El tío echó una ojeada a mi impreso y luego se volvió en plan chistoso hacia las dos
mujeres que estaban en la oficina:
—Este tío quiere un trabajo. ¿Creéis que será capaz de quedarse con nosotros?
Algunos trabajos eran increíblemente fáciles de conseguir. Recuerdo un sitio en el que
entré, me senté en una silla y bostece. El tío que estaba detrás del escrito rio me preguntó:
—¿Sí, qué desea usted?
—Mierda —contesté—, creo que necesito un trabajo.
—Contratado.
Otros trabajos, sin embargo, me resultaban imposibles de conseguir. La Compañía de Gas del Sur de California ponía anuncios en los periódicos que prometían altos sueldos, jubilación temprana, etc. No sé cuántas veces me acercé hasta allí y rellené sus impresos de solicitud amarillos ni cuántas me senté en aquellas duras sillas observando las grandes fotos enmarcadas de tuberías y enormes depósitos de gas. Nunca llegué ni por un pelo a ser contratado, y cada vez que veía a un empleado de la compañía me ponía a examinarlo con mucho ahínco, tratando de descubrir qué tenía él que no tuviera yo.
El hombre de los repuestos de frenos me hizo subir por una angosta escalera. Se llamaba George Henley. George me enseñó el cuarto donde yo iba a trabajar, muy pequeño, oscuro, con una sola bombilla y una minúscula ventanilla que daba a un callejón.
—Bueno —me dijo—. ¿Ves esas cajas de cartón? Tienes que meter las zapatas de los
frenos dentro de las cajas, así.
Henley me enseñó cómo.
—Tenemos tres tipos de cajas, cada una impresa de diferente manera. Unas son para nuestras «Zapatas de freno super duraderas», las otras son para nuestras «Su-per zapatas de freno» y las terceras son para nuestras «Zapatas de freno Standard». Las zapatas están aquí al lado apiladas.
—Pero a mí me parecen todas iguales. ¿Cómo las voy a distinguir?
—No hace falta. Todas son el mismo modelo. Sólo tienes que dividirlas en tercios. Y cuando acabes de empaquetar todas las zapatas, baja abajo y te pondré a hacer alguna otra cosa. ¿De acuerdo?
—De acuerdo. ¿Cuando empiezo?
—Empieza ahora mismo. Y no se te ocurra fumar. Aquí arriba, no. Si tienes que fumar,
te bajas. ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
El señor Henley cerró la puerta. Le oí bajar las escaleras. Abrí la ventanilla y
contemplé el mundo desde allí. Luego me senté, me relajé y fumé un cigarrillo.
ENLACE " CAPITULO 69 "
No hay comentarios:
Publicar un comentario