viernes, 2 de agosto de 2013

"FACTÓTUM" DE CHARLES BUKOWSKI - CAPITULO 39

Jan tenía un polvo excelente. Había tenido dos niños, pero tenía un polvo de lo más acojonante. Nos habíamos conocido en una camioneta-bar —yo estaba gastando mis últimos cincuenta centavos en una grasienta hamburguesa— y hablamos empezado a hablar. Ella me invitó a una cerveza, me dio un número de teléfono, y tres días más tarde me mudaba a su apartamento.

Tenía un chochito prieto y recibía la polla como si fuese un cuchillo que fuera a matarla. Me recordaba a una pequeña cerdita, jamona y lujuriosa. Había en ella la suficiente rabia y hostilidad como para hacerme sentir que con cada embestida de mi cuchillo le pagaba de vuelta sus ataques de mala leche. Le habían extirpado un ovario y aseguraba que no podía quedarse preñada; pero, para tener un solo ovario, respondía generosamente.

Jan se parecía mucho a Laura —sólo que era más delgada y más bonita, con una larga cabellera rubia que le caía por los hombros y unos hermosos ojos azules. Era extraña; siempre estaba cachonda por las mañanas a pesar de la resaca. Yo por las mañanas y con resaca no podía andar muy caliente. Yo era un hombre nocturno. Pero, por la noche, ella siempre estaba chillándome y arrojándome cosas: teléfonos, guías telefónicas, botellas, vasos (llenos y vacíos), radios, bolsos, guitarras, ceniceros, diccionarios, relojes de pulsera rotos, despertadores... Era una mujer fuera de lo corriente. Pero había una cosa con la que siempre había que contar. Ella quería follar por las mañanas, con muchas ganas. Y yo tenía que ir al almacén de bicicletas.

Una mañana típica, mirando el reloj, la eché el primer polvo, gargajeando, con ganas de toser y con náuseas, tratando de disimularlo, luego me calenté, me corrí y me eché a un lado.
—Ya está —dije—, voy a llegar con quince minutos de retraso.

Ella salió trotando hacia el baño, feliz como un pájaro, se limpió, canturreó, se miró el vello de las axilas, se miró en el espejo, se preocupó un poco más por la edad que por la muerte, luego volvió trotando y se metió entre las sábanas mientras yo me embutía mis manchados calzoncillos dispuesto a salir e integrarme al alboroto del tráfico afuera en la

Tercera Calle y tirar luego hacia el este para ir a mi trabajo.
—Vuelve a la cama, papi —dijo ella.
—iMra, acabo de conseguir un aumento de sueldo.
—No tienes por qué hacer nada. Sólo túmbate a mi lado un ratito.
—Oh, mierda, nena.
—¡Por favor! Sólo cinco minutos.
—Oh, joder.
Volví a meterme. Ella apartó las sábanas y me agarró las pelotas. Luego me agarró el

pene.
—¡Oh, qué mono es!
Yo pensaba: ¿cuándo cojones podré salir de aquí?
—¿Te puedo preguntar una cosa?
—Venga.
—¿Te importa si lo beso?
—No.

Oía y sentía sus besos, luego noté pequeños lametones. Luego me olvidé de todo lo que se refiriese al almacén de bicicletas. Luego la oí romper un periódico. Sentí algo ajustándose a la punta de mi polla.
—Mira —me dijo.
Me senté. Jan había construido un pequeño sombrerito de papel y me lo había
colocado en la punta de la polla. Alrededor del glande había enlazado una pequeña cinta

amarilla. La cosa se mantenía graciosamente erguida.
—¡Ay!, ¿a que está muy guapo? —me preguntó.
—¿El? Eso soy yo.
—Oh, no, no eres tú, es él, tú no tienes nada que ver con él.
—¿Que no?
—No. ¿Te importa que lo bese otra vez?
—Está bien, está bien, adelante.

Jan quitó el sombrerito y sosteniéndolo con una mano empezó a besar allí donde había estado puesto. Sus ojos me miraban profundamente. El glande entró en su boca. Me caí de espaldas, condenado para siempre.

ENLACE " CAPITULO 40 "

No hay comentarios: