué coño estás diciendo?

-Quiero decir que un tipo vino con un bote de pintura y pintó ese número ahí.

-No, no, esto ha sido cronometrado y comprobado a lo largo de los años.

No contesté. ¿Qué sentido tenía?

-Voy a tener que escribirte una amonestaión, Chinaski. Tienes que aprenderte las reglas.

Volví a sentarme. ¡Once años! No tenia una perra más en el bolsillo que cuando entré por vez primera. Once años. Aunque las noches habían sido largas, los días habían pasado velozmente. Quizás era el trabajo nocturno, o hacer las mismas cosas una y otra vez, siempre igual. Al menos con la Roca nunca había sabido lo que me iba a suceder. Aquí en cambio no había lugar para sorpresas.

Once años pasaron por mi cabeza. Había visto al trabajo devorar a hombres hechos y derechos. Parecían derretirse. Estaba Jimmy Potts, de la estafeta Dorsey. Cuando llegué, Jimmy era un tío fuerte y bien parecido con una camiseta blanca. Ahora había desaparecido. Había puesto su asiento lo más cerca del suelo posible para sostenerse mejor con las piernas y no caer redondo. Estaba demasiado cansado para cortarse el pelo y había llevado el mismo par de pantalones durante 3 años. Se cambiaba de camisa un par de veces por semana y caminaba muy lentamente. Lo habían matado. Tenia 55 años. Le faltaban 7 para el retiro.

-Nunca lo conseguiré -me dijo.

O bien se consumían o se ponían gordos, anchos, especialmente alrededor' del culo y el vientre. Era por el taburete y los mismos movimientos y la misma conversación. Y allí estaba yo, con mareos y dolores en los brazos, cuello, pecho, en todas partes. Dormía todo el día para descansar del trabajo. Los fines de semana tenia que beber para olvidarlo. Había entrado pesando 92 kilos. Ahora pesaba 110. Todo el ejercicio que hacías era mover tu brazo derecho.



2


Entré en la oficina del consejero. Allí estaba Eddie Beaver, sentado detrás del escritorio. Los empleados le llamaban «Castor huesudo»*. Tenía una cabeza puntiaguda, nariz puntiaguda, mentón puntiagudo. Todo él eran puntas, hasta su alma estaba hecha de púas.

-Siéntese, Chinaski.

Beaver tenía algunos papeles en su mano. Los leyó.

-Chinaski, tardó 28 minutos en clasificar una cesta de 23 minutos.

-Oh, déjese de rollos. Estoy cansado.

-¿Qué?

-¡He dicho que se deje de rollos! Deme el papel para que lo firme y en paz. No quiero estar oyendo toda esa coña.

-¡Estoy aquí para aconsejarle, Chinaski!

Suspiré.

-Está bien, adelante, oigámoslo.

-Tenemos que cumplir una cédula de producción, Chinaski.

-Ya.

-Y cuando usted falla por defecto de producción, eso significa que algún otro tendrá que trabajar de más por usted. Eso significa tiempo extra.

-¿Eso quiere decir que yo soy responsable por esas 3 horas y media de tiempo extra que hay que hacer casi todas las noches?

-Mire, usted tardó 28 minutos en una cesta de 23 mi. nutos. Eso es todo.

-Usted lo sabe mejor que nadie. Cada cesta mide medio metro de longitud: Algunas cestas tienen 3 o 4 veces más cartas que otras. Los empleados pechan con lo que se llama las cestas «gordas». Yo no me quejo. Alguien tiene que ocuparse de lo difícil. Pero todo lo que ustedes piensan es que cada cesta tiene medio metro de longitud y que debe ser clasificada en 23 minutos. Pero no estamos clasificando cestas, estamos clasificando cartas.

-¡No, no, esto ha sido escrupulosamente cronometrado!

-Quizá. Lo dudo, pero si van a cronometrar a un hombre, no lo juzguen por una sola cesta. Incluso Babe Ruth fallaba de vez en cuando. Juzguen a un hombre por diez cestas, o por el trabajo de toda una noche. Sólo utilizan esto para joder a la gente que les resulta molesta.

-Está bien, ya ha dicho lo que tenia que decir, Chinaski. Ahora, yo LE DIGO: Ha tardado 28 minutos. Nosotros nos atenemos a eso. AHORA, si se le vuelve a sorprender en una demora de tiempo ¡pasará a un CONSEJO DISCIPLINARIO!

-¡Está bien! ¿Me permite hacerle una pregunta?

-De acuerdo.

-Supongamos que consigo una cesta fácil. De vez en cuando ocurre. A veces acabo una cesta en 5 u 8 minutos. Pongamos que acabo una cesta en 8 minutos. Según el standard de tiempo he ahorrado a la Oficina de Correos 15 minutos. ¿Puedo entonces coger estos 15 minutos y bajar a la cafetería, tomarme un pedazo de pastel con nata, ver la televisión y volver?

-¡NO! ¡USTED HA DE COGER UNA CESTA INMEDIATAMENTE Y SEGUIR ORDENANDO EL CORREO!

Firmé un papel reconociendo que había sido amonestado. Entonces el Castor Huesudo me firmó el volante, apuntó la hora y me mandó de nuevo a mi taburete a seguir clasificando correo.

* "Beaver" significa "Castor". (N. del T.)



3


Pero aun así, todavía había algo de acción de vez en cuando. A un tío le pillaron en la misma escalera en que yo me había quedado atrapado una vez. Le pillaron con la cabeza metida debajo de la falda de una chica. Luego una de las chicas que trabajaban en la cafetería se quejó de que no le habían pagado lo que le había sido prometido por unos trabajitos de copulación oral con un supervisor general y 3 empleados. Despidieron a la chica y a los 3 empleados y degradaron al supervisor general a simple supervisor.

Entonces, yo prendí fuego a la Oficina de Correos.

Me habían destinado a los papeles de cuarta clase y me estaba fumando un puro, ordenando un puñado de corleo sacado de una carretilla cuando alguien entró y gritó:

-¡EH, TU CORREO SE ESTÁ INCENDIANDO!

Miré. Allí estaba, una pequeña llama que se iba elevando como una serpiente danzarina. Evidentemente, debía haber caído antes algo de ceniza encendida.

-¡Oh, mierda!

La llama crecía rápidamente. Agarré un catálogo y, sosteniéndolo plano, golpeé con todas mis fuerzas. Saltaban chispas. Hacía calor. Tan pronto como lograba apagar una sección, se prendía otra.

Oí una voz:

-¡Eh! !Huelo a fuego!

-¡NO HUELES A FUEGO -le grité-, HUELES A HUMO!

-¡Creo que me voy de aquí!

-¡Que te den por saco, entonces! -grité-. ¡LARGO!

Las llamas me quemaban las manos. Tenía que salvar el correo de los Estados Unidos. ¡Basura de propaganda y folletos de 4 ` clase!

Finalmente, lo tuve bajo mi control. Pisé con el pie toda la pila de papeles, que había arrojado sobre el suelo, y apagué hasta el más mínimo vestigio de rescoldo.

El supervisor subió a decirme algo. Yo me quedé allí de pie, con el catálogo medio quemado en la mano, y esperé. El me miró y se fue.

Luego acabé de clasificar todos los papeluchos. Lo quemado, lo aparté a un lado.

Mi puro se había apagado. No lo volví a encender.

Me empezaban a doler las manos y me acerqué a la fuente de agua, las puse bajo el grifo. No servia de nada.

Encontré al supervisor y le pedí un volante para la enfermería.

Era la misma enfermera que solía venir a mi casa y me decía:

-¿Bueno, y ahora qué le pasa, señor Chinaski?

Cuando entré, me dijo lo mismo.

-¿Se acuerda de mí, eh? -le dije.

-0h, sí, sé que ha pasado muchas malas noches.

-Sí -dije yo.

-¿Todavía tiene mujeres en su apartamento? -me preguntó.

