jueves, 28 de noviembre de 2013

"FACTÓTUM" DE CHARLES BUKOWSKI - CAPITULO 69

Perdí aquel trabajo rápidamente, igual que tantos otros. Nunca me importaba mucho perderlos —a excepción de una vez: era el trabajo más facilón que jamás había tenido, y me jodió mucho quedarme sin él. Fue durante la segunda guerra mundial. Estaba trabajando para la Cruz Roja en San Francisco, conduciendo un camión lleno de enfermeras y botellas y neveras a lo largo de varias pequeñas ciudades. Recogíamos sangre para el socorro de guerra. Les descargaba el camión a las enfermeras y luego tenía todo el resto del día libre para pasear por ahí, dormir en el parque, lo que fuera. Al final del día, las enfermeras almacenaban las botellas llenas en los frigoríficos y yo limpiaba las gotas de sangre de los tubos de goma en el retrete más cercano. Normalmente estaba sobrio, pero mientras estrujaba los tubos con mis dedos intentaba convencerme de que las gotas de sangre eran pececitos o bonitos bichejos que se movían traviesamente, lo cual me servía para no vomitar todo el almuerzo.

El trabajo con la Cruz Roja era bueno. Incluso llegué a citarme con una de las enfermeras. Pero una mañana me equivoqué de puente al salir de la ciudad y me perdí, yendo a parar a unos aserraderos, quién sabe dónde, con un camión lleno de enfermeras, agujas y botellas vacías. Los bestias de los leñadores empezaron a decir que nos iban a violar a todos y algunas de las enfermeras se empezaron a poner nerviosas. Volvimos por fin al puente y cogimos el camino correcto. Me había hecho un lío con

los pueblos y cuando finalmente llegamos a la iglesia donde los donantes de sangre nos estaban esperando, llevábamos un retraso de dos horas y quince minutos. El jardincillo de la iglesia estaba repleto de donantes, doctores y curas furiosos. Al otro lado del Atlántico, Hitler aprovechaba cualquier mínimo retraso. Perdí aquel trabajo allí y entonces, una lástima.

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