domingo, 23 de mayo de 2010

CHARLES BUKOWSKI "NOVELA CARTERO" - CAPITULO 2

CAPÍTULO II






1


Mientras tanto, la vida siguió. Tuve una larga racha de suerte en el hipódromo. Empecé a sentirme seguro. Ibas cada día a por un pequeño beneficio, entre 15 y 40 pavos. No pedías demasiado. Si no ganabas pronto, apostabas un poco más, lo suficiente para que si el caballo entraba, sacaras un margen de beneficio. Volvía día tras día, siempre con ganancias, enseñándole el pulgar levantado a Betty al llegar con el coche.

Entonces Betty consiguió un trabajo de mecanógrafa, y cuando una tía con la que vives consigue un trabajo, notas la diferencia. Seguíamos bebiendo toda la noche y ella se iba por la mañana antes que yo. Ahora sabia lo que es bueno. Yo me levantaba hacia las diez y media de la mañana, me tomaba una sosegada taza de café y un par de huevos, jugaba con el perro, flirteaba con la joven es posa de un mecánico que vivía en la parte de atrás, hacía amistad con una bailarina de strip-tease que vivía enfrente y cosas así. Me iba al hipódromo a la una de la tarde, luego volvía con mis ganancias y salía con el perro hasta la parada del autobús, a esperar a que Betty volviese. Era una buena vida.

Entonces, una noche, Betty, mi amor, me lo soltó, después de la primera copa:

-¡Hank, ya no puedo soportarlo!

-¿El qué no puedes soportar, nena?

-La situación.

-¿Qué situación, nena?

-El que yo trabaje y tú hagas el holgazán. Todos los vecinos piensan que yo te mantengo.

-Coño, antes yo trabajaba y tú holgazaneabas.

-Es diferente. Tú eres un hombre, yo una mujer.

-Oh, no sabía eso. Creía que las perras como tú andabais siempre pidiendo a gritos la igualdad de derechos.

-Te crees que no sé lo que está pasando con esa bolita de manteca que vive allí atrás, paseándose por delante tuyo con las tetas colgando... con las tetas fuera...

-¿Las tetas fuera?

-¡Sí, sus TETAS¡ ¡Esas grandes tetas de vaca!

-Uhmm... Es verdad que son bastante grandes.

-¡Vaya! ¡Lo ves!

-¿Qué carajos pasa?

-Tengo amigas por aquí. ¡Ellas me cuentan lo que está pasando!

-Esas no son amigas. Sólo son cotorras chismosas.

-¿Y esa puta de enfrente que se hace pasar por bailarina?

-¿Es una puta?

-Se follaría cualquier cosa con una polla.

-Te has vuelto loca.

-Sólo quiero que la gente no piense que te estoy manteniendo. Todos los vecinos... '

-¡Que se jodan los vecinos! ¿A quién 1e importa lo que piensen? Nunca antes nos han preocupado. Aparte, yo pago el alquiler, yo pago la comida, lo gano en las carreras. Tu dinero es tuyo. Nunca lo has tenido mejor

-No, Hank, se acabó. ¡No puedo soportarlo!

Me levanté y me acerqué a ella.

-Bueno, vamos, nena, lo único que pasa es que esta noche estés un poco irascible.

Traté de abrazarle. Ella me rechazó.

-!Está bien, a la mierda! -dije.

Volví a mi sillón, acabé mi bebida y me serví otra.

-Se acabó -dijo ella-, no voy a dormir contigo ni una noche más.

-Está bien. Guárdate el coño. No es tan fantástico.

-¿Quieres quedarte con la casa o prefieres mudarte? -me preguntó.

-Quédate con la casa.

-¿Y el perro?

-Quédate con el perro -dije.

-Te va a echar de menos.

-Me alegro de que alguien vaya a echarme de menos. Me levanté, me fui al coche y alquilé el primer sitio que vi con un anuncio. Me mudé aquella noche.

Había perdido ya 3 mujeres y un perro.



2


Lo siguiente que supe es que tenla una chica de Texas en mi regazo. No voy a meterme en detalles de cómo la conocí. De cualquier modo, allí estaba. Tenía 23 años. Yo 36.

Tenía una larga cabellera rubia y buenas carnes prietas. En ese momento no sabía que también tenía mucho dinero. Ella no bebía, pero yo sí. Nos reímos mucho al principio. Y también íbamos juntos al hipódromo. Era atractiva, y cada vez que volvía a mi asiento habla algún rijoso deslizándose más y más cerca de ella. Había docenas de ellos. Lo único que hacían era acercarse más y más. Joyce se quedaba en su sitio. Me tenía que deshacer de ellos de dos formas. O bien coger a Joyce e irnos a otro sitio, o bien decirle al tipo:

-Mira, compadre, está ocupada, ¡así que largo!

Pero luchar con los lobos y los caballos al mismo tiempo era demasiado para ni¡. Perdía continuamente. Un profesional va al hipódromo solo. Eso ya lo sabía. Pero pensaba que tal vez yo fuese excepcional. Descubrí que en realidad no era excepcional. Podía perder mi dinero tan rápidamente como cualquier otro.

Entonces Joyce me pidió que nos casáramos.

Qué demonios, pensé, de todas formas ya estoy frito.

La llevé a Las Vegas para una boda barata, luego regresamos.

Vendí el coche por 10 dólares y la siguiente cosa que supe es que estábamos en mi autobús hacia Texas. Cuando llegamos tenía 75 centavos en el bolsillo. Era un lugar pequeño, tenia una población, creo, de menos de 2.000 personas. El pueblo había sido elegido por expertos, en un artículo nacional, como la última población en los Estados Unidos que un enemigo pudiera atacar con una bomba atómica. Pude ver por qué.

Durante todo este tiempo, sin saberlo, me estaba labrando el camino de vuelta a la Oficina de Correos.