-Sí. ¿Todavía tiene usted hombres en el suyo?

-Está bien, señor Chinaski, vamos a ver, ¿qué le pasa?

-Me quemé las manos.

-Venga aquí. ¿Cómo se quemó las manos?

-¿Acaso importa? Están quemadas, ése es el caso.

Me estaba frotando las manos con algo. Una de sus tetas me rozaba continuamente.

-¿Cómo pasó, Henry?

-Un puro. Estaba sentado junto a una carretilla de folletos. Ha debido caer algo de ceniza. Ardió en llamas.

La teta estaba de nuevo pegada a mí.

-¡Deje las manos quietas, por favor!

Entonces me pegó todo su flanco mientras extendía un ungüento sobre mis manos. Yo estaba sentado en un taburete.

-¿Qué le pasa, Henry? Parece nervioso.

-Bueno... ya sabes lo que es, Martha.

-Mi nombre no es Martha. Es Helen.

-Casémonos, Helen.

-¿Qué?

-Quiero decir, ¿cuánto tardaré en poder usar mis manos de nuevo?

-Las puede usar ahora, si se siente con ganas.

-¿Qué?

-En el trabajo, quiero decir.

Me las envolvió con un poco de gasa.

-Me siento mucho mejor le dije.

-No debería quemar el correo. Era basura de folletos.

-Todo el correo es importante.

-De acuerdo, Helen.

Se acercó a su escritorio y yo la seguí. Rellenó mi volante. Tenía una pinta muy atractiva con su gorrito. Tenía que encontrar la manera de volver allí.

Me vio mirando su cuerpo.

-Está bien, señor Chinaski, creo que es mejor que se vaya ya.

-Oh, sí... Bueno, gracias por todo.

-Es sólo parte del trabajo.

-Claro.

Una semana más tarde había carteles de NO FUMAR EN ESTA ZONA por todas partes. Los empleados no podían fumar a no ser que usaran ceniceros. Alguien había conseguido un contrato para la manufacturación de todos estos ceniceros. Eran bonitos. Decían PROPIEDAD DEL GOBIERNO DE LOS ESTADOS UNIDOS. Los empleados robaban la mayoría.

NO FUMAR.

Yo solito, Henry Chinaski, había revolucionado el sistema postal.



4


Entonces vinieron unos hombres y empezaron a quitar todas las fuentes de agua.

-¡Eh, mirad! ¿Qué demonios están haciendo?

Nadie pareció interesarse.

Estaba en la sección de tercera clase. Me acerqué a otro empleado.

-¡Mira! -dije-. ¡Nos están quitando el agua!

Echó un vistazo a la fuente de agua, luego siguió clasificando su correo. Probé con otros empleados. Mostraron el mismo desinterés. No podía entenderlo. Busqué a mi representante sindical.

Después de un largo rato, apareció. Parker Anderson. Parker solía dormir en un viejo coche y se lavaba, afeitaba y cagaba en las gasolineras que no cerraban sus lavabos. Parker había tratado de ser un buscavidas y había fracasado. Había acabado yendo a parar a la Oficina Central de Correos, se había afiliado al sindicato y había ido a los mítines donde se había convertido en sargento del servicio de orden. Pronto era representante sindical, y luego fue elegido vicepresidente.

-¿Qué pasa, Hank? ¡Sé que no me necesitas para manejar a estos supervisores!

-No me vengas con pijadas, nene. Llevo pagando cuotas sindicales durante casi doce años y nunca he pedido una puñetera cosa.

-Está bien, ¿qué problema hay?

-Son las fuentes de agua.

-¿Están estropeadas?

-No, mecagondiós, las fuentes están bien. Es lo que están haciendo. Mira.

-¿Que mire? ¿Dónde?

-!Ahí!

-No veo nada.

-Ahí está la razón de mi protesta. Ahí solfa haber una fuente de agua.

-Así que la quitaron. ¿Y qué coño pasa?

