sábado, 16 de noviembre de 2013

"FACTÓTUM" DE CHARLES BUKOWSKI - CAPITULO 66

La noche siguiente trabajé unas cuatro horas y luego me fui al retrete de señoras, puse la alarma y me eché a dormir. Debía llevar dormido alrededor de una hora cuando se abrió la puerta. Eran Herman Barnes y Jacob Christensen. Me miraron; alcé la cabeza y les miré tam- bién, luego volví a apoyar la cabeza en el sofá. Les oí pasar al retrete. Cuando salieron no les miré. Cerré los ojos y fingí dormir.
Al día siguiente, cuando me desperté hacia el mediodía, se lo conté a Jan.

—Me pillaron durmiendo y no me han despedido. Seguro que les tengo acojonados por lo que le hice a Hugh. No tengo más remedio que ser un matón hijo de puta. El mundo pertenece a los fuertes.
—No te van a tolerar que vayas por ahí haciendo lo que te dé la gana.
—Y unos huevos. Te he dicho siempre que lo tengo, que tengo algo especial, pero tú es
como si no tuvieses oídos. Nunca quieres escucharme.
—Será porque siempre estás repitiendo lo mismo una y otra vez.

—De acuerdo, vamos a tomarnos un trago y hablar de ello. Tú has estado andando por ahí repartiendo tu culo desde que volvimos a juntarnos. Mierda, yo no te necesito y tú no me necesitas. Afrontemos lo evidente.
Antes de que la pelea pudiera comenzar, alguien llamó a la puerta.
—Espera —dije, y me puse algo encima. Abrí la puerta y era un recadero de la
Western Union. Le di una propina y abrí el telegrama:
HENRY CHINASKI:
SU EMPLEO CON LA COMPAÑÍA TIMES HA

TERMINADO.
HERMAN BARNES
—¿Qué dice? —preguntó Jan.
—Me han despedido.
—¿Te mandan el cheque?
—No se ve por ningún lado.
—Te deben un cheque.
—Ya lo sé, vamos a por él.
—Vale.
El coche ya no existía. Primero se le había roto la marcha atrás, defecto que yo paliaba
conduciendo siempre derecho. Luego se acabó la batería, lo que significaba que el único modo de arrancarlo era tirándolo cuesta abajo por una colina. Conseguimos arreglárnoslas así du-rante unas semanas, pero una noche Jan y yo nos pusimos muy borrachos y me olvidé de todo y lo aparqué a la puerta de un bar sin bajada. Por supuesto no pudimos arrancarlo, así que llamé a un garaje nocturno y ellos vinieron y se lo llevaron. Cuando fui a recoger el coche, unos días más tarde, me entregaron una factura de 55 dólares por reparaciones y el coche seguía sin poder arrancar. Me fui a casa caminando y les devolví por correo la facturita rosa hecha una pajarita.

Así que tuvimos que ir andando hasta las oficinas del Times. Jan sabía que me gustaba con sus tacones altos, así que se los puso y nos dirigimos hacia allá. Estaba a unas buenas veinte manzanas de distancia. Jan se sentó a descansar en un banco que había fuera y yo entré en la oficina de administración.
—Soy Henry Chinaski. Me han despedido y vengo a recoger mi cheque de liquidación.

—Henry Chinaski... —dijo la chica— aguarde un momento.
Miró entre un puñado de papeles.
—Lo siento, señor Chinaski, pero su cheque aún no está listo.
—De acuerdo, esperaré.
—No podremos hacerle su cheque hasta mañana, señor.
—Pero me han despedido.
—Lo siento. Vuelva mañana, señor.
Salí. Jan se levantó del banco. Parecía hambrienta.
—Vamos al Mercado Central a comprar carne de morcillo y verduras, y un par de

botellas de buen vino francés.
—Jan, me han dicho que el cheque aún no está listo.
—Pero te lo tienen que dar. Es la ley.
—Supongo que sí. No sé. Pero me han dicho que no tendrán mi cheque hasta mañana.
—Oh, Cristo, y yo que me he tirado todo este camino con estos zapatos de tacón.
—Tienes buena pinta, nena.
—Ya.
Empezamos a caminar, de regreso. A mitad de trayecto, Jan se quitó los zapatos y
caminó descalza. Un par de coches nos tocaron la bocina al pasar a nuestro lado.

Yo les enseñé el dedo. Cuando llegamos, había el dinero suficiente para unos tacos y cerveza. Eso tomamos, comimos, y bebimos, discutimos un poco, hicimos el amor y nos dormimos.

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