domingo, 16 de junio de 2013

"FACTÓTUM" DE CHARLES BUKOWSKI - CAPITULO 26

Cada vez que entraba en el vestíbulo de la pensión, Gertrude parecía estar allí aguardándome. Era perfecta, puro sexo enloquecedor, y ella lo sabía y jugaba con ello, te lo daba con cuentagotas, dejando que sufrieras. Eso la hacía feliz. Yo tampoco me sentía muy mal. Le hubiera sido fácil ignorarme y no permitirme el calor de una gota siquiera. Como la mayoría de los hombres en tal situación, me daba cuenta de que no conseguiría nada de Gertrude —conversaciones íntimas, excitantes excursiones por la costa, largos paseos las tardes de domingo... hasta después de haberle hecho unas cuantas promesas absurdas.

—Eres un tío extraño. Te pasas mucho tiempo solo ¿no?
—Sí.
—¿Tienes algún problema?

—Estuve largo tiempo enfermo antes de aquella mañana en que me conociste.
—¿Estás enfermo ahora?
—No.
—Entonces, ¿qué es lo que pasa?
—No me gusta la gente.
—¿Piensas que eso está bien?
—Probablemente no.
—¿Me llevarás al cine alguna noche?
—Lo intentaré.

Gertrude se meció enfrente mío; se meció con sus zapatos de tacón. Se acercó. Algunas partes de ella me tocaban. Sólo que no pude responder. Quedaba un espacio entre nosotros. La distancia era demasiado grande. Sentí como si ella le estuviese hablando a una persona que se había esfumado, una persona que ya no estaba allí, ni estaba viva por más tiempo. Sus ojos parecían mirar a través mío. No podía conectar con ella. No sentía vergüen- za, sólo me daba un poco de corte, y de algún modo, me sentía indefenso.

—Ven conmigo.
—¿Qué?
—Quiero enseñarte mi alcoba.

Seguí a Gertrude hasta el salón. Abrió la puerta de su dormitorio y entramos. Era una habitación muy femenina. La amplia cama estaba cubierta de animales de pelu-che. Todos los animales parecían sorprendidos y me miraban: jirafas, osos, leones, perros. El aire estaba perfumado. Todo era bonito y limpio y parecía suave y confortable. Gertrude se me aproximó más.
—¿Te gusta mi alcoba?
—Es muy bonita. Sí, me gusta.

—No le digas nunca a la señora Downing que te he traído aquí, se escandalizaría.
—No le diré nada.
Gertrude se quedó allí mirándome, en silencio.
—Tengo que irme —le dije finalmente. Me acerqué hasta la puerta, la abrí, la cerré
tras de mí y volví a mi cuarto.

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