sábado, 26 de octubre de 2013

"FACTÓTUM" DE CHARLES BUKOWSKI - CAPITULO 61

Feldman estaba tratando de cobrar el seguro y declararse en quiebra, todo a la vez. A la mañana siguiente, un hombre de apariencia muy digna vino en representación del Banco de América. Nos dijo que no colocáramos más repisas.

—Simplemente apilen esa mierda en el suelo —así nos lo dijo. Se llamaba Jennings, Curtís Jennings. Feldman le debía al Banco de América mucho dinero, y el Banco de América quería recobrar su dinero antes de que el negocio se hundiera. Jennings tomó el mando de la compañía. Daba vueltas observando a todo el mundo. Examinó los libros de Feldman; comprobó concienzudamente todas las cerraduras de puertas y ventanas y la valla de seguridad alrededor del parking. Vino a hablar conmigo:

—No utilice las líneas de transportes Sieberling por más tiempo. Les robaron cuatro veces llevando uno de los cargamentos de esta casa a Arizona y Nuevo México. ¿Hay alguna razón especial por la que hayan estado utilizando a esta gente para los transportes?
—No, no hay ninguna razón especial.
El agente de Sieberling me había estado pagando diez centavos por cada doscientos
kilos de carga contratada.

En menos de tres días Jennings había despedido a un tío que trabajaba en la oficina principal y reemplazado a tres tíos de la línea de ensamblado por tres joven-citas mexicanas deseosas de trabajar por la mitad del dinero. Despidió al vigilante nocturno y, además de ocuparme de la facturación, me puso a conducir el camión de la compañía en los repartos locales.
Recibí mi primer cheque de salario y me mudé del cuarto de Jan a un apartamento
propio. Cuando volví a casa por la noche, ella se había mudado a mi apartamento. Qué demonios, le dije, mi reino es tu reino. Un poco más tarde, tuvimos nuestra peor pelea. Ella se fue y yo me emborraché durante tres días y tres noches. Cuando me puse sobrio supe que había perdido el trabajo. No volví a pasarme por ahí. Decidí limpiar el apartamento. Pasé la aspiradora por el suelo, restregué los bordes de las ventanas, fregué la bañera y el lavabo, vacié y lavé los ceniceros, enceré el suelo de la cocina, maté a todas las arañas y cucarachas, lavé los platos, limpié el fregadero, colgué toallas limpias e instalé un rollo nuevo de papel de water. Debo estar volviéndome marica, pensé.

Cuando Jan finalmente volvió a casa —una semana más tarde— me acusó de haber estado con una mujer, porque todo estaba tan limpio. Me atacó muy airada, pero era sólo una defensa para ocultar sus remordimientos. Yo no podía comprender por qué no la mandaba de una puñetera vez a la mierda. Me era inexorablemente infiel

—se iba por ahí con el primero que se encontraba en un bar, cuanto más guarro y miserable fuera, mejor. Continuamente utilizaba nuestras peleas para justificarse. Yo no dejaba de repetirme que ninguna mujer del mundo era una puta, sólo la mía.

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