Joyce tenía una casita en el pueblo y allí lo pasábamos bien, jodíamos y comíamos. Me alimentaba bien, me engordaba y me debilitaba al mismo tiempo. Nunca tenía suficiente. Joyce, mi mujer, era una ninfómana.

Me daba pequeños paseos por el pueblo, a solas, para escapar de ella, con las marcas de sus dientes en todo el pecho, el cuello y los hombros, así como en otro sitio que me preocupaba más y que era mucho más doloroso. Me estaba devorando vivo.

Me arrastraba tambaleante por la ciudad y ellos me miraban, conociendo lo de Joyce, su comportamiento sexual, y también que su padre y su abuelo tenían más dinero, tierras, lagos y reservas de caza que todos ellos juntos. Me compadecían y me odiaban al mismo tiempo.

Un muchachito, una especie de mosquito, fue enviado una mañana a sacarme de la cama y me llevó a dar un paseo en coche, señalando esto y lo otro, aquello y lo de más allá es del señor tal y tal, el padre de Joyce, y eso otro es del señor tal y tal, el abuelo de Joyce...

Estuvimos toda la mañana en el coche. Alguien estaba tratando de asustarme. Me aburría. Iba sentado en el asiento de atrás y el mosquito pensaba que yo era un magnate forrado de millones. No sabía que yo estaba allí por accidente, y que era un ex cartero con 75 centavos en el bolsillo.

El mosquito, pobre diablo, tenía algún trastorno nervioso y conducta muy deprisa, y de vez en cuando le entraba un estremecimiento que le agitaba todo el cuerpo y le hacía perder el control del coche. Se iba de un lado a otro de la carretera, y en una ocasión fue rozando con un seto durante cincuenta metros antes de que pudiera recobrar el control.

-¡EH! ¡TRANQUILO, BUSTER! le gritaba yo desde el asiento de atrás.

Eso era. Estaban tratando de noquearme. Era obvio. El mosquito estaba casado con una chica muy guapa. Cuando ella era una adolescente, se le había quedado una botella de coca--cola atascada en el coño y había tenido que ir a un doctor para que se la sacara, y, como en todos los pequeños pueblos, en seguida se corrió la voz, la pobre chica fue marginada y el mosquito era el único que habla aceptado quedarse con ella. Habla acabado consiguiendo el mejor culo del pueblo.

Encendí un puro que me había dado Joyce y le dije al mosquito:

-Eso es todo, Buster. Ahora llévame de vuelta a casa. Y conduce despacio, no quiero que se estropee la cosa.

Me hice el magnate para agradarle.

-Sí, señor Chinaski, ¡sí, señor!

Me admiraba. Pensaba que yo era un hijo de puta.

Cuando volví, Joyce me preguntó:

-¿Bueno lo has visto todo?

-Vi lo suficiente -dije. Me refería a que me daba cuenta de que estaban tratando de noquearme. No sabia si Joyce estaba en el ajo o no.

Entonces comenzó a quitarme la ropa como si pelara un plátano y a arrastrarme hacia la cama.

-¡Oye, espera un momento, nena! !Ya lo hemos hecho dos veces y todavía no son las dos de la tarde!

Se limitó a soltar una risita y a seguir.



3


Su padre me odiaba de veras. Pensaba que yo iba detrás de la pasta. Yo no quería su maldito dinero. Y ni siquiera quería a su maldita y preciosa hija.

La única vez que le vi fue cuando entró en el dormitorio una mañana hacia las 10. Joyce y yo estábamos en la cama, descansando. Afortunadamente acabábamos de terminar.

Le miré desde debajo del borde de la colcha. Entonces no pude evitarlo. Le sonreí y le hice un guiño.

Salió de la casa corriendo, gruñendo y maldiciendo.

Haría todo lo posible para echarme.

El abuelete era más tranquilo. Fuimos a su casa y yo bebí whisky con él y escuché sus discos de cow-boys. Su vieja era simplemente indiferente. Ni me apreciaba ni me odiaba. Se peleaba mucho con Joyce y yo me puse de su lado alguna que otra vez. Eso hizo que me apreciara un poco más. Pero el abuelete era un tipo frío. Creo que estaba en la conspiración.

Habíamos estado comiendo en un café, con todo el mundo encima nuestro en plan adulador. El abuelete, la abuelita, Joyce y yo.

Luego subimos en el coche y nos pusimos en marcha.

-¿Has visto alguna vez un búfalo, Hank? -me preguntó Abuelete.

-No, Wally, nunca.

Le llamaba "Wally". Como viejos compadres de whisky. Y una leche.

-Tenemos unos cuantos allí.

-Pensaba que estaban extinguidos.

-Oh, no, tenemos docenas de ellos.

-No lo creo.

-Enséñaselos, Papi Wally -dijo Joyce.

Zorra estúpida. Le llamaba "Papi Wally". El no era su padre.

-Esté bien.

Fuimos por un camino hasta llegar a un campo vallado. E1 suelo era irregular y no podías ver el otro lado del campo. Era muy amplio y tenía millas de largo. No había nada más que hierba verde.

-No veo ningún búfalo -dije yo.

-El viento viene de la derecha -dijo Wally-. Sólo tienes que subir allí y caminar un poco. Tienes que andar un poco para verlos.

No había nada en el campo. Pensaban que eran muy graciosos, burlándose de un pisaverde de la ciudad. Salté la valla y empecé a andar.

-Bueno, ¿dónde estén los búfalos? -grité.

-Están allí. Sigue andando.

Oh, demonios, querían jugar a la vieja broma de darse el piro. Malditos pueblerinos. Esperarían hasta que yo estuviera alejado y entonces se largarían riendo. Bueno, allá ellos. Podía volver caminando. Me servida para descansar de Joyce.

