sábado, 28 de diciembre de 2013

"FACTÓTUM" DE CHARLES BUKOWSKI - CAPITULO 77

Paul era uno de los empleados de la tienda. Era gordo, tendría unos 28 años. Sus ojos eran muy grandes, vidriosos e hinchados. Le pegaba a las pastillas. Me enseñó un puñado. Todas de diferentes colores y tamaños.
—¿Quieres unas cuantas?
—No.
—Vamos, coge una.

—Bueno.
Cogí una amarilla.
—Yo me las tomo todas —me dijo—. Son cosas dia-
bólicas. Unas me quieren hacer subir, otras me quieren hacer bajar. Yo dejo que luchen

dentro de mí.
—Se supone que eso debe dar bastante palo.
—Ya lo sé. ¿Oye, por qué no te vienes a mi casa después del trabajo?
—Tengo una mujer.
—Cualquiera tiene una mujer. Pero yo tengo algo mejor.
—¿Qué?

—Mi novia me compró esta maquinita por mi cumpleaños. Follamos con ella. Se mueve para arriba y para abajo, no tenemos que hacer ningún esfuerzo. Todo el esfuerzo lo hace la máquina.
—Suena bien.
—Tú y yo podemos usar la máquina. Hace mucho ruido, pero no pasa nada mientras la
usemos antes de las diez de la noche.
—¿Y quién se pone encima?
—¿Eso qué importa? A mí me da igual por un lado que por otro. Joder o que me jodan,

es lo mismo.
—¿Es lo mismo?
—Claro, no importa. Lo echaremos a suertes.
—Lo tengo que pensar.
—Bueno, ¿quieres otra pastilla?
—Sí. Dame otra amarilla.
—Te veré a la salida.
—Vale.
Paul me abordó a la salida.
—¿Y bien?
—No puedo hacerlo, Paul. Yo soy heterosexual.
—Es una máquina cojonuda. Una vez que te pongas con la máquina, pasaras de todo.
—No puedo hacerlo.
—Bueno, de todos modos ven y te enseñaré mi colección de pildoras.
—De acuerdo. Eso sí.
Cerré la puerta trasera del almacén. Luego salimos juntos por delante. Mary Lou
estaba sentada en la oficina fumando un cigarrillo y charlando con Bud.
—Buenas noches, tíos —dijo Bud con una ancha sonrisa cruzándole la cara...
La casa de Paul estaba a una manzana hacia el sur. Tenía un apartamento en una planta
baja con las ventanas dando a la Séptima calle.
—Aquí está la máquina —dijo. La puso en marcha.

—Mírala, mírala. Suena como una lavadora. La mujer del piso de arriba, cuando me ve por las escaleras me dice: «Paul, se ve que es usted un hombre muy limpio. Le oigo lavar la ropa tres o cuatro veces a la semana».
—Apágala —dije yo.
—Mira mis pastillas. Tengo miles de pastillas, millares. Muchas ni siquiera sé para
qué sirven.

Paul tenía todos los frascos en la mesilla de la cocina. Había once o doce frascos, todos de diferentes tamaños y formas, rellenos de pildoras de múltiples colores. Era algo hermoso. Mientras lo contemplaba, abrió un frasco, sacó tres o cuatro pastillas y se las tragó. Luego

abrió otro frasco y se tomó otro par de pastillas. Luego abrió un tercer frasco.
—Venga, qué demonios —me dijo—, vamos a ponernos con la máquina.
—Parece que va a llover. Tengo que irme.
—¡Muy bien! —dijo él—. ¡Si no quieres follarme, me follaré yo solo!
Cerré la puerta detrás mío y salí a la calle. Oí como ponía la máquina en marcha.

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