lunes, 6 de enero de 2014

"FACTÓTUM" DE CHARLES BUKOWSKI - CAPITULO 79

El almacén iba hacia la quiebra. Los pedidos eran cada vez más pequeños. Cada día había menos cosas que hacer. Despidieron al amigo de Picasso y me pusieron a limpiar los retretes, vaciar las papeleras y colocar el papel higiénico. Todas las mañanas barría y regaba la acera juntoa la puerta del almacén. Una veza la semana lavabalas ventanas.
Un día decidí limpiar mi propio terreno. Una de las cosas que hice fue limpiar el cuarto del cartón, donde yo guardaba todas las cajas de cartón vacías que se utilizaban para los envíos. Las saqué todas y barrí toda la mierda acumulada. Mientras lo limpiaba me apercibí de una pequeña caja gris oblonga en el fondo del cuartucho. La cogí y la abrí. Contenía veinticuatro pinceles de pelo de camello de tamaño grande. Eran soberbios y hermosos y valían diez dólares cada uno. Yo no sabía qué hacer. Me quedé mirándolos durante algún rato, entonces cerré la caja, salí al callejón y los metí en un cubo de basura. Luego volví a meter todas las cajas de cartón vacías en el cuartito.

Aquella noche salí lo más tarde posible. Me fui hasta el café de al lado y pedí un café y tarta de manzana. Luego salí, bajé por la avenida y doblé por la esquina del callejón. Subí por el callejón y estaba a mitad de camino cuando vi a Bud y Mary Lou bajar por el otro extremo. No podía hacer otra cosa que seguir caminando. Era inevitable. Nos acercamos cada vez más. Finalmente, al pasar a su lado, dije: —Hola. —Ellos dijeron : —Hola —y seguí caminando. Subí hasta el final del callejón, crucé la calle y me metí en un bar. Me senté. Estuve sentado un rato y me tomé una cerveza y luego otra más. Una mujer al final de la barra me preguntó si tenía un cerilla. Me acerqué hasta ella y le encendí el pitillo; mientras lo hacía, se tiró un pedo. Le pregunté si vivía en el barrio. Me dijo que era de Montana. Me acordé de una noche desgraciada que había pasado en Cheyenne, Wyoming, que está bas- tante cerca de Montana. Finalmente salí y regresó al callejón.

Me acerqué al bote de basura y miré dentro. Aún seguía allí: la caja gris y oblonga. No parecía vacía. Me la metí por el cuello de la camisa y la solté; cayó, se deslizó por mi pecho y fue a asentarse junto a mi barriga. Volví andando a casa.

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