Fui metiéndome en el campo, caminando deprisa, esperando a que se fueran. No los oí marcharse. Me metí

más, luego me di la vuelta, hice bocina con las martas y les grité:

-¿BUENO, DONDE ESTÁN LOS BUFALOS?

La respuesta vino de detrás mío. Pude oír sus patas en el suelo. Había tres de ellos, grandes, justo igual que en las películas, y estaban corriendo. ¡Estaban viniendo DEPRISA! Uno llevaba algo de ventaja sobre los otros. No habla duda sobre cuál era su objetivo.

-¡Oh, mierda! -dije.

Me di la vuelta y comencé a correr. Aquella valla parecía muy lejana. Parecía imposible de alcanzar. No podía perder tiempo mirando atrás. Eso podía significar la ruina. Iba volando, con los ojos como platos. ¡Cómo me movía! ¡Pero ellos ganaban terreno! Podía sentir el suelo temblando a mi alrededor mientras ellos golpeaban la tierra con sus zancadas, alcanzándome. Les podía oír resoplando, podía oír sus babeos. Con el resto de mis fueras me lancé y salté la valla. No trepé por ella, volé por encima. Y aterricé con la espalda en una zanja, mientras uno de estos bichos asomaba su cabeza por encima de la valla, mirándome.

En el coche estaban todos riéndose. Pensaban que era la cosa más graciosa que habían visto nunca. Joyce se reta con más fuerza que nadie.

Las estúpidas bestias dieron algunas vueltas y luego se fueron.

Salí de la zanja y subí al coche.

-Ya he visto a los búfalos dije---, ahora vámonos a tomar una copa.

Se rieron durante todo el camino. Se paraban y luego alguien volvía a empezar y los otros le seguían. Wally tuvo que parar una vez el coche. No podía conducir. Abrió la puerta y se tiró por el suelo carcajeándose. Hasta la abuela se tronchaba, junto con Joyce.

Más tarde la historia se corrió por el pueblo y tuve que abandonar mis paseos. Necesitaba un corte de pelo. Se lo dije a Joyce.

Ella dijo:

-Vea una peluquería.

-No puedo dije---. Es por los búfalos.

-¿Tienes miedo de esos hombres de la peluquería?

-Es por los búfalos -dije yo.

Joyce me cortó el pelo.

Hizo un trabajo horrible.



4


Entonces Joyce quiso volver a la ciudad. A pesar de todos los inconvenientes, aquel pequeño pueblo, con o sin cortes de pelo, le daba mil vueltas a la vida en la ciudad. Era tranquilo. Teníamos nuestra propia casa. Joyce me alimentaba bien. Con mucha carne. Carne rica, buena y bien cocinada. Tengo que decir una cosa de aquella perra: sabía cocinar. Sabía cocinar mejor que cualquier mujer que hubiera conocido antes. La comida es buena para los nervios y el espíritu. El coraje viene del estómago, todo lo demás es desesperación.

Pero no, ella quería irse. La vieja estaba siempre dándole la lata y ya no podía más. Por mi parte, prefería interpretar el papel de villano. Habla hecho morder el polvo a su primo, el matón del pueblo. No había ocurrido nunca. En el día del blue-jean se suponía que todo el mundo en el pueblo debía llevar jeans o ser arrojado al lago. Yo me puse mi único traje y corbata y lentamente, como Billy el Niño, con todas las miradas puestas en mi, anduve despacio a través del pueblo, mirando escaparates, parándome a comprar puros. Partí el pueblo en dos como una cerilla de madera.

Más tarde me encontré en la calle con el doctor del pueblo. Me cala bien. Estaba siempre colocado con drogas. Yo no era un hombre de drogas, pero en caso de que tuviera que esconderme de ml mismo por unos días, sabia que él me podría conseguir cualquier cosa que quisiera.

-Nos vamos -le dije.

-Deberían quedarse -dijo él-, es una buena vida. Hay mucha caza y pesca. El aire es bueno. No hay presiones. Son los dueños del pueblo.

-Lo sé, doc, pero es ella la que lleva los pantalones.



5


Así que Abuelete le firmó a Joyce un gran cheque y allí nos fuimos. Alquilamos una pequeña casa en lo alto de una colina y entonces le entró a Joyce esta especie de memez moralista.

-Tenemos que conseguir los dos trabajo --decía- para probarles que no vas detrás de su dinero, Para probarles que somos autosuficientes.

-Nena, eso es de parvulario. Cualquier imbécil puede tener un trabajo; vivir sin trabajar es cosa de sabios. Por aquí lo llamamos chulear. A mí me gusta ser un buen chulo.

A ella no le gustaba.

Entonces le expliqué que un hombre no podía encontrar trabajo sin un coche para moverse. Joyce cogió el teléfono y Abuelete mandó el dinero. Lo siguiente que supe es que estaba montado en un Plymouth completamente nuevo. Me mandó a la calle vestido con un fino traje de estreno, con zapatos de 40 dólares, y me dije, qué coño, vamos a tratar de que esto dure. Un mozo de carga, eso es lo que yo era. Cuando no sabías hacer otra cosa, eso era en lo que acababas, de mozo de carga, empleado de recibos o chico de almacén. Miré dos anuncios, fui a un par de sitios y en los dos me aceptaron. El primero olía a trabajo, así que escogí el segundo.

O sea que allí estaba, con mi máquina de cinta adhesiva trabajando en un almacén de objetos artísticos. Era fácil. Sólo había que trabajar una o dos horas al día. Escuchaba la radio, me construí una especie de oficina con placas de contrachapado, puse un viejo escritorio, el teléfono, y me sentaba allí leyendo revistas de carreras. Algunas veces me aburría y bajaba por el callejón hasta un café cercano a sentarme un rato, beber un café, comer pastel y flirtear con la camarera.

Llegaban los conductores de los camiones:

-¿Dónde está Chinaski?

-Está allá abajo, en el café.