-Mira, Parker, si fuera una, no me importaría. Pero están quitando todas las fuentes del edificio. Si no los detenemos, dentro de poco quitarán todos los retretes... y luego, cualquiera sabe...

-Está bien -dijo Parker-. ¿Qué quieres que haga?

-Quiero que muevas el culo y averigües por qué están quitando las fuentes de agua.

-De acuerdo. Te veré mañana.

-Ya lo puedes hacer. 12 años de cuotas sindicales suman 312 pavos.

Al día siguiente tuve que buscar a Parker. No tenla la respuesta. Ni al siguiente ni al otro. Le dije a Parker que estaba harto de esperar. Le daba un día más.

A1 día siguiente se acercó a mí en la pausa del café.

-Bueno, Chinaski, ya lo he averiguado.

-¿Sí?

-En 1912, cuando construyeron el edificio...

-¿1912? ¡Hace más de medio siglo! ¡No me extraña que este sitio parezca la casa de putas del Kaiserl

-Bueno, para un momento. Como te decía, cuando construyeron este edificio en 1912, el contrato especificaba un número concreto de fuentes de agua. En una inspección, la Oficina de Correos ha descubierto que había el doble de fuentes de agua de las que se especificaban en el contrato original.

-Bueno, está bien -dije yo-. ¿Qué daño puede hacer el que haya el doble de fuentes? Sólo que los empleados beberán un poco más de agua.

-Ya. Lo que ocurre es que las fuentes molestaban un poco. Se interponían en el camino.

-¿Y qué?

-Verás. Suponte que un empleado con un abogado listo se querellara contra una fuente de agua. Que dijera que se había clavado contra esa fuente empujado por una carretilla cargada con pesados sacos de revistas...

-Ya entiendo. Se supone que la fuente no estaba ahí. Se procesa a la Oficina de Correos por negligencia.

-¡Acertaste!

-Está bien. Gracias, Parker.

-A tu disposición.

Si la historia era suya, creo que valía los 312 dólares. Las había visto mucho peores publicadas en Playboy.



5


Descubrí que la única manera de no caerme desmayado por los mareos sobre mi caja era levantarme y dar un paseo de vez en cuando.

Fazzio, un supervisor que habla por entonces en la estación, me vio levantarme para ir a una de las pocas fuentes de agua que quedaban.

-Oye, Chinaski, cada vez que te veo estás por ahí paseando.

-Eso no es nada -dije yo-, cada vez que te veo también estás por ahí paseando.

-Eso es parte de mi trabajo. Tengo que hacerlo.

-Mira -dije yo-, también es parte de mi trabajo. Tengo que hacerlo. Si permanezco más tiempo en ese taburete me voy a subir de un salto a esas cajas de hojalata

y me voy a poner a silbar Dixie por el culo y Aunque no Tengamos pan, tenemos el amorcito de mamo por el pito.

-Está bien, Chinaski, olvídalo.



6


Una noche, doblaba una esquina tras haber bajado a la cafetería a por un paquete de cigarrillos, cuando me topé con una cara conocida.

¡Era Tom Moto! ¡El tío con el que habla servido de auxiliar a las órdenes de La Roca!

-¡Moto, cabrón -dije.

-¡Hank! -dijo él.

Nos dimos la mano.

-¡Eh, estaba pensando en ti! Jonstone se retira este mes. Vamos a organizarle una fiesta de despedida. Sabes, a él siempre le ha gustado la pesca. Lo vamos a levar a dar una vuelta en un bote. A lo mejor te apetece venir y tirarlo por la borda. Hemos elegido un precioso lago profundo.

-No, mira, ni siquiera quiero verle la cara.

-Bueno, quedas invitado.

Moto sonreía del culo a las cejas. Entonces miré su camisa: llevaba una chapa de supervisor.

-Oh, no, Tom.

-Hank, tengo 4 hijos que alimentar.

-Está bien, Tom -dije.

Entonces me fui.



