martes, 16 de abril de 2013

"FACTÓTUM" DE CHARLES BUKOWSKI - CAPITULO 11

Al día siguiente, me volví a la cama durante un buen rato después de que ellos se fueran. Luego me levanté y fui a la habitación frontal a echar un vistazo entre los visillos. La joven ama de casa estaba otra vez sentada en los escalones de su portal al otro lado de la acera. Llevaba puesto un vestido diferente, más sexy. La contemplé durante largo rato. Luego me masturbé lenta y sosegadamente.

Me bañé y me vestí. Encontré algunos cascos vacíos en la cocina y los fui a descambiar a la tienda de ultramarinos. Encontré un bar en la Avenida, entré en él y pedí una caña de cerveza. Había un montón de borrachos poniendo canciones en el juke-box, hablando a voces y riéndose. En un momento una nueva cerveza se posó enfrente mío. Alguien estaba invitando. Bebí. Empecé a hablar con la gente. Entonces miré afuera. Era ya el final de la tarde, casi oscurecía. Las cervezas seguían circulando. La dueña del bar, una tía gorda, y su noviete estaban en plan simpático.

Salí una vez a la calle para pegarme con alguien. Estábamos los dos demasiado borrachos y había muchos baches en la superficie de asfalto del parking, apenas podíamos andar. Lo dejamos...

Me desperté mucho más tarde en un sillón tapizado de rojo en la trastienda del bar. Me levanté y miré a mi alrededor. Todo el mundo se había ido. El reloj señalaba las 3:15. Traté de abrir la puerta, estaba cerrada. Me metí detrás de la barra y busqué una botella de cerveza, la abrí, salí y me senté. Entonces volví y me cogí un puro y una bolsa de patatas fritas. Acabé mi cerveza, me levanté y encontré una botella de vodka y otra de escocés, me volví a sentar. Las mezclé con agua, fumé puros y comí carne reseca, patatas fritas y huevos duros.

Bebí hasta las 5 de la mañana. Limpié luego el bar, quité todas las cosas, fui hasta la puerta, conseguí abrirla y salí a la calle. Mientras salía, vi acercarse un coche de policía. Fueron conduciendo lentamente detrás mío mientras yo caminaba.
Pasada una manzana, se pararon delante mío. Un oficial sacó la cabeza por la

ventanilla.
—¡Eh, capullo!
Sus luces me daban en la cara.
—¿Qué estás haciendo?
—Me voy a casa.
—¿Vives por aquí?
—Sí.
—¿Dónde?
—En el 2122 de la Avenida Longwood.
—¿Qué hacías saliendo a estas horas de ese bar?
—Soy el encargado de la limpieza.
—¿Quién es el dueño del bar?
—Una señora llamada Joya.
—Entra.
Entré en el coche.
—Dinos donde vives.
Me llevaron a casa.
—Ahora sal y llama al timbre.
Salí del coche. Llegué hasta el porche y llamé al timbre. No hubo respuesta.
Llamé de nuevo, varias veces. Finalmente se abrió la puerta. Mi madre y mi viejo se

quedaron allí plantados en pijama y bata.
—¡Estás borracho! —gritó mi padre.
—Sí.
—¿De dónde sacaste el dinero para beber? ¡No tienes ni cinco!
—Encontraré un trabajo.
—¡Estás borracho! ¡Estás borracho! ¡Mi hijo es un borracho! ¡Mi hijo es un maldito y
vergonzoso borracho!
El pelo en la cabeza de mi padre estaba alzado en mechones dementes. Sus cejas

revueltas salvajemente, su cara hinchada y reblandecida por el sueño.
—Actúas como si hubiese matado a alguien.
—¡Es igual de malo!
—...Ooh, mierda...
De repente vomité en la alfombra persa con el dibujo del Árbol de la Vida. Mi madre
soltó un grito. Mi padre saltó encima mío.
—¿ Sabes lo que le hacemos a un perro cuando se caga en la alfombra?
—Sí.
Me agarró del cuello por detrás. Me presionó hacia abajo, forzándome a doblar la

cintura. Estaba tratando de ponerme a la fuerza de rodillas.
—Te voy a enseñar.
—No lo hagas...
Mi cara estaba ya casi encima de ello.
—¡Te voy a enseñar lo que hacemos con los perros!
Me levanté del suelo apoyando el puñetazo. Fue un gancho perfecto. El viejo recorrió

en volandas toda la habitación y se quedó sentado en el sofá. Fui a por él.
—Levántate.
Se quedó allí sentado. Oí a mi madre gritar.
—¡Le has pegado a tu padre! ¡Le has pegado a tu padre! ¡Le has pegado a tu padre!
Chillaba y me arañó parte de la cara.
—Levántate —le dije a mi padre.
—¡Le has pegado a tu padre!

Me arañó de nuevo la cara. Me di la vuelta para mirarla. Me rasgó el otro lado de la cara. La sangre corría bajándome por el cuello, calando mi camisa, pantalones, zapatos, la alfombra. Bajó sus manos y se quedó mirán-dome.
—¿Has acabado?
No me contestó. Subí hacia mi dormitorio, pensando, mejor me busco un trabajo.

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