Me paré en una esquina y encendí un cigarrillo. Un taxi se detuvo a mi lado. El
conductor sacó la cabeza por la ventana:
—¿Taxi, señor?
—No, gracias —dije, arrojando la cerilla y cruzando la calle.
Anduve por ahí unos quince o veinte minutos. Tres o cuatro taxistas me preguntaron
si quería ir a alguna parte. Luego compré una botella de oporto y volví a mi habitación. Me quité la ropa, la dejé colgada, me fui a la cama, me bebí el vino y escribí un relato acerca de un empleado que trabajaba en una factoría de ropa en Mia-mi. Este pobre empleado conoció en la playa a una chica de la alta sociedad, un día durante la hora del almuerzo. El se aprovechaba de su dinero y ella hacía todo lo posible para demostrar que se aprovechaba de él.
Cuando llegué al trabajo la mañana siguiente, el señor Silverstein estaba plantado delante del mostrador junto a la puerta. Tenía un cheque en su mano. Me llamó con un movimiento de su mano. Me acerqué con paso tranquilo y cogí el cheque. Luego salí a la calle.
ENLACE " CAPITULO 59 "
No hay comentarios:
Publicar un comentario