jueves, 10 de octubre de 2013

"FACTÓTUM" DE CHARLES BUKOWSKI - CAPITULO 57

No sé cuantas semanas estuve trabajando ahí. Creo que unas seis. En un cierto momento fui trasladado a la sección de recibos, apuntando los cargamentos de pantalones que llegaban en las listas de factura. Estos eran envíos de sobrantes que las tiendas nos devolvían, normalmente desde otros estados. En las listas de recibos nunca había el menor error, probablemente porque el tío que había en el otro extremo estaba demasiado preocupado por su trabajo como para ser descuidado. Normalmente estos tíos suelen estar en la séptima de las treinta y seis letras del coche nuevo, sus mujeres van a clase de cerámica los lunes por la noche, los intereses de la hipoteca se los están comiendo vivos y cada uno de sus cinco hijos se bebe un litro de leche diaria.

Ya sabéis, yo no soy un hombre de vestidos. Los vestidos me aburren, son cosas terribles, agobiantes, como las vitaminas, la astrología, las pizzas, las pistas de patinaje, la música pop, los combates por el título de los pesos pesados, etc. Yo me sentaba allí pretendiendo contar los pantalones recibidos cuando de repente, al coger unos, me ocurrió algo especial. La fábrica estaba llena de electricidad, electricidad que se adhería a mis dedos repleta de fuerza y no desaparecía. Alguien había hecho por fin algo interesante. Examiné la fábrica. Parecía tan mágica como físicamente la sentía yo.
Me levanté y me llevé los pantalones conmigo al retrete. Entré y cerré la puerta. Antes
nunca había robado nada.

Me quité los pantalones, tiré de la cadena. Entonces me puse los pantalones mágicos. Me subí las perneras mágicas enrollándolas hasta justo debajo de mis rodillas. Luego me puse mis pantalones encima.
Volví a tirar de la cadena.

Salí. En mi nerviosismo parecía como si todo el mundo me estuviese mirando. Caminé hacia la puerta. Faltaba una hora u hora y media para que saliéramos del trabajo. El jefe estaba junto a un mostrador cercano a la puerta. Me miró.
—Tengo un asunto urgente que solucionar, señor Sil-verstein. Me lo puede descontar
de la paga...

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