lunes, 27 de diciembre de 2010

CHARLES BUKOWSKI "NOVELA MUJERES" - CAPITULO 98

Veía a Sara cada tres o cuatro días, en su casa o la mía. Dormíamos juntos, pero no jodíamos. Llegábamos muy cerca, pero nunca pasábamos de ese punto. Los preceptos de Drayer Baba se mantenían con firmeza.

Decidimos pasar las fiestas juntos en mi casa, la Navidad y Año Nuevo.

Sara llegó al mediodía del 24 en su furgoneta. La vi aparcar y luego salí a su encuentro. Llevaba maderas apiladas en la furgoneta. Iba a ser mi regalo de Navidad: me iba a- construir una cama. Mi cama era de broma. Un simple cuadrado de muelles, descuajaringado y herrumbroso. Sara había comprado también un pavo orgánico más los condimentos. Yo iba a pagar eso y el vino blanco. Y había pequeños regalos para cada uno de los dos.

Entramos las maderas y el pavo y accesorios y condimentos. Yo saqué mi caricatura de cama y puse un cartel: «Gratis». Se llevaron primero la cabecera, luego el somier herrumbroso y más tarde el colchón. Era un vecindario pobre.

Yo había visto la cama de Sara en su casa, había dormido en ella y me había gustado. Siempre me habían disgustado los colchones clásicos, por lo menos los que yo podía comprar. Había gastado la mitad de mi vida en camas que eran más a propósito para una lombriz que para un hombre de carne y hueso.

Sara había construido su propia cama y me iba a construir una igual. Una sólida plataforma de madera soportada por siete patas, cuatro en cada esquina y la séptima directamente en el medio, coronada por una firme cubierta de espuma de quince centímetros de grosor. Sara tenía buenas ideas. Yo aguantaba las patas y Sara clavaba los clavos. Era buena con el martillo. Sólo pesaba 49 kilos, pero sabía cómo clavar un clavo. Iba a ser una bonita cama.
No le costó mucho tiempo.
Luego la probamos, no sexualmente, mientras Drayer Baba sonreía por encima
nuestro.Dimos una vuelta buscando un árbol de Navidad. Yo no tenía un interés especial en

comprar un árbol (las Navidades siempre habían sido un tiempo muy triste durante mi niñez), y cuando encontramos todos los viveros vacíos, la falta de un árbol no me importó gran cosa. Sara estaba triste mientras regresábamos, pero después de llegar y tomarse unas copas de vino blanco, recobró su buen humor y se puso a colgar adornos navideños, luces y purpurina por todas partes, casi toda la purpurina por mi pelo.

Había leído que la gente se suicidaba más la víspera y el día de Navidad que cualquier otro día. La fiesta tenía poco o nada que ver con el nacimiento de Cristo, aparentemente.
Toda la música de la radio era enfermante y la televisión aún peor, así que la
apagamos y ella telefoneó a su madre en Maine.
Yo también hablé con la mamá y la verdad es que la mamá no parecía nada mal.
—En un principio —me dijo Sara—, pensé en emparejarte con mamá, pero ella es
un poco más vieja que tú.

—Olvídalo.
—Tiene buenas piernas.
—Olvídalo.
—¿Tienes prejuicios contra la vejez?

—Sí, contra la vejez de todo el mundo menos la mía.
—Te comportas como una estrella de cine. ¿Siempre has tenido mujeres 20 o 30
años más jóvenes que tú?
—No cuando yo tenía 20 años.
—Muy bien entonces. ¿Has tenido alguna vez una mujer más vieja que tú, me
refiero a haber vivido con ella?
—Sí, cuando yo tenía 25 viví con una mujer de 35.
—¿Cómo te fue?
—Fue terrible. Me enamoré.