Bajaban, se tomaban un café y entonces subíamos por el callejón a hacer el trabajo, sacábamos unas cuantas cajas del camión o las metíamos. Poca cosa.

No me despedían. Incluso les cala bien a los vendedores. Ellos le robaban al dueño al otro lado de la puerta, pero yo no decía nada. Era un juego de enanos, a mi no me interesaba. Yo no era un robaperas. Yo queda el mundo entero o nada.



6


En aquella casa de la colina rondaba la muerte. Lo supe el primer día que empujé la puerta de persiana para salir al patio trasero. Un sonido zumbante, hirviente, ululante, estridente, vino hacia mí: 10.000 moscas se alzaron a un tiempo en el aire. Todo el patio estaba lleno de

moscas, había un árbol verde que usaban como nido. Lo adoraban.

Oh, Cristo, pensé, ¡y ni una araña en 8 kilómetros!

Al quedarme allí quieto, las 10.000 moscas empezaron a descender del cielo, posándose en la hierba, en la verja, en mi pelo, en mis brazos, en todas partes. Una de las más audaces me picó.

Solté un taco, sal¡ corriendo y compré el pulverizador matamoscas más grande que había visto en mi vida. Luché con ellas durante horas, con rabia, las moscas y yo, y horas más tarde, tosiendo y enfermo de respirar el matamoscas, miré a mi alrededor y habla tantas moscas como al principio. Parecía que por cada mosca que había matado habían nacido dos. Me di por vencido.

El dormitorio tenía una estantería encima de la cama. Habla macetas con geranios. Cuando me acosté allí por primera vez con Joyce y comenzarnos el trote, vi que los estantes comenzaban a temblar y agitarse.

Entonces ocurrió.

-!Oh, oh! -dije.

-¿Qué pasa ahora? -preguntó Joyce-. ¡No pares! ¡No pares¡

-Nena, me acaba de caer una maceta de geranios en el culo.

-¡No pares! ¡Sigue!

-!Está bien! !Está bien¡

Continué, iba todo bien cuando...

-¡Oh, mierda!

-¿Qué pasa? ¿Qué pasa?

-Otra maceta de geranios, nena, me ha caído en la espalda, ha rodado hasta el culo y ha caído por tierra.

-!A la mierda los geranios! !Sigue¡ ¡Sigue!

-Oh, está bien...

Durante todo el polvo siguieron cayéndome macetas encima. Era como tratar de joder durante un ataque aéreo. Finalmente lo conseguí.

Más tarde dije:

-Oye, nena, tenemos que hacer algo respecto a esos geranios.

-¡No, déjalos ahí!

-¿Por qué, nena, por qué?

-Ayudan.

-¿Que ayudan?

-Sí.

Soltó una risita. Los geranios siguieron allí arriba. La mayor parte del tiempo.



7


Entonces empecé a volver a casa malhumorado.

-¿Qué es lo que te pasa, Hank?

Tenía que emborracharme todas las noches.

-Es Freddy, el encargado. Ha comenzado a silbar esa maldita canción. Ya la está silbando cuando entro por las mañanas y no para nunca, sigue silbándola cuando me voy por las noches. ¡Lleva así dos semanas!

-¿Cuál es el titulo de la canción?

-La vuelta al mundo en ochenta días. Nunca me ha gustado.

-Bueno, busca otro trabajo.

-Es lo que haré.

-Pero sigue trabajando hasta que encuentres otro empleo. Tenemos que probarles que...

-¡Está bien, está bien!



8


Una tarde me encontré a un viejo borracho en la calle. Solía conocerle de los tiempos con Betty, cuando nos recorríamos los bares. Me dijo que ahora era empleado de Correos y que no daba golpe.

Fue una de las mentiras mes gordas del siglo. He estado buscando a ese tipo durante años, pero me temo que alguien lo debió cazar antes.

Así que allí estaba haciendo de nuevo el examen de servicio civil. Sólo que esta vez puse en el papel .oficinista. en vez de .cartero..

Para cuando me llamaron a presentarme en las ceremonias de juramento, Freddy había dejado de silbar La vuelta al mundo en ochenta días, pero yo andaba obcecado detrás de aquel trabajo cómodo con El Tío Sam.

Le dije a Freddy:

-Tengo que resolver un pequeño asunto, así que puede que me tome una hora u hora y media para el almuerzo.

-Muy bien, Hank.

Poco sabía lo largo que iba a ser aquel almuerzo.



9


Eramos un grupo de 150 a 200. Había unos aburridos papeles que rellenar. Luego nos pusimos firmes y miramos la bandera. El tío que nos hizo jurar era el mismo tío que me había hecho jurar la otra vez.

Después de tomarnos juramento, el tío nos dijo:

-Bueno, ahora han conseguido ustedes un buen trabajo. Mantengan la nariz limpia y tendrán seguridad para el resto de su vida.

¿Seguridad? Podías tener mucha seguridad en la cárcel. Tres paredes y ningún alquiler que pagar, nada de utilidades, ni impuestos, ni mantenimiento infantil. Nada de licencias de circulación. Nada de multas de tráfico. Nada de sanciones por conducir en estado de ebriedad. Nada de pérdidas en el hipódromo. Atención médica gratis. Camaradería con gente con intereses similares. Iglesia. Funeral y enterramiento gratuitos.

Cerca de 12 años más tarde, de estos 150 o 200 sólo quedábamos 2. Igual que algunos hombres no pueden hacer el taxi, chulear o traficar droga, la mayoría de los hombres no pueden ser empleados de Correos. Y no les culpo. A medida que pasaban los años, los veía continuamente llegar en sus escuadrones de 150 o 200, y dos o tres, o cuatro como máximo eran los que resistían, justo los suficientes para reemplazar a aquellos que se jubilaban.



