lunes, 8 de julio de 2013

"FACTÓTUM" DE CHARLES BUKOWSKI - CAPITULO 32

Se llamaba Laura. Eran las dos en punto de la tarde y anduve por el sendero que había detrás de la tienda de muebles en la calle Alvarado. Llevaba mi maleta conmigo. Había allí un gran caserón blanco, de madera, con dos pisos, viejo, con la pintura blanca cayéndose a pedazos.
—Ahora apártate de la puerta ç—dijo ella—. Hay un espejo en mitad de las escaleras
que le permite ver quién está llamando.
Laura se quedó allí llamando al timbre mientras yo me escondía a la derecha de la
puerta.
—Déjale que me vea, y cuando suene el zumbido, yo abro la puerta y tú me sigues.
Sonó el zumbido y Laura abrió la puerta empujándóla. La seguí adentro, dejando mi
maleta al final de las escaleras. Wilbur Oxnard estaba en lo alto de las escaleras y Laura

subió corriendo a saludarle. Wilbur era un tipo viejo, con el pelo gris y con un solo brazo.
—¡Nena, qué alegría verte!
Wilbur rodeó a Laura con su único brazo y la besó. Cuando se separaron, me vio a mí.
—¿Quién es ese tipo?
—Oh, Willie, quiero presentarte a un amigo mío.
—Hola —dije yo.
Wilbur no me contestó.

—Wilbur Oxnard, Henry Chinaski —nos presentó Laura.
—Es un placer conocerle, Wilbur —dije yo.
Wilbur siguió sin contestarme. Finalmente dijo:
—Bueno, subid arriba.

Seguí a Wilbur y Laura hasta el salón principal. Había monedas desparramadas por todo el suelo, de cinco, quince, veinticinco y cincuenta centavos. En pleno cen-tro de la habitación estaba plantado un órgano eléctrico. Les seguí hasta la cocina y nos sentamos en la mesa del desayuno. Laura me presentó a las dos mujeres que estaban allí sentadas.

—Henry, esta es Grace y esta otra Jerry. Chicas, este es Henry Chinasky.
—Hola, tío —dijo Grace.
—¿Cómo estás? —dijo Jerry.
—Es un placer conocerlas, señoritas.

Estaban bebiendo whisky acompañado con jarras de cerveza. Había un cuenco en el centro de la mesa lleno de aceitunas verdes y negras, guindillas y corazones de apio. Me acerqué y cogí una guindillita chile.

—Arréglatelas tú solo —me dijo Wilbur, pasándome la botella de whisky. Ya me
había puesto antes una cerveza delante. Me serví un trago.
—¿Qué es lo que haces? —rae preguntó Wilbur.

—Es escritor —dijo Laura—. Ha publicado cosas en revistas.
—¿Eres escritor? —me preguntó Wilbur.
—A veces.
—Necesito un escritor. ¿Eres bueno?
—Todo escritor se cree bueno.

—Necesito a alguien que me escriba el libreto para una ópera que he compuesto. Se titula «El emperador de San Francisco». ¿Sabes que hubo una vez un tío que quería ser emperador de San Francisco?
—No, no lo sabía.

—Es muy interesante, te dejaré un libro que lo cuenta todo.
—De acuerdo.
Nos quedamos allí tranquilamente sentados, bebiendo. Todas las chicas tenían treinta
años largos, eran atractivas y muy sexys, y lo sabían.
—¿Te gustan las cortinas? —me preguntó Wilbur—. Las chicas las hicieron para
mí. Las chicas tienen mucho talento.
Eché un vistazo a las cortinas. Eran horrendas, con grandes fresones de color rojo por
todas partes, sostenidos por tallos con rocío.
—Me gustan —le dije.
Wilbur sacó algo más de cerveza y todos nos servimos más tragos de la botella de
whisky.
—No os preocupéis —dijo Wilbur—, cuando se acabe ésta, hay más botellas.
—Gracias, Wilbur.
Me miró.
—Se me está quedando el brazo paralizado.
Levantó el brazo y movió los dedos.
—Apenas puedo mover los dedos. Creo que me voy a morir. Los doctores no saben

encontrarme nada. Las chicas se creen que bromeo, las chicas se ríen de mí.
—A mí no me parece que bromee —le dije—, yo le creo.
Tomamos un par de tragos más.
—Me gustas —dijo Wilbur—, se ve que has visto mundo, has adquirido clase.
—No sé nada de clase —dije—, pero sí que he visto mundo.
—Vamos a la otra habitación, quiero que oigas algunos coros de la ópera.
—Muy bien —dije.
Abrimos una nueva botella de whisky, sacamos más cerveza y fuimos a la otra

habitación.
—¿Quieres que te haga un poco de sopa, Wilbur? —preguntó Grace.
—¿Cuándo se ha visto que alguien tome sopa tocando el órgano? —le contestó él.
Todos nos reímos. A todos nos agradaba Wilbur.

—Tira dinero por el suelo cada vez que se emborracha —me susurró Laura—. Nos dice cosas desagradables y nos arroja monedas. Dice que eso es lo que valemos. Se puede poner muy desagradable.

Wilbur se levantó, fue hasta su dormitorio, salió con una gorra de marino en la cabeza y volvió a sentarse. Comenzó a tocar el órgano con su único brazo y sus dedos paralizados. Tocaba el órgano con mucha fuerza. Nos quedamos allí sentados, bebiendo y escuchando la música. Cuando acabó, aplaudí.
Wilbur se dio la vuelta en el taburete.
—Las chicas estaban aquí la otra noche —dijo—, y entonces alguien gritó ¡A CORRER! Deberías haberlas visto correr, algunas de ellas desnudas, otras en bragas y sujetador, se pusieron todas a correr y a esconderse en el garaje. Fue endemoniadamente divertido. Yo me quedé aquí sentado y ellas volvieron empujándose, una tras otra desde el garaje. ¡Fue realmente divertido!
—¿Quién fue el que gritó «¡A CORRER!»? —pregunté.
—Yo —dijo él.

Entonces se puso de pie, se fue hasta su dormitorio y comenzó a desnudarse. Le pude ver sentado al borde de su cama en ropa interior. Laura entró en la habitación, se sentó en la cama a su lado y le besó. Luego salió y Grace y Jerry entraron. Laura me señaló al final de las escaleras. Yo bajé, cogí mi maleta y subí con ella.

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1 comentario:

Camila dijo...

La poesía siempre me ha gustado mucho y por eso disfruto de leer a distintos poetas que encuentro por internet, o compro sus libros en las librerías. Muchas veces que me tomo vacaciones, aprovecho para leer a autores de otros países, que no conozco en la Argentina. Por eso en los hoteles baratos paso mucho tiempo de lectura