domingo, 17 de julio de 2011

"UN FAVOR A MI AMIGO DON" DE CHARLES BUKOWSKI (RELATO COMPLETO)


Me di la vuelta en la cama y cogí el teléfono. Era Lucy Sanders. La había conocido hacía dos o tres años; sexualmente, durante tres meses. Acabábamos de romper. Andaba contando por ahí que me había plantado por borracho, pero lo cierto era que yo la había dejado por mi chica de antes. No se lo había tomado bien. Decidí que debía intentar explicarle por qué había tenido que dejarla. Tenía que endulzarle la pildora. Yo quería ser buen chico. Cuando llegué, me recibió su amiga.

—¿Qué diablos quieres ahora?
—Quiero hablar con Lucy.
—Está en el dormitorio.
Pasé. Estaba en la cama, borracha, en bragas. Casi había vaciado una botella de escocés. En el suelo había un orinal con sus vómitos.
—Lucy —dije.
Volvió la cabeza hacia mí.
—¡Eres tú! ¡Has vuelto! Sabía que no te quedarías con esa zorra.
—Un momento, nena, espera, sólo he venido a explicarte por qué te dejé. Soy una buena persona.
Creí que te debía una explicación.
—Eres un cabrón. ¡Eres un tipo repugnante!
Me senté al borde de la cama. Cogí la botella de la cabecera y me eché un buen trago.
—Gracias. Tú ya sabías que quería a Lilly. Lo sabías incluso cuando yo vivía contigo. Lilly y yo
sentimos... afinidad.
—¡Pero decías que te estaba matando!
—Exageraciones. La gente está siempre rompiendo y reconciliándose. Las parejas son así.
—Yo te acogí. Te salvé.
—Lo sé. Me salvaste para Lilly.
—Eres un cabrón. ¡No reconoces a una buena mujer cuando la tienes!
Lucy se inclinó por el borde de la cama y vomitó.
Acabé el whisky.
—No debías beber esta bazofia. Es veneno.
Se incorporó.
—Quédate conmigo, Larry, no vuelvas con ella. ¡Quédate conmigo!
—No puedo hacerlo, nena.
—¡Mira mis piernas! ¡A que son bonitas! ¡Mira mis pechos! ¡A que son de primera!
Eché la botella de whisky a la basura.
—Lo siento, tengo que largarme, nena.

Lucy saltó hacia mí con los puños cerrados. Me atizó en la boca, en la nariz. La dejé desahogarse unos segundos, luego la sujeté por las muñecas y la tiré de espaldas en la cama. Me volví y salí del dormitorio. Su amiga estaba en la habitación de entrada.

—Tratas de ser buen chico y todo lo que sacas es un directo en la nariz —le dije.
—Tú nunca podrás ser un buen chico —dijo.
Di un portazo al salir, subí al coche y me largué.
Era Lucy, al teléfono.
—¿Larry?
—¿Sí? ¿Qué pasa?
—Oye, me gustaría conocer a tu amigo Don.
—¿Por qué?
—Dijiste que era tu único amigo. Quiero conocer a tu único amigo.
—Bien, qué demonios, te lo presentaré.
—Gracias.
—Pasaré por su casa después de ver a mi hija el miércoles. Llegaré hacia las cinco. ¿Por qué no vas tú
hacia las cinco y media y os presento?

Le di la dirección e instrucciones. Don Dorn era pintor. Tenía veinte años menos que yo y vivía en una casita de la playa. Me di la vuelta y volví a dormirme. Duermo siempre hasta el mediodía. Es el secreto de mi venturosa existencia.
Don y yo tomamos dos o tres cervezas antes de que llegara Lucy. Llegó muy nerviosa y traía una botella
de vino. Hice las presentaciones y Don descorchó la botella de vino. Don y yo seguimos dándole a la cerveza.
—¡Oh! —dijo Lucy, mirando a Don—. ¡Es encantador!
Don guardaba silencio. Lucy le tiró de la camisa.
—¡Eres unen canto! —Vació el vaso y se sirvió más. ¿Acabas de salir de la ducha?
—Más o menos hace una hora.
—¡Oh, qué rizos tienes en el pelo! ¡Qué monada!
—¿Cómo va la pintura, Don? —pregunté.
—No sé. Me estoy cansando de mi estilo. Creo que tengo que cambiar.
—¡Oh! ¿Son tuyos esos cuadros de la pared? —preguntó Lucy.
—Sí.
—¡Son preciosos! ¿Los vendes?
—A veces.
—Meencantan tus peces, ¡qué monos! ¿Dónde conseguiste todas esas peceras?
—Las compré.
—¡Mira ese pez naranja! ¡Ese naranja es monísimo!
—Sí, es bonito.
—¿Se devoran unos a otros?
—A veces.
—¡Eres un encanto!
Lucy bebía vaso tras vaso.
—Estás bebiendo demasiado —le dije.
—Mira quién fue a hablar.
—¿Sigues con Lilly? —preguntó Don.
—Un valor seguro —le dije.
Lucy vació el vaso. La botella estaba vacía.
—Perdonadme —dijo. Y corrió al cuarto de baño. La oímos vomitar.
—¿Qué tal los caballos? —preguntó Don.
—Estupendamente. ¿Y a ti cómo te va la vida? ¿Algún buen polvo últimamente?
—Tengo una mala racha.
—No pierdas la esperanza. La suerte puede cambiar.
—Eso espero, maldita sea.
—Lilly cada día está mejor. No sé cómo se lo hace.
Lucy salió del cuarto de baño.

—¡Oh, Dios mío, me encuentro mal, estoy mareada! —Se echó en la cama de Don y se estiró—.
¡Estoy mareada!
—Cierra los ojos —dije.
Se quedó allí en la cama, gimoteando sin quitarme los ojos de encima. Don y yo bebimos más cerveza. Luego le dije que tenía que irme.
—Que vaya bien —le dije.
—Suerte —dijo él.
Le dejé plantado en el quicio de la puerta, bastante borracho. Y me largué.
Me di la vuelta en la cama y cogí el teléfono.
—¿Qué hay?
Era Lucy.
—Lamento lo de anoche. Bebí demasiado vino en muy poco tiempo. Pero limpié el cuarto de baño como una buena chica. Don es un tipo muy majo. Me cae muy bien. Voy a comprarle un cuadro.
—Estupendo. Anda justo de pasta.
—No estarás enfadado conmigo, ¿eh?
—¿Por qué?
Se echó a reír.
—Quiero decir por mi numerito...
—Todo el mundo en América se entrompa por todas las esquinas.
—Yo no soy una borracha.
—Ya lo sé.
—Pasaré el fin de semana en casa; si quieres verme, ya lo sabes.
—No.
—¿Estás enfadado, Larry?
—No.
—Perfecto, entonces hasta pronto.
—Hasta pronto.
Colgué el teléfono y cerré los ojos. Si seguía ganando en las carreras me compraría un coche nuevo.

Y me trasladaría a Beverly Hills. Volvió a sonar el teléfono.
—¿Sí?
Era Don.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Perfectamente. ¿Todo bien?
—De maravilla.
—Voy a trasladarme a Beverly Hills.
—Fantástico.
—Quiero vivir más cerca de mi hija.
—¿Cómo le va a tu hija?
—Es preciosa. Lo tiene todo, física y mentalmente. —¿Sabes algo de Lucy?
—Acaba de telefonear.
—Me la chupó.
—¿Y qué tal?
—No pude correrme.
—Lo siento.
—No fue culpa tuya.
—Espero que no.
—Bueno, ¿todo bien, Larry?
—Eso creo.
—Bien. Llámame de vez en cuando.
—Claro. Adiós, Don.
Colgué, cerré los ojos. Sólo eran las once menos cuarto y yo dormía siempre hasta el mediodía. La
vida es todo lo agradable que se lo permitas.

Charles Bukowski del libro Música de cañerías.

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