10


El guía nos llevó por todo el edificio. Eramos tantos que tuvieron que dividirnos en grupos. Usábamos el ascensor por turnos. Nos enseñaron la cafetería de empleados, el sótano, todas esas estupideces.

Cristo, pensaba yo, espero que se den prisa. Llevo ya dos horas de tiempo de almuerzo.

Entonces el gula nos dio a todos unas fichas de horarios. Nos enseñó los relojes de fichar.

-Así es como tienen que fichar.

Nos enseñó cómo. Entonces dijo:

-Ahora, fiche usted.

Doce horas y media después sacamos la ficha. Un infierno de ceremonia.



11


Después de nueve o diez horas, a la gente empezaba a entrarle sueño y se caían sobre sus cajas, recobrándose justo a tiempo. Trabajábamos en la clasificación por distritos. Si en una carta ponla distrito 28, la tenías que meter por el agujero n.° 28. Era sencillo.

Un negro enorme levantó la cabeza bruscamente y empezó a estirar los brazos para mantenerse despierto. Se tambaleaba hacia el suelo.

-¡Maldita sea! ¡No puedo aguantarlo! -decía.

Y eso que era un bruto enorme y rebosante de fuerza. Usar los mismos músculos una y otra vez era de lo más agotador. Me dolía todo. Y al final del pasillo habla un supervisor, otra Roca, con aquel aspecto en su cara... debían practicarlo delante del espejo, todos los supervisores tenían aquel aspecto en sus caras, te miraban como si fueras una plasta de mierda humana. Sin embargo hablan entrado allí por la misma puerta. Hablan sido antes empleados o carteros. Yo no podía entenderlo. Se habían transformado en lomillos.

Tenías que estar continuamente con un pie en el suelo. El otro lo podías poner en la barra de descanso. Lo que llamaban “barra de descanso” era un pequeño almohadoncillo redondo fijado sobre un zanco. No se permitía hablar. Habla dos pausas de lo minutos en 8 horas. Apuntaban la hora en que te ibas y la hora en que volvías. Si te estabas fuera 12 ó 13 minutos, te echaban la bronca.

Pero el sueldo era mejor que en el almacén de arte, así que pensé: Bueno, ya me acostumbraré.

Jamás conseguí acostumbrarme.



12


Entonces el supervisor nos llevó a otro corredor. Habíamos estado allí diez horas.

-Antes de empezar -dijo el jefe-, quiero decirles algo. Cada una de estas cestas de correo debe ser despachada en 23 minutos, es el horario de producción. Ahora, sólo pan divertimos, vamos a ver si podemos lograr el horario de producción. ¡Venga, uno, dos y tres... ADELANTE!

¿Qué diablos es esto?, pensé. Estoy cansado.

Cada cesta tenla más de medio metro de longitud, y guardaban diferentes cantidades de cartas. Algunas tenían dos n tres veces más correo que otras, dependiendo además del tamaño de las cartas.

Las manos empezaron a volar. Miedo al fracaso.

Yo me tomé mi tiempo. '

--!Cuando acaben con una cesta, cojan otral

Realmente se esforzaban, luego de un salto cogían otra cesta.

El super vino detrás mío:

-Bueno -dijo señalándome-, este hombre sí que caté haciendo producción. ¡Ya va por la mitad de su segunda cesta!

Era mi primera cesta. No sabía si estaba tratando de burlarse de mí o no, pero dado que iba tan adelantado, me demoré un poco más.



13


A las 3:30 de la madrugada finalizaron mis doce horas. A los auxiliares no se les pagaban las horas extras,

te pagaban horario standard y se te consideraba como empleado suplente temporal.

Puse el despertador para llegar al almacén de arte a las 8 de la mañana.

-¿Qué te pasó, Hank? Pensamos que habías tenido quizá un accidente de coche. Te estuvimos esperando todo el día.

-Me despido.

-¿Que te despides?

-Si, no se le puede culpar a un hombre por querer prosperar.

Entré en la oficina y recogi mi cheque. Estaba de vuelta en la Oficina de Correos.



14


Mientras tanto, Joyce seguía allí, y sus geranios, y un par de millones si conseguia aguantar lo suficiente. A Joyce, a las moscas y a los geranios. Trabajaba en el turno de noche, 12 horas, y ella me exprimía por las mañanas. Yo estaba dormido y me despertaba con esta mano dándome meneo. Entonces lo tenia que hacer. La pobre estaba loca.

Entonces llegué una mañana y ella me dijo:

-Hank, no te enfades.,

Yo estaba demasiado cansado para enfadarme.

-¿Qué pasa, nena?

-He comprado un perro. Un cachorrito precioso.

-Bueno, .eso está bien. No hay nada malo en un perro. ¿Dónde está?

-Está en la cocina. Le he puesto de nombre .Picasso..

Entré y miré al perro. No podía ver. El pelo le cubría

los ojos. Lo observé mientras andaba. Luego lo cogí y le miré a los ojos. ¡Pobre Picasso!

-¿Nena, sabes lo que has ido a hacer?

-¿No te gusta?

-No he dicho que no me guste. Pero es un subnor. mal. Tiene un coeficiente de inteligencia de menos de 12. Has ido a comprar un perro idiota.

-¿Cómo lo puedes saber?

-Sólo con mirarle.

Entonces Picasso comenzó a mearse. Picasso estaba repleto de orines. Corrió en largos y amarillos riachuelos por el suelo de la cocina. Entonces acabó y se puso a mirarlo.

Lo agarré.

-Límpialo.

Así que Picasso era un problema más.

Me desperté después de una noche de 12 horas con Joyce bandoneándome bajo los geranios y pregunté:

-¿Dónde está Picasso?

-¡Oh a la mierda Picasso! -dijo ella.

Salí de la cama, desnudo, con esta cosa enorme delante mío.

