sábado, 2 de noviembre de 2013

"FACTÓTUM" DE CHARLES BUKOWSKI - CAPITULO 63

A la mañana siguiente me levanté hecho una mierda. Me había sido prácticamente imposible dormir con la sábana encima. Las quemaduras, sin embargo, parecían haber mejorado un poco. Me levanté, vomité y me miré la cara en el espejo. Estaba atrapado. No tenía la menor posibilidad.

Volví a tumbarme en la cama. Jan estaba roncando. Unos ronquidos no muy fuertes, pero persistentes. Imagino que un cerdito roncaría así. Como pequeños gruñidos. La contemplé extrañándome de que hubiese podido vivir con ella tanto tiempo. Tenía una naricita de garbanzo y su pelo rubio se estaba volviendo ratonero, según ella misma decía, a medida que se iba poniendo gris. Su cara se estaba reblandeciendo, estaba poniendo papada, era diez años mayor que yo. Sólo cuando estaba arreglada y vestida con una falda apretada y llevando tacones altos tenía un aspecto digno de verse. Su culo todavía mantenía una buena línea, igual que sus piernas, y cuando andaba tenía un contoneo de lo más seductor. Ahora, mientras la miraba, no parecía tan maravillosa. Estaba durmiendo de lado y se le veía la vulva arrugada y abierta. De cualquier manera, tenía un polvo magnífico. Yo nunca había gozado de polvos tan cojonudos. Era el modo en que lo tomaba. Realmente lo digería. Sus manos me aprisionaban y su coño me atenazaba casi de igual modo. La mayoría de los polvos no son nada, casi un trabajo, como tratar de escalar una escabrosa y resbaladiza colina. Pero no con Jan.
Sonó el teléfono. Sonó varias veces antes de que pudiera levantarme de la cama con un

esfuerzo sobrehumano y cogerlo.
—¿Señor Chinaski?
-¿Sí?
—Aquí las oficinas del Times.
-¿Sí?
—Hemos examinado su solicitud y quisiéramos contratarle.
—¿De reportero?
—No, de hombre de limpieza.
—De acuerdo.
—Preséntese al superintendente Barnes en la puerta sur a las 9 de la noche.
—Vale.
Colgué. El teléfono había despertado a Jan.
—¿Quién era?
—He conseguido un trabajo y ni siquiera puedo caminar. Tengo que presentarme esta
noche. No sé qué coño voy a hacer.
Nos tumbamos de espaldas, observando el techo. Jan se levantó y fue al baño. Cuando

volvió me dijo:
—¡Ya lo tengo!
—Ya.
—Te vendaré con gasas y esparadrapo.
—¿Crees que funcionará?
—Claro.
Jan se vistió y fue a la farmacia. Volvió con gasas, esparadrapo y una botella de moscatel. Sacó unos cubitos de hielo, preparó bebidas para ambos y buscó unas tijeras.
—Bueno, levántate.
—Aguarda un momento, no tengo que estar allí hasta las 9, es un trabajo nocturno.
—Es que quiero practicar. Venga.
—Está bien. Mierda.
—Levanta una rodilla.
—Bueno, ya está.
—Ahí, ahora le damos vueltas y más vueltas. Como el viejo tiovivo.
—¿Te han dicho alguna vez lo divertida que eres?
—No.
—Es comprensible.
—Ea, ahora pegamos con un poco de esparadrapo. Un poquito más de esparadrapo.

Aquí. Ahora levanta la otra rodilla, amor.
—Olvídate del romance.
—Le damos vueltas y vueltas y más vueltas a tus grandes piernas gordotas.
—Tu gran culo gordote.
—Ahora, ahora, ahora, sé bueno, amor. Un poquito más de esparadrapo. Y un poquito
más aquí. ¡Te has quedado como nuevo!
—Como la mierda en bote.
—Ahora las pelotas, tus grandes pelotas coloradas. ¡Se podían colgar en un árbol de

Navidad!
—¡Espera! ¿Qué les vas a hacer a mis pelotas?
—Las voy a vendar.
—¿No será peligroso? Puede afectar a mi baile de claqué.
—No te dolerá nada.
—Se saldrán fuera.
—Las envolveré en un bonito capullo seguro y confortable.
—Antes de que lo hagas, sírveme otro trago.
Me senté con la bebida y ella empezó a vendarme los huevos.
—Vueltas y vueltas y más vueltas. Las pobres peloti-tas. Las pobres pelotazas. ¿Qué
os han hecho, preciosas? Les damos una vuelta y otra y otra vuelta. Ahora un poco de

esparadrapo. Y un poco más aquí. Y otro poco más aquí.
—No me pegues los huevos al culo.
—¡Tonto! ¡Yo no haría eso! ¡Yo te quiero!
—Ya.
—Ahora levántate y camina un poco. Trata de dar algunos pasos.
Me levanté y anduve lentamente por la habitación.
—¡Eh, esto parece que funciona! Me siento como un eunuco, pero me siento bien.
—A lo mejor los eunucos lo llevan igual.
—Eso creo.
—¿Qué te parecen un par de huevos pasados por agua?
—Marchando. Creo que viviré.
Jan puso una cazuela con agua en el fogón, metió cuatro huevos y aguardamos.

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