domingo, 30 de junio de 2013

"FACTÓTUM" DE CHARLES BUKOWSKI - CAPITULO 30

Veía a Gertrude a menudo en el vestíbulo. Conversábamos, pero no le volví a pedir que saliera conmigo. Ella se ponía muy cerca de mí, balanceándose gentilmente, tambaleándose a mi lado, como si estuviese borracha, sobre sus altos tacones. Un domingo por la mañana me encontré en el jardín de la entrada con Gertrude y Hilda. Las chicas hacían bolas de nieve, se reían y daban gritos, me las lanzaban. Como yo nunca había vivido en tierras con abundancia de nieve, era lento al principio, pero pronto aprendí a hacer correctamente una bola de nieve y lanzarla. Gertrude me atacaba, gritaba. Era deliciosa. Era toda llamarada y luz. Por un momento, estuve a punto de cruzar el jardincillo y abrazarla. Entonces abandoné la idea, me fui caminando calle abajo mientras las bolas de nieve silbaban a mi alrededor.

Decenas de miles de jóvenes estaban luchando en Europa e Indochina y en las islas del Pacífico. Cuando volvieran de la guerra, ella encontraría a alguno. No tendría ningún problema. Con ese cuerpo. Con esos ojos. Ni siquiera Hilda tendría ninguna dificultad.

Empecé a sentir que llegaba la hora de irme de San Luis. Decidí volver a Los Angeles; mientras tanto seguí caligrafiando relatos a destajo, emborrachándome, escuchando la quinta sinfonía de Beethoven, la segunda de Brahms...

Una noche después del trabajo me paré en un bar de los alrededores. Me senté y bebí cinco o seis cervezas, me levanté y anduve la manzana y media que me separaba de la pensión. La puerta de Gertrude estaba abierta cuando pasé.
—Henry...
—Hola —me acerqué a la puerta, la miré—. Gertru-dre, me voy de la ciudad. Lo he

notificado hoy en el trabajo.
—Oh, qué pena.
—Todas vosotras os habéis portado muy bien conmigo.
—Oye, antes de que te vayas quiero que conozcas a mi novio.
—¿Tu novio?
—Sí, acaba de instalarse aquí, en una habitación junto al salón.

La seguí. Llamó a la puerta y yo me quedé detrás suyo. La puerta se abrió: pantalones a rayas blancas y grises; camisa planchada de manga larga; pajarita. Un fino bigo-tillos. Ojos ausentes. De uno de los orificios de su nariz caía un casi invisible hilillo de moco que finalmente se recogía en una pelotilla brillante. La pelotilla de moco se le había quedado pegada al bigotillo y estaba a punto de caerse, pero mientras tanto se sostenía allí y la luz se reflejaba en ella.
—Joey —dijo ella—, quiero que conozcas a Henry.
Nos dimos la mano. Gertrude entró. La puerta se cerró. Yo volví a mi habitación y
empecé a empacar. Siempre me había gustado empacar.

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