-¡Oye, te lo has vuelto a dejar otra vez en el patio! ¡Te dije que no lo dejaras fuera en el patio durante el día!

Salí al patio, desnudo, demasiado cansado para vestirme. Y allí estaba el pobre Picasso, cubierto por 500 moscas, arrastrándose en círculos por su cuerpo. Me puse a correr con la cosa (ya bajando por entonces) insultando a las moscas. Estaban en sus ojos, bajo su pelo, en sus orejas, en sus genitales, dentro de su boca ...en todas partes. Y lo único que hacía él era seguir allí sentado sonriéndome. Riéndose, mientras las moscas se lo comían vivo. Quizás era más sabio que ninguno de nosotros. Lo recogí y lo metí dentro de la casa.

El perrito río
Al ver cosa tan rara;
Y el plato corriendo se marchó con la cuchara.

-¡Maldita sea, Joyce! Te lo he dicho mil veces.

-Bueno, tú fuiste el que me lo hiciste sacar. ¡Tiene que salir para cagar!

-Sí, pero cuando acabe, éntralo. No tiene la suficiente inteligencia para volver a entrar solo. Y limpia la mierda que deje. Estás creando un paraíso para moscas ahí fuera.

Luego, tan pronto como me dormí, Joyce empezó de nuevo a darme caña. Ese par de millones estaban tardando mucho en llegar.



15


Estaba medio dormido en un sillón, esperando la comida.

Me levanté a por un vaso de agua y al entrar en la cocina vi a Picasso acercarse a Joyce y lamer su tobillo. Yo estaba descalzo y ella no podía oirme. Llevaba zapatos de tacón alto. Le miró y su cara reflejó un odio brutal y pueblerino. Le pegó una fuerte patada en un costado con la punta de su zapato. El pobre animal se puso a correr en círculos, aullando de forma lastimera. Se empezó a mear. Yo entré a por mi vaso de agua. Cogí el vaso y entonces, antes de que llegara a caer el agua dentro, lo arrojé contra el estante de vasos que había a la izquierda del fregadero. El cristal voló por todas partes. Joyce apenas tuvo tiempo de cubrirse la cara. No me importó. Cogí el perro y salí de allí. Me senté en el sillón con él y lo acaricié. El me miró y me lamió la muñeca. Su rabo se agitaba como un pez recién pescado.

Vi a Joyce de rodillas con una bolsa de papel, recogiendo cristales Entonces empezó a sollozar. Trataba de contenerse. Estaba de espaldas a mi, pero pude darme cuenta de los síntomas que la hacían temblar y saltar las lágrimas.

Dejé a Picasso y entré en la cocina.

-¡Nena, no, nena por favor!

La levanté cogiéndola desde atrás. Se caía sin fuerzas.

-Nena, lo siento... lo siento.

La sostuve contra ml, con mi mano sobre su vientre. La acaricié tiernamente, tratando de parar las convulsiones.

-Tranquila, nena, tranquila...

Se serenó un poco. Le aparté el pelo hacia atrás y la besé detrás de la oreja. Se notaba cálida. Ella apartó la cabeza. La besé de nuevo y ya no apartó la cabeza. La sentí respirar, luego dejó escapar un pequeño gemido. La levanté en brazos y ]a llevé a la otra habitación, me senté en un sillón con ella en mi regazo. No me miraba. Yo la besaba en el cuello y las orejas. Con un brazo alrededor de sus hombros y el otro en su cadera. Moví la mano arriba y abajo por su cadera al ritmo de su respiración, tratando de expulsar fuera la mala electricidad.

Finalmente, con la más débil de las sonrisas, me miró. Yo le di un golpecito en la barbilla.

-¡Perra chiflada! -dije.

Se rió y entonces nos besamos, con nuestras cabezas moviéndose hacia atrás y hacia delante. Empezó otra vez a sollozar.

Me aparté y dije:

-¡NO EMPIECES¡

Nos besamos de nuevo. Entonces la levanté y la llevé al dormitorio, la dejé sobre la cama, me quité pantalones, calzoncillos y calcetines a toda prisa, le bajé las bragas hasta los pies, le quité un zapato y entonces, con un zapato quitado y otro no, la eché el mejor polvo que habíamos tenido en muchos meses. Hasta la última planta de geranios se cayó de los estantes. Cuando acabé, acaricié con suavidad su espalda, jugando con su larga cabellera, diciéndole cosas. Ella ronroneaba. Finalmente, se levantó y se fue al baño.

No volvió. Fue a la cocina y empezó a lavar platos y a cantar.

Por los cojones de Cristo, Steve McQueen no podría haberlo hecho mejor.

Tenía dos Picassos en mis manos.



16


Un día, después de cenar, o almorzar, o lo que coño fuera, ya que con mi enloquecido horario nocturno de 12 horas no estaba muy seguro de nada, dije:

-Mira, nena, lo siento, ¿pero no te das cuenta que este trabajo me está conduciendo a la locura? Mira, vamos a dejarlo. Vamos simplemente a dedicarnos a holgazanear y a hacer el amor y a dar paseos y a charlar. Podemos ir al zoo a ver a los animales. Podemos ir a ver el mar, está sólo a 45 minutos. Podemos ir a jugar a las máquinas en los recreativos. Podemos ir a las carreras, al Museo de Arte, a los combates de boxeo. Podemos tener amigos. Podemos reír. Esta forma de vivir es como la de cualquier otro: nos está matando.

-No, Hank, tenemos que demostrárselo, tenemos que demostrarles que...

Allí estaba otra vez la pequeña paleta de Texas hablando.

Me di por vencido.



17


Cada noche, al disponerme a partir, Joyce me colocaba la ropa sobre la cama. Todo era de lo mejor que podía comprarse con dinero. Y nunca llevaba el mismo par de pantalones la misma camisa, los mismos zapatos, dos noches seguidas. Había docenas de trajes diferentes. Yo me ponía lo que ella me sacaba. Igual que con mamá.

