sábado, 4 de septiembre de 2010

CHARLES BUKOWSKI "NOVELA MUJERES" - CAPITULO 28

Mindy se quedó cerca de una semana. La presenté a mis amigos. Fuimos a sitios. Pero no se resolvió nada. Yo no conseguía correrme. Ella no parecía darse por enterada. Era extraño.

Una noche, hacia las 10:45, Mindy estaba sentada en la sala leyendo una revista y yo estaba tumbado en la cama en calzoncillos, bebido, fumando, con una copa sobre la silla. Estaba mirando el techo azul, sin sentir ni pensar nada.
Se oyó llamar a la puerta.
—¿Abro? —dijo Mindy.
—Sí —dije yo—, abre.
Oí a Mindy abrir la puerta. Entonces escuché la voz de Lydia.
—Sólo me he acercado a conocer a mi competidora.
Oh, pensé, esto esco jon ud o . Voy a levantarme y les serviré a las dos un trago,

beberemos todos juntos y charlaremos. Me gusta que mis mujeres se entiendan entre sí.
Entonces escuché a Lydia decir:
—¿Eres unacosita muymo na , verdad?

Entonces oí gritar a Mindy. Y a Lydia gritar. Oí forcejeos, gruñidos, cuerpos volando. Los muebles cayéndose. Mindy gritó otra vez, el grito de alguien siendo atacado. Lydia gritó, la tigresa ejecutando. Yo salté de la cama. Iba a separarlas. Corrí en calzoncillos hasta la puerta. Era una escena frenética de tirones de pelo, escupitajos y arañazos. Corrí a separarlas. Tropecé con uno de mis zapatos en la alfombra y caí pesadamente. Mindy salió despavorida a la calle con Lydia detrás. Corrieron por el camino hacia la calle. Oí otro chillido. Pasaron unos cuantos minutos. Me levanté y cerré la puerta. Evidentemente Mindy había huido porque de repente se presentó Lydia. Se sentó en una silla junto a la puerta. Me miró.
—Lo siento. Me he meado.
Era cierto. Había una mancha oscura en su ingle y una de sus medias estaba

empapada.
—Está bien —dije.
Le serví un trago y ella se quedó allí sentada sosteniéndolo. Yo no podía sostener el
mío. Nadie hablaba. Un poco más tarde se oyó llamar a la puerta. Me levanté en
calzoncillos y la abrí. Mi tripa gorda, blanca, fofa, colgaba por encima de los calzones.

Delante mío había plantados dos policías.
—Hola —dije.
—Estamos atendiendo una llamada por escándalo público.
—Sólo una pequeña discusión en familia —dije yo.
—Tenemos algunos detalles —dijo el poli más cercano a mí—. Había dos mujeres.
—Suele ocurrir.
—Muy bien —dijo el primer poli—, sólo quiero hacerle una pregunta.
—Vale.
—¿Cuál de las dos mujeres quiere?
—Me quedaré con ésta —señalé a Lydia, sentada en la silla, toda meada.
—De acuerdo, señor. ¿Está seguro?
—Seguro.
Los policías se fueron y yo estaba otra vez con Lydia.

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