—¿Qué es lo que fue terrible? —Me hizo ir a la universidad. —¿Y eso fue terrible?
—No era el tipo de universidad que tú piensas. Ella era la facultad y yo el cuerpo

estudiantil.
—¿Qué fue de ella?
—La enterré.
—¿Con honores? ¿La mataste?
—La bebida la mató.
—Feliz Navidad.
—Claro. Háblame de los tuyos.
—Paso.
—¿Demasiados?
—Demasiados, y aun así demasiado pocos.

Treinta o cuarenta minutos más tarde alguien llamó a la puerta. Sara se levantó y abrió. Entró una sex symbol. En Nochebuena. Yo no sabía quién era. Llevaba un traje de noche negro y ajustado y sus grandes tetas parecían que fueran a escapar del escote en cualquier momento. Era magnífica. Nunca había visto tetas como aquéllas, mostradas de

aquella manera, excepto en las películas.
—¡Hola, Hank!
Me conocía.
—Soy Edie. Me conociste una noche en casa de Bobby.
—¿Ah sí?
—¿Estabas demasiado borracho como para acordarte?
—Hola, Edie, ésta es Sara.
—Estaba buscando a Bobby. Pensé que a lo mejor estaba aquí.

—Siéntate y toma una copa.

Edie se sentó en un sillón a mi derecha, muy cerca de mí. Tendría unos 25 años. Encendió un cigarrillo y pegó un sorbo a su bebida. Cada vez que se inclinaba sobre la mesita del café yo estaba seguro de que iba a ocurrir, seguro de que aquellas tetas saldrían a respirar. Y tenía miedo de lo que yo pudiera hacer si aquello ocurría. No lo podía predecir. Nunca había sido un hombre de tetas, siempre un hombre de piernas. Pero Edie realmente sabía cómohacerlo. Yo tenía miedo y miraba de reojo a sus tetas sin saber si quería que se saliesen o se quedasen dentro.

—¿Conocías a Manny? —me preguntó—. Solía ir a casa de Bobby.
—Sí.
—Tuve que darle la papeleta. Era demasiado celoso, el cabrón. ¡Hasta contrató a un

detective privado para que me siguiera! ¡Imagínate! ¡Ese simplón saco de mierda!
—Ya.
—¡Odio a los hombres que son unos mangantes! ¡Odio a los zarrapastrosos!
—«Un buen hombre, en estos días, es difícil de encontrar» —dije yo—. Esa era una
canción de la Segunda Guerra Mundial. También estaba «No te sientes bajo el manzano
con nadie más que yo».
—Hank, estás balbuceando... —dijo Sara.
—Tómate otra copa, Edie —dije, y le serví otra.
—¡Los hombres son talesmierdas! —continuó—. Entré el otro día en un bar. Iba
con cuatro tipos, amigos. Nos sentamos a beber de un trago grandes vasos de cerveza, nos
retamos, ya sabes, pasando simplemente un buen rato, no estábamos molestando a nadie.
Entonces me vinieron ganas de jugar al billar. Me gusta jugar al billar. Creo que cuando
una dama juega al billar, muestra su clase.
—Yo no puedo jugar al billar —dije—, siempre rasgo el tapete. Y ni siquiera soy
una dama.

—Bueno, la cosa es que me levanté y me acerqué a la mesa y había un tío jugando solo. Me puse a su lado y le dije, «Oye, has tenido la mesa durante mucho tiempo. Mis amigos y yo queremos jugar un poco al billar. ¿Te importa dejarnos la mesa un rato?». Se volvió y me miró. Esperó. Entonces se rió sardónicamente y dijo: «De acuerdo».
Edie se animó y siguió su relato gesticulando con gran agitación mientras yo
miraba sus tetas.