No he llegado muy lejos, pensaba, y entonces me vestía.



18


Tenías esta cosa que llamaban Clase de Entrenamiento y cada noche, durante 30 minutos, dejábamos de clasificar correo.

Un italiano voluminoso se subía a un estrado para leernos la cartilla.

-...Deben saber que no hay nada como el olor de un buen sudor limpio, pero no hay nada peor que el hedor de un sudor rancio...

Dios mío, pensé yo, ¿estoy oyendo bien? Estoy seguro de que debe estar prohibido por la ley. Este huevón me está diciendo que me lave los sobacos. Esto no se lo dirían a un ingeniero o a un concertista. Nos está degradando.

-...así que dense un baño todos los días, mejorarán en apariencia tanto como en trabajo.

Creo que quería usar la palabra “higiene” en algún lugar, pero no le salía.

Entonces se acercó a la parte trasera del estrado y bajó de un tirón un gran mapa. Y era realmente grande.

Cubría la mitad del escenario. Una luz iluminó el mapa. Y el voluminoso italiano cogió una vara de señalar con un puntero de goma, como los que usaban en la escuela, y señaló el mapa:

-Bueno, ¿ven todo este VERDE? Lo hay en cantidad. ¡Miren!

Señaló repetidamente el verde con el indicador.

Había por entonces un sentimiento anti-ruso más acendrado que ahora. China no había empezado todavía a mover sus músculos. Vietnam no era más que una fiesta de fuegos de artificio. Pero yo seguía pensando: ¡Debo estar loco! ¿Estaré oyendo bien? Pero en la audiencia nadie protestó. Necesitaban el trabajo. Y, según Joyce, yo también necesitaba el trabajo.

Entonces dijo:

-¡Miren aquí. Esto es Alaska! ¡Y allí están ellos! Parece casi como si pudieran llegar de un salto, ¿no?

-¡Sí! -dijo algún gilipollas de la primera fila.

El italiano soltó el mapa, que se enrolló furiosamente sobre sí mismo, restallando con furia.

Entonces se acercó al borde del estrado y nos apuntó con la vara.

-¡Quiero que entiendan que es nuestro deber defender a la patria! Quiero que entiendan ustedes que CADA CARTA QUE DESPACHAN, CADA SEGUNDO, CADA MINUTO, CADA HORA, CADA DIA, CADA SEMANA, CADA CARTA EXTRA QUE DESPACHAN MAS ALLA DE SU DEBER, AYUDA A DERROTAR A LOS RUSOS! Bien, esto es todo, por hoy. Antes de irse, cada uno de ustedes recibirá su esquema asignado.

Esquema asignado, ¿qué era eso?

Alguien pasó repartiendo unas láminas.

-¿Chinaski? -dijo.

-¿Sí?

-Tienes la zona 9.

-Gracias dije.

No me di cuenta de lo que decía. La zona 9 era la más grande de la ciudad. Otros consiguieron zonas minúsculas. Era igual que las cestas de medio metro en 23 minutos. Te apisonaban como querlan, as( de sencillo.



19


A la noche siguiente, mientras el grupo se trasladaba del edificio principal al edificio de instrucción, me paré a hablar con Gus. En otros tiempos, Gus había sido un peso welter de tercera clase que nunca había llegado a acercarse al campeón. Tiraba por el lado izquierdo, y como se sabe, nadie quiere pelear con un zurdo, tienes que volver a entrenar a tu chico completamente al revés, y ¿para qué molestarse? Gus me llevó a un rincón y echamos unos traguitos de su botella. Luego traté de alcanzar el grupo.

El italiano me estaba esperando en la puerta. Me vio llegar. Me abordó en mitad del camino.

-Chinaski.

-¿Sí?

-Llega tarde.

No dije nada. Caminamos hacia el otro edificio juntos.

-Estoy pensando en enchufarle una papeleta de advertencia.

-¡Oh, por favor, no lo haga, señorl ¡Por favor, no lo haga! -dije yo mientras andábamos.

-Está bien -dijo él-, por esta vez lo dejaré pasar.

-Gracias, señor ---dije, y entramos juntos m el edificio.

¿Quieren saber algo? El hijo de puta apestaba a sudor.



20


Ahora los 30 minutos se dedicaban a instrucción de esquemas. Nos daban a cada uno un taco de cartas para aprender a clasificarlas en nuestras cajas. Era una es pecie de prueba de capacidad, y para pasarla tenías que clasificar 100 cartas en no más de 8 minutos con un 95 por ciento de exactitud por lo menos. Te daban tres oportunidades para pasarla, y si a la tercera seguías fallando, te dejaban ir. Es decir, quedabas despedido.

-Puede que algunos de ustedes no lo consigan -dijo el italiano-. Eso quiere decir que lo suyo es otra cosa. Quizás acaben de presidentes de la General Motors.

Entonces nos libramos del italiano y nos vino un pequeño y majete instructor de esquemas que nos daba ánimos.

-Podéis hacerlo, chicos, no es tan duro como parece.

Cada grupo tenía su propio instructor y a ellos también se les calificaba, por el porcentaje de gente en su grupo que conseguía pasar. Nosotros tentamos al tío con el porcentaje más bajo. Esto le preocupaba.

-Esto no es nada, chicos, sólo tenéis que concentra ros en ello.

Algunos tenían unos pupitres muy pequeños. Yo tenía el más grande de todos.

Me sentaba allí con mis magníficos trajes nuevos. Sin hacer nada, con las manos en los bolsillos.

-¿Chinaski, qué te pasa? -me preguntaba el instructor-. Sé que puedes hacerlo.

-Ya. Ya. Pero ahora estoy pensando.

-¿Pensando en qué?

-En nada.

Entonces se iba.

