Después de tres semanas volví y me dijeron que podían hacerme algunos exámenes gratis, pero que podía pasar esos exámenes y no saber realmente si tenía cáncer o no. Sin embargo, si les daba 25 dólares y pasaba otro examen, podía estar bastante seguro de que no tenía cáncer. Para estar absolutamente seguro, después de pasar e] examen de 25 dólares, tendría que seguir con el examen de 75 dólares, y si pasaba también ése, podía estar tranquilo. Significaría que mi problema era de alcoholismo o de nervios o de taquicardia. Te hablaban con franqueza, bien clarito, aquellas gatitas con las batas blancas de la Sociedad Americana contra el Cáncer, y yo dije: en otras palabras 100 dólares. Uhmm, hum, asintieron, y yo salí y me sumergí en una borrachera de tres días y todos los bultos desaparecieron junto a los desmayos y los esputos de sangre.
Cuando fui a la compañía Yellow Cab de taxis pasé por el edificio del cáncer y me acordé de que había cosas peores que andar buscando un trabajo que no deseabas. Entré y pareció lo bastante sencillo, los mismos historiales de siempre, preguntas, etc. La única novedad fueron las huellas dactilares, pero yo sabía cómo dejarme tomar las huellas dactilares así que relajé la mano y los dedos y los apreté en la tinta. La chica me felicitó por mi destreza. No sospechó que la había adquirido en las comisarías. El señor Yellow me dijo que volviese al día siguiente para las clases de aprendizaje, y Jan y yo lo celebramos por la noche.
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