viernes, 6 de mayo de 2011
"360 KILOS " DE CHARLES BUKOWSKI (RELATO COMPLETO)
Eric Knowles despertó en la habitación del motel y miró a su alrededor. Allí estaban Louie y Gloria entrelazados en la otra mitad de la inmensa cama. Eric encontró una botella de cerveza caliente, la abrió, pasó al baño con ella y se la bebió mientras se duchaba. Se sentía muy mal. Había oído comentar a especialistas la teoría de la cerveza caliente. No funcionaba. Salió de la ducha y vomitó en el retrete. Luego volvió a la ducha. Aquél era el problema de ser escritor, ése era el principal problema: tiempo libre, demasiado tiempo libre. Tenías que andar esperando a que se acumulara el material para poder escribir y mientras esperabas, te volvías loco, y como te volvías loco, bebías; y cuanto más bebías, más loco te ponías. La vida del escritor no tenía nada de glorioso; ni la del bebedor. Eric se secó con una toalla, se puso los calzoncillos y salió del cuarto de baño. Louie y Gloria se estaban despertando.
—¡Oh, mierda —dijo Louie—, Dios santo!
Louie también era escritor. A diferencia de Eric, no le llegaba ni para pagar la renta; la renta de Louie la pagaba Gloria. Tres cuartas partes de los escritores que conocía Eric en Los Angeles y Hollywood vivían mantenidos por mujeres; aquellos escritores no tenían tanto talento con la máquina de escribir como con sus mujeres. Se vendían espiritual y físicamente a sus mujeres.
Oyó a Louie vomitar en el baño y, al oírle, empezó él otra vez. Encontró una bolsa de papel vacía y
cada vez que Louie vomitaba, Eric vomitaba. Parecían llevar el compás.
Gloria era bastante agradable. Acababa de enrolarse como profesora ayudante en un centro
universitario del norte de California. Se estiró en la cama y dijo:
—Desde luego, sois increíbles. Los vomitadores gemelos.
Louie salió del cuarto de baño.
—Eh, ¿te estás riendo de mí?
—Nada de eso, chaval. Lo que pasa es que ha sido una noche de aupa para mí.
—Ha sido una noche de aupa para todos.
—Probaré otra vez la cura de la cerveza caliente —dijo Eric.
Destapó la botella y lo intentó de nuevo.
—Fue increíble, cómo la sometiste —dijo Louie.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, me refiero a cuando ella se fue hacia ti por encima de la mesa, y tú te la tiraste en cámara lenta. No estabais nada excitados. La cogiste por un brazo, luego por el otro, y la hiciste girar. Luego, te pusiste encima de ella y dijiste: «¿Qué coño pasa contigo?»
—Esta cerveza funciona —dijo Eric—. Deberías probar.
Louie destapó la botella y se sentó al borde de la cama. Louie editaba una revistilla, La rebelión de
las ratas. Mimeografiada. Como revistilla, no era mejor ni peor que las demás del género. Todas resultaban
muy aburridas; el ingenio era superficial e incoherente. Louie iba ya por el número quince o dieciséis.
—La casa era suya —dijo Louie, pensando en la noche anterior—. Así que dijo que era su casa y que
nos largáramos todos de allí.
—Ideales y puntos de vista discrepantes. Siempre traen problemas y siempre hay ideales y puntos de vista discrepantes. Además, la casaera suya —dijo Eric.
—Creo que probaré una de esas cervezas —dijo Gloria. Se levantó, se puso el vestido y cogió una
cerveza caliente. Una profesora de lo más atractiva, pensó Eric.
Allí estaban sentados los tres, intentando deglutir la cerveza.
—¡Si rompes la puerta llamo a la policía! —¿Qué?
Oyeron otro golpe; luego, silencio. Las voces siguieron: —Estoy en libertad vigilada por agresión y
lesiones. Mejor será dejar así las cosas.
—Sí, cálmate, seguro que no quieres hacerle daño a nadie. —Pero es que me jodieron el baño.
—Hay cosas más importantes que darse un chapuzón, hombre. —Sí, por ejemplo, comer —dijo
Louie a través de la puerta. —¡BANG! ¡BANG! ¡BANG! ¡BANG! —¿Qué quieres? —preguntó Eric.
—¡Escuchadme, amigos! ¡Si oigo una palabrita más, sólo una, entro ahí sea como sea!
Eric y Louie guardaron silencio. Oyeron a los dos gordos bajar las escaleras.
—Creo que habríamos podido con ellos —dijo Eric—. Los gordos no valen nada, no se pueden
mover.—Sí —dijo Louie—, creo que podríamos haberles dado una lección. Si hubiéramos querido.
—Estamos sin cerveza —dijo Gloria—. Y yo me tomaría una fresca de muy buena gana. Tengo los
nervios deshechos.
—Ya has oído, Louie —dijo Eric—. Tú vas a por las cervezas y yo las pago.
—No —dijo Louie—. Vas tú y las pago yo. —Las pago yo —dijo Eric— y que vaya Gloria. —De
acuerdo —dijo Louie.
Eric dio el dinero y las instrucciones a Gloria. Abrieron la puerta y salió. La piscina estaba vacía. Era una linda mañana californiana, rebosante de humo, contaminación, hedor y galbana. —Tú y tu maldita máquina de mimeo —dijo Eric. —Es una buena revista —dijo Louie—. Tanto como la que más.
—Supongo que tienes razón.
Luego, se levantaron y se sentaron; se sentaron y se levantaron, esperando a que volviera Gloria con
la cerveza fría.
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