7


No sé como ocurren las cosas. Tenía que mantener a mi hija, necesitaba algo para beber, pagar el alquiler, zapatos, camisas, calcetines, todas esas cosas. Como cualquier otro, necesitaba un coche, algo de comer, por no hablar de todos los pequeños detalles intangibles.

Como mujeres.

O un día en el hipódromo.

Viviendo al día y sin puerta de salida, ni siquiera pensabas en ello.

Aparqué en la acera de enfrente del Edificio Federal y esperé a que cambiara el semáforo. Crucé. Empujé la puerta giratoria. Era como si fuera un pedazo de hierro atraído hacia un imán. No podía hacer nada.

Era en el 2 ° piso. Abrí la puerta y allí estaban todos ellos. Los empleados del Edificio Federal. Me fijé en una chica, pobre cosita, con un solo brazo. Debía llevar allí desde siempre. Era igual que ser un viejo zarrapastroso como lo. Bueno, como decían los chicos, tenias que trabajar en algún sitio. Así que aceptaban lo que había. Era la sabiduría del esclavo.

Una negrita se levantó. Iba bien vestida y se notaba que su entorno la complacía. Me alegré por ella. Yo me hubiera vuelto majara con el mismo trabajo.

-¿Si? dijo ella.

-Soy empleado de Correos -dije-. Quiero dimitir.

Buscó debajo del mostrador y se levantó con un manojo de papeles.

-¿Todos estos?

Ella sonrió.

-¿Está seguro de poder hacerlo?

-No se preocupe -dije-, puedo hacerlo.



8


Tenías que rellenar más papeles para salir que para entrar.

La primera hoja que te daban era una carta personal fotocopiada del director de Correos de la ciudad.

Empezaba:

-Siento mucho que deje su empleo en la Oficina de Correos y... etc., etc., etc.

¿Cómo podía sentirlo? Ni siquiera me conocía.

Había una lista de preguntas.

-¿Ha encontrado a nuestros supervisores comprensivos? ¿Tenía facilidad para comunicarse con ellos?

Contesté que sí.

-¿Encontró entre los supervisores algún prejuicio en contra de la raza, religión, clase o cualquier otro factor?

No contesté.

Entonces venía una que decía:

- ¿Recomendaría a sus amigos que buscaran empleo en la Oficina de Correos?=

Por supuesto, respondí.

-Si tiene alguna reivindicación o queja en contra de la Oficina de Correos, por favor apúntelo detalladamente en el reverso de esta hoja.

Ninguna queja, contesté.

Entonces volvió mi negra.

-¿Ya ha acabado?

-Acabado.

-Nunca he visto a nadie rellenar los papeles tan rápido.

-Abrevie -dije.

-¿Que abrevie? -dijo-. ¿A qué se refiere?

-Quiero decir que qué hay que hacer ahora.

-Entre por aquí, por favor.

Seguí su culo hasta un sitio casi al fondo.

-Siéntese -dijo el hombre.

Se pasó algún tiempo hojeando entre los papeles. Entonces me miró.

-¿Puedo preguntarle por qué dimite? ¿Es por los procesos disciplinarios que se han seguido contra usted?

-No.

-¿Entonces cuál es la razón de su dimisión?

-Para hacer carrera.

-¿Para hacer carrera?

Me miró. Me faltaban menos de 8 meses para mi 50 aniversario. Sabía lo que estaba pensando.

-¿Puedo preguntarle cuál va a ser esa «carrera»?

-Bueno, señor, se lo diré. La temporada para los tramperos en la ribera sólo dura desde diciembre hasta febrero. Ya he perdido un mes.

-¿Un mes? Pero si usted lleva aquí once años.

-De acuerdo, entonces he desperdiciado once años. Puedo conseguir de 10 a 20 de los grandes después de tres meses de trampear en la ribera de Bayou La Fourche.

-¿Qué va a hacer?