Una semana más tarde estaba yo allí, con las manos en los bolsillos, cuando se me acercó uno de los chicos.

-Señor, creo que ya estoy listo para hacer la prueba de esquemas -me dijo.

-¿Estás seguro? -le dije yo.

-He estado haciendo 97, 98, 99 y un par de veces 100 en las prácticas.

-Debes comprender que estamos gastando una gran cantidad de dinero en tu instrucción. ¡Queremos que lo hagas a la perfección!

-Señor, !creo de verdad que estoy preparado¡

-Está bien -me incliné hacia delante y estreché su mano-, a por ello entonces, muchacho, y buena suerte.

-¡Gracias, señorl

Se fue hacia la sala de examen, una pecera de paredes de cristal donde te metían para ver si podías nadar en sus aguas. Pobre pillo. De ser un simple villano a caer en esto. Entré en la sala de prácticas, quité la banda de goma de las cartas y las miré por primera vez.

-¡Vaya mierda! -dije.

Un par de tíos se rieron. Entonces el instructor dijo:

-Se han acabado los 30 minutos. Podéis volver al trabajo.

Lo que significaba volver a las 12 horas.

No conseguían suficiente ayuda pare despachar todo el correo, así que los que se quedaban tenían que hacer un trabajo de titanes. Nuestro sistema de trabajo era de 12 horas durante dos semanas seguidas, pero luego teníamos 4 días libres. Eso hacía que pudiésemos seguir. 4 días de descanso. La última noche anterior a los 4 días libres, entró el secretario.

-¡ATENCION! ¡TODOS LOS AUXILIARES DEL GRUPO 409!...

Yo estaba en el grupo 409.

-...SUS CUATRO DIAS LIBRES HAN SIDO CANCELADOS. ¡TIENEN QUE PRESENTARSE A TRABAJAR ESTOS CUATRO DIAS!



21


Joyce encontró un trabajo con el gobierno, en el De partamento de Policía del Condado. ¡Ahí estaba yo, viviendo con la poli! Pero al menos era de día, lo cual une permitía un poco de descanso lejos de esas manos incansables, aunque había un nuevo problema. Joyce había comprado dos periquitos, y los condenados bichos no hablaban, sólo emitían unos sonidos irritantes durante todo el día.

Joyce y yo nos veíamos sólo durante el desayuno y la cena. Todo muy rápido, muy agradable. Aunque todavía se las arreglaba para violarme de vez en cuando, era mucho mejor que lo otro, a excepción de los periquitos.

-Oye, nena...

-¿Qué pasa?

-Bueno. He conseguido acostumbrarme a los geranios y las moscas y a Picasso, pero tienes que darte caen. ta de que trabajo todas las noches 12 horas y aparte me estudio todos los distritos de la ciudad, y tú estás molestando toda la energía que me queda...

-¿Molestando?

Bueno, no lo estoy diciendo bien, lo siento.

-¿Qué quieres decir con .molestando.,?

-¡Decla..., bueno, olvídalo! Mira, son los periquitos.

-¡Así que ahora son los periquitos! ¿También te molestan?

-Sí, en efecto.

-¿Es que abusan de ti?

-Mira, no te hagas la graciosa. Estoy tratando de decirte algo.

-¡Estás tratando de decirme lo que tengo que hacer!

-¡Está bien! ¡Mierda! ¡Tú eres la que tienes el dinero! ¿Me vas a dar permiso para hablar o no? Contéstame, si o no.

-Está bien, niñito: sí.

-Bueno. El niñito dice esto: ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Esos malditos periquitos me están volviendo majareta!

-Está bien, dile a mamá cómo te están volviendo majareta los periquitos.

-Bueno, es así, mamá: los bichos no paran de gorjear en todo el día, y yo espero que al menos digan algo, pero nunca dicen nada, ¡y no puedo dormir en todo el día por oír a esos idiotas!

-Está bien, niñito. Si no te dejan dormir, sácalos.

-¿Los puedo sacar fuera, mamá?

-Sí, sácalos.

-Está bien, mamá.

Me dio un beso y bajó corriendo las escaleras yéndose a su trabajo de policía.

Me metí en la cama y traté de dormirme. ¡Cómo canturreaban! Me dolía cada músculo del cuerpo. Me dolía tanto si me echaba de un lado como de otro, o si me echaba de espaldas. Descubtí que la mejor posición eta boca abajo, pero se hacia cansado. Me costaba dos o tres minutos cambiar de una posición a otra.

Daba vueltas y vueltas, maldiciendo, gritando un poco, y riéndome un poco también, por lo ridículo de la situación. Y ellos cantaban. Me tenían frito. ¿Qué sabían ellos del dolor, en su jaulita? ¡Utas; cabezas de huevo pichirreando! Sólo plumas; sesos del tamaño de la cabeza de un alfiler.

Me las arreglé para salir de la cama, entré en la cocina, llené una taza con agua y luego, acercándome a la jaula, se la arrojé.

-¡Mamones! -les dije.

Me miraron aturdidos con sus plumas mojadas. ¡Se habían callado! Nada como el viejo tratamiento del agua. Se lo había copiado a los psiquiatras.

Entonces el verde con el pecho amarillo agachó la ca. baza y se picoteó las plumas. Luego levantó la cabeza y

empezó a gorjearle al rojo con el pecho verde y los dos siguieron de nuevo.

Me senté en el borde de la cama y los escuché. Picasso se acercó y me mordió en el tobillo.

Hasta ahí llegué. Saqué fuera la jaula. Picasso me siguió. 10.000 moscas levantaron el vuelo. Puse la jaula en el suelo, abrí la puertecilla y me senté en los escalones.

Los dos pájaros miraron la puertecilla. No conseguían entenderla. Podía sentir sus mentes minúsculas tratando de funcionar. Ellos tenían allí su comida y su agua, ¿pero qué era ese espacio abