viernes, 24 de mayo de 2013

"FACTÓTUM" DE CHARLES BUKOWSKI - CAPITULO 21

El horario en la fábrica de galletas para perros era de 4:30 de la tarde a 1 de la mañana.

Me dieron un sucio delantal blanco y pesados guantes de lona. Los guantes estaban quemados y tenían agujeros. Podía verme los dedos asomando. Recibí instrucciones por parte de un gnomo desdentado con una membrana que le caía sobre el ojo izquierdo, una membrana blanca-verduzca con venillas azules en araña.
Llevaba trabajando en aquella empresa diecinueve años.

Avancé hasta mi puesto. Sonó un silbato y la maquinaria se puso en acción. Las galletas para perros empezaron a moverse. Se le daba forma a la masa y entonces se reunían las galletas en pesadas bandejas metálicas con bordes de hierro.

Agarré una bandeja y la puse en un horno que había detrás mío. Me di la vuelta. Allí estaba la siguiente bandeja. No había manera de que decreciese el ritmo. Sólo paraban cuando había algo que obstruía la maquinaria. Esto no ocurría a menudo. Cuando así era, el duende grotesco la ponía rápidamente otra vez en marcha.

Las llamaradas del horno se elevaban a cinco metros de altura. El interior del horno era como la rueda de un barco de vapor. Cada compartimiento era un arco de curva que abarcaba doce bandejas. Cuando el hornero (yo) llenaba un compartimiento le daba a una palanca que hacía moverse a la rueda unos grados, apareciendo un nuevo compartimiento para ser rellenado.

Las bandejas eran pesadas. Cargar una de ellas podía agotar a un hombre. Si piensas en lo que es hacerlo durante ocho horas, cargando cientos de bandejas, nunca podrías hacerlo. Galletas verdes, galletas rojas, galletas amarillas, galletas marrones, galletas púrpuras, galletas azules, galletas vitaminadas, galletas vegetales...

En tales trabajos la gente acaba agotada. Experimenta una resistencia más allá de la fatiga. Dice cosas disparatadas, brillantes. Perdida la cabeza, yo bromeé y charlé y conté chistes y canté. Me moría de risa. Incluso el malvado gnomo se rio de mí.

Trabajé durante varias semanas. Me emborrachaba todas las noches. No importaba; tenía el trabajo que nadie quería. Después de una hora en el horno, ya estaba sobrio. Mis manos estaban chamuscadas y llenas de ampollas. Todos los días me sentaba dolorido en mi habitación pinchándome las ampollas con alfileres que previamente esterilizaba con cerillas.
Una noche estaba más borracho de lo habitual. Me negué a cargar una sola bandeja

más.
—Aquí se acabó —les dije.
El gnomo tortuoso estaba traumatizado.
—¿Cómo vamos a hacer las galletas, Chinaski?
—Ah.
—¡Danos una noche más!
Agarré su cabeza bajo mi brazo como una presa, apreté; se le tornaron las orejas
rosadas.
—Pequeño bastardo —dije. Luego le dejé ir.

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