-!Trampear! Ratas almizcleras, nutrias, visones, castores... mapaches. Todo lo que necesito es una piragua. Doy un 20 por ciento de mis beneficios por el uso de la tierra. Me pagan un dólar y un cuarto por piel de rata almizclera, 3 pavos por visón, 4 por marta y 24 por nutria. Vendo el cuerpo de las ratas almizcleras, que mide alrededor de 30 centímetros, a una fábrica de comida para gatos por 5 centavos. Por el cuerpo pelado de las nutrias me dan 25 centavos. Crío cerdos, pollos y patos. Pesco peces-gato. Y eso no es nada. Yo...

-No se moleste, señor Chinaski, ya es suficiente.

Puso algunos papeles en su máquina de .escribir y escribió algo.

Entonces levanté la mirada y allí estaba Parker Anderson. Mi enlace sindical, el bueno de Parker, que cagaba y se afeitaba en gasolineras, ofreciéndome su mejor sonrisa de político.

-¿Estás renunciando, Hank? Sé que te han tratado mal durante once años...

-Ya, me voy a ir al sur de Louisiana para cogerme un buen pellizco de dinero.

-¿Allí hay hipódromo?

-¿Acaso bromeas? ¡El Fair Grounds es uno de los hipódromos más cascajos del país!

Parker llevaba con él a un pálido muchacho, uno de la tribu neurótica de los perdidos, y los ojos del chico estaban empañados de lágrimas. Una gran lágrima en cada ojo. No se derramaban. Era fascinante. Había visto mujeres sentarse y mirarme con esos ojos antes de volverse locas y empezar a chillarme lo hijoputa que yo era, Evidentemente, el chico había caído en alguna do las múltiples trampas y había ido corriendo a buscar a Parker. Parker salvaría su trabajo.

El hombre me dio un papel más para firmar § entonces me marché de allí.

Parker dijo:

-Suerte, viejo -mientras me iba.

-Gracias, chico -contesté yo.

No notaba ninguna diferencia. Pero sabia que pronto, como el hombre que sale rápidamente del fondo del mar, sufriría un caso particular de aeroembolismo. Era como los malditos periquitos de Joyce. Después de vivir en una jaula había cogido la puertecilla abierta y salido volando como un disparo hacia el cielo. ¿El cielo?



9


Empecé a notar la falta de descompresión. Me emborrachaba y me quedaba más borracho que una mierda podrida en el purgatorio. Incluso una noche estaba ya con un cuchillo de carnicero puesto en la garganta cuando pensé, tranquilo, viejo, a tu niñita le gustaría que la llevaras al zoo. Helados, chimpancés, tigres, aves verdes y rojas y el sol descendiendo sobre la cabeza de ella, el sol descendiendo y colándose entre los pelos de tus brazos. Tranquilo, viejo.

Otro día estaba en la sala de estar de mi apartamento, escupiendo sobre la alfombra, apagándome cigarrillos so. bre las muñecas, riendo. Loco como un cencerro. Levanté la vista y allí estaba un estudiante de medicina. Junto a nosotros, había un corazón humano en un frasco colocado sobre la mesa. Alrededor del corazón humano, que llevaba una etiqueta que ponía «Francis", había un montón de botellas vacías de whisky, latas de cerveza, ceniceros, basura. Cogí una lata y tragué una asquerosa mezcla de cerveza y cenizas. No había comido desde hacia 2 semanas. Un interminable aluvión de gente había venido y se había ido. Había habido 7 u 8 fiestas salvajes en las que yo no había parado de exclamar:

-¡Más bebida! ¡Más bebida! ¡Más bebidal

Estaba volando hasta el cielo. Los demás sólo hablaban y se manoseaban.

-Bueno -le dije al estudiante de medicina-. ¿Qué quieres de mi?

-Voy a ser tu propio médico de cabecera.

-¡Está bien, doctor, lo primero que quiero que hagas es quitar ese condenado corazón de ahí!

-Uh, uh.

¿Qué?

-El corazón se queda donde está.

-Mira, muchacho, no recuerdo como te llamas...

-Wilbert.

-Bueno, Wilbert, no sé quién eres ni cómo has llegado hasta aquí, ¡pero quiero que te lleves a tu «Francis»!

-Nó, se queda contigo.

Entonces sacó su maletín y el brazalete de goma para el brazo y empezó a bombear con la perilla.

-Tienes la presión sanguínea de un chico de 19 años -me dijo:

-Déjate de gilipolleces. ¿Oye, no va contra la ley el abandonar por ahí tirados corazones humanos?

-Ya volveré a por él. Ahora, respira.

-Pensaba que en la Oficina de Correos me iban a hacer perder la razón. Ahora apareces tú.

-¡Quieto! ¡Respira!

-Necesito un buen pedazo de culo joven, doctor. Ese es mi problema.

-Tu espina dorsal está descolocada en 14 sitios, Chinaski. Eso conduce a la tensión, imbecilidad y, a menudo, a la locura.

-¡Cojones! -dije yo...

No recuerdo haberlo visto irse. Me desperté en el sofá a la 1:10 de la tarde, muerte en la tarde, y hacia calor, el sol entraba a degüello a través de los huecos de la persiana para ir a parar al frasco que había en el centro de la mesa de café. «Francis» había pasado toda la noche conmigo, cociéndose en una salmuera alcohólica, nadando en la extensión mucosa del fenecido diástole. Sentado allí, dentro del frasco.

Parecía pollo frito. Quiero decir, antes de freírlo. Exacto.

Lo cogí, lo metí en el armario y lo cubrí con una camisa. Luego fui al baño y vomité. Acabé, pegué la cara al espejo. Largos pelos negros me salían por toda la cara. De repente, tuve que sentarme y cagar. Fue una de las buenas, bien cálida.

Sonó el timbre. Acabé de limpiarme el culo, me puse algo de ropa y fui a abrir la puerta. ,

-¿Hola?

Había un joven con largo pelo rubio cayéndole sobre la cara y una chica negra que no paraba de sonreír como si estuviese loca.

-¿Hank?

-¿Quiénes sois, muchachos?

-Ella es una chica. ¿No nos recuerdas? ¿De la fiesta? Hemos comprado una flor.

-Oh, coño, entrad.

Entraron con la flor, una especie-de cosa roja-araran. jada con un tallo rojo. Parecía tener más sentido que la mayoría de las cosas, excepto que había sido asesinada. Encontré un jarrón, puse la flor, saqué algo de vino y lo puse sobre la mesa.

-¿No te acuerdas de ella? -dijo el chico-. Dijiste que querías tirártela.

Ella se rió.

-Una buena idea, pero no ahora.

-Chinaski, ¿cómo te las vas a arreglar sin la Oficina de Correos?

-No sé. Puede que te joda. O deje que me jodas tú. Carajos, no lo sé.

-Puedes dormir en nuestro suelo siempre que quieras.

-¿Os podré mirar mientras jodáis?

-Claro.

Bebimos. Me había olvidado de sus nombres. Les enseñé el corazón. Les pedí que se llevaran aquella cosa horripilante. No me atrevía a tirarlo a la basura, el estudiante de medicina lo necesitaba para un examen y lo tenia qué devolver al laboratorio o lo que fuera.

Así que salimos y fuimos a ver un show erótico, bebiendo y gritando y riéndonos. No sé quién tenía dinero, pero creo que debía ser él, lo que estaba bien, y yo no paraba de reír y pellizcaba el culo de la chica y sus muslos y la besaba, y a nadie le importaba. Mientras durase el dinero, durabas tú.

Me llevaron de vuelta a casa y se fueron los dos, Yo abrí la puerta; dije adiós, puse la radio, encontré media pinta de escocés, me la bebí, riéndome, sintiéndome bien, relajado finalmente, libre, quemándome los dedos con apuradas colillas de cigarrillos, hasta que finalmente me fui a la cama, llegue hasta el borde, me tiré, caí, caí sobre el colchón, dormí, dormí, dormí...



.......



Por la mañama era de día y yo seguía vivo.

Quizás escriba una novela, pensé.

Y eso hice...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buena historia..

Anónimo dijo...

Puto Bukowski, rifado malnacido