—Me di la vuelta y les dije a mis amigos: «Tenemos la mesa». El tío estaba tirando su última bola cuando se le acerca un compadre suyo y le dice: «Eh, Ehnie, he oído que vas a dejar tu mesa». ¿Y sabes lo que le contesta este tío? Dice: «¡Sí, se la voy a dejar a esta zorra!». Yo lo oí y me cegué de ira. Este tío estaba inclinado sobre la mesa para darle a la bola. Yo cogí un palo de billar y le pegué en la cabeza lo más fuerte que pude. El tío se quedó tumbado sobre la mesa como muerto. Era conocido en el bar y tenía muchos amigos que se levantaron mientras mis amigos también se levantaban. ¡Chico, vaya trifulca! Pegando botellazos, rompiendo espejos... No sé cómo conseguimos salir de allí, pero el caso es que lo hicimos. ¿Tienes algo de mierda?
—Sí, pero no lío muy bien.
—Yo lo haré.

Edie lió un porro fino y apretado, como una profesional. Lo chupó y lo pegó, luego
me lo pasó.

—Así que volví la otra noche, sola. El dueño, que era el camarero, me reconoció. Se llama Claude. «Claude» le dije, «siento lo de ayer, pero ese tío de la mesa era un cabrón. Me llamó zorra».
Serví más copas. En otro minuto se le saldrían las tetas.

—El dueño dijo: «Está bien, olvídalo». Parecía un buen tipo. «¿Qué bebes?» me dijo. Yo me paseé por el bar y me tomé dos o tres copas gratis y él me dijo: «¿Sabes? Podría necesitar una camarera».
Edie pegó una calada al porro y siguió:

—Me habló de la otra camarera. «Atraía a los hombres, pero causaba muchos problemas. Jugaba con un hombre tras otro. Siempre estaba solicitada. Luego descubrí que estaba negociando por su lado. Utilizaba MI bar para vender su coño.»
—¿De veras? —preguntó Sara.

—Eso es lo que dijo. En cualquier caso, me ofreció contratarme de camarera, y dijo: «¡Sin triquiñuelas en el trabajo!». Le dije que cortara el rollo, que yo no era una de ésas. Pensé que quizás podría ahorrar algo de dinero para ir a la universidad a estudiar química y francés, es lo que siempre he querido. Entonces él dijo: «Ven aquí atrás, quiero enseñarte dónde guardamos las reservas de bebida y también quiero que te pruebes un uniforme que tengo. Aún no se ha estrenado y creo que es de tu tamaño». Así que entré con él en la pequeña trastienda a oscuras y él trató de agarrarme. Yo le aparté. Entonces me dijo: «Dame sólo un besito». «¡Vete a tomar por culo!» le dije. Era calvo y gordo y enano y tenía dientes postizos y lunares negros con pelos en las mejillas. Se abalanzó sobre mí y me agarró del culo con una mano y de una teta con la otra, tratando de besarme. Yo le volví a apartar de un empujón. «Tengo una mujer —dijo—, quiero a mi mujer, ¡no te preocupes!» Se echó otra vez sobre mí y yo le di una patada ya sabes dónde. Supongo que no tenía nada allí, ni siquiera se inmutó. «Te daréd in ero», me dijo. «¡Seréb u en o contigo!» Le dije que se comiera su mierda y se muriese. Así perdí otro trabajo.
—Es una triste historia -—dije.
—Oye —dijo Edie—, me tengo que ir. Feliz Navidad. Gracias por las bebidas.
Se levantó y yo la acompañé hasta la puerta, la abrí. Se fue por el patio. Yo regresé
y me senté.
—Hijo de puta —dijo Sara.
—¿Qué pasa?
—Si yo no hubiera estado aquí te la habrías jodido.

—Apenas la conozco.
—¡Todo ese tetamen! ¡Estabas aterrorizado! ¡Te daba miedo hastamira rl a!
—¿Qué hará vagando por ahí en Nochebuena?
—¿Por qué no se lo preguntaste?
—Dijo que estaba buscando a Bobby.
—Si yo no hubiera estado aquí te la habrías jodido.

—No sé. No hay forma de saberlo.
Entonces Sara se levantó y chilló. Empezó a sollozar y se fue corriendo a la otra
habitación. Me serví una copa. Las lucecitas de colores de las paredes lucían intermitentes.

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