Se corrió la voz y los chicos de los otros almacenes donde yo iba a recoger los pedidos me entregaban sus apuestas. Manny tenía razón, muy raras veces acertaban. No sabían cómo apostar; apostaban al muy favorito o al caballo imposible, cuando el adecuado siempre andaba por la mitad de la escala. Me compré un buen par de zapatos, un cinturón nuevo y dos costosas camisas. El dueño del almacén dejó de parecerme tan poderoso. Manny y yo comenzamos a tomarnos más tiempo con nuestros almuerzos y a volver fumando habanos de primera. Pero seguía siendo una brutal galopada todas las tardes para llegar a la última carrera. La muchedumbre del hipódromo ya nos conocía de vernos aparecer siempre corriendo por aquel túnel, y todas las tardes nos aguardaban. Nos animaban aplaudiendo y agitando sus revistas hípicas, y los vítores parecían crecer cuando pasábamos a su lado en el sprint final hasta la ventanilla de apuestas.
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1 comentario:
Me gusta mucho el trabajo de recopilación de textos que estás haciendo. Para los lectores de Bokowski es todo un sitio de referencia. Muchas gracias.
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