sábado, 28 de septiembre de 2013

"FACTÓTUM" DE CHARLES BUKOWSKI - CAPITULO 54

Por la mañana todo estaba muy silencioso y pensé, qué bien, se lo han debido llevar al hospital o a la morgue. Ahora puede que sea capaz de cagar de una puta vez. Me vestí y bajé por las escaleras hasta el baño y cagué largo y tendido. Luego volví a subir a mi habitación, me metí en la cama y dormí un rato más.

Me despertó alguien llamando a la puerta. Me incorporé y dije : —¡Adelante! —antes de poder pensarlo. Era una mujer vestida enteramente de verde. La blusa era escotada, llevaba la falda muy ajustada. Parecía una estrella de cine. Simplemente se quedó allí quieta mirándome durante algún rato. Yo estaba sentado en la cama, en calzoncillos, sosteniendo la sábana delante mío. Chinaski, el gran amante. Si yo fuera un hombre de verdad, pensé, la violaría, le prendería fuego a sus bragas, la obligaría a seguirme por toda la superficie del planeta, haría que se le saltasen las lágrimas con mis cartas de amor escritas en fino papel de seda de color rojo. Sus rasgos eran indefinidos; no se podía decir lo mismo de su cuerpo. Tenía la cara redonda, sus ojos parecían estar examinando los míos, pero su pelo estaba algo suelto y despeinado.
Tendría unos treinta y tantos años. Algo había, sin embargo, que la tenía excitada.
—El marido de la señora Adams murió la pasada noche —dijo.
—Ah —dije yo, preguntándome si se alegraría tanto como yo de que hubiese cesado el
ruido.
-—Y estamos haciendo una colecta para comprar flores para el funeral del señor
Adams.
—No creo que las flores tengan el menor significado para los muertos, no las necesitan

para nada —dije un poco desconcertado.
Ella titubeó.
—Pensamos que sería algo bonito y me gustaría saber si usted quiere contribuir.
—Me gustaría, pero acabo de llegar a Miami y estoy en la ruina.
—¿En la ruina?

—Buscando un trabajo. Estoy tras ello, como dicen. Me gasté mis últimos quince centavos en un tarro de mantequilla de cacahuete y una barra de pan. El pan estaba verde, más verde que su vestido. Lo tiré al suelo y ni siquiera las ratas se han atrevido a tocarlo.
—¿Las ratas?
—No sé si las habrá en su cuarto.

—Pero cuando hablé con la señora Adams anoche le pregunté acerca del nuevo huésped, aquí somos todos como una familia, y ella me dijo que usted era escritor, que escribía para revistas como Esquire y Atlantic Mon-thly.
—Mierda, yo soy incapaz de escribir. Fue sólo por dar conversación. Le hace sentirse
mejor a la casera. Lo que necesito es un trabajo, cualquier tipo de trabajo.
—¿No puede contribuir con veinticinco centavos? Veinticinco centavos no le han de
representar nada.
—Mira, mona, yo necesito los veinticinco centavos más de lo que los puede necesitar
el fiambre del señor Adams.
—Respete a los muertos, joven.
—¿Y por qué no respetar a los vivos? Yo estoy solo y desesperado y tú tienes una pinta
magnífica con tu traje verde.
Ella se dio la vuelta, salió, bajó al vestíbulo, abrió la puerta de su habitación y nunca la
volví a ver.

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