martes, 26 de marzo de 2013

"FACTOTUM" DE CHARLES BUKOWSKI - CAPITULO 6

El lunes estaba con resaca. Me afeité la barba y escogí una oferta de trabajo. Me senté

frente al director, un tío en mangas de camisa con unas profundas ojeras. Tenía pinta de no haber dormido en toda una semana. Hacía frío y el sitio estaba a oscuras. Era la sala de composición de uno de los dos periódicos locales, el más humilde. Los hombres se sentaban en los escritorios bajo las lámparas de flexo componiendo las páginas para la imprenta.
—Doce dólares a la semana —dijo.
—Está bien —dije—, lo cojo.

Me puse a trabajar con un hombrecito gordo con una barriga de apariencia insana. Tenía un reloj de bolsillo pasado de moda con una cadenita de oro y llevaba chaleco, una visera, tenía labios de gorrino y un oscuro aire carnoso en la cara. Las líneas de su rostro no tenían interés ni mostraban carácter; su cara parecía como si hubiese sido doblada muchas veces y luego desplegada, como un pedazo de cartón. Llevaba zapatos anticuados y mascaba tabaco, echando el jugo en una escupidera a sus pies.
—El señor Belger —dijo del hombre que necesitaba dormir—, ha trabajado muy duro
para levantar este periódico. Es un buen hombre. Estábamos en bancarrota antes de que él

llegara.
Me miró.
—Normalmente le dan este trabajo a algún estudiante.
Es un sapo, pensé, eso es lo que es.
—Quiero decir —continuó—, que este trabajo normalmente le viene bien a un

estudiante. Puede estudiar sus libros mientras espera algún recado. ¿Eres estudiante?
—No.
—Este trabajo suele cogerlo algún estudiante.

Me fui a mi despachito y me senté. La habitación estaba repleta de pilas y pilas de planchas metálicas, y en estas planchas había pequeños moldes de zinc grabado que habían sido usados para anuncios. Muchos de estos moldes eran utilizados una y otra vez. También había montones de hojas mecanografiadas —nombres de los clientes, artículos y logotipos. El gordo gritaba ¡Chinas-ki! y yo iba a ver qué anuncio o noticia quería. A menudo me mandaban al periódico rival a coger prestada alguna noticia. Ellos también cogían prestadas algunas nuestras. Era un paseíto agradable, y encontré un sitio en un callejón trasero donde podía tomarme una caña de cerveza por un níquel. No había muchas llamadas del gordo y el sitio de la cerveza de a níquel vino a convertirse en mi lugar habitual de estancia. El gordo empezó a echarme de menos. Al principio, sólo me lanzaba miradas torvas. Al final, un día me preguntó:

—¿Dónde estabas?
—Afuera, tomándome una cerveza.
—Este es trabajo para un estudiante.
—Yo no soy estudiante.
—Voy a pedir que te echen. Necesito a alguien que esté aquí todo el tiempo
disponible.
El gordo me llevó hasta Belger, que parecía más agotado que nunca.
—Este es un trabajo para un estudiante, señor Belger. Me temo que este hombre no

encaja. Necesitamos un estudiante.
—Está bien —dijo Belger. El gordo se retiró.
—¿Qué te debemos? —me preguntó Belger.
—Cinco días.
—De acuerdo, vete con esto a la ventanilla de pagos.
—Escuche, Belger, ese viejo cabrón es repugnante.
Belger suspiró.
—Por Dios, chico. ¿Qué me vas a contar a mí?
Bajé a la oficina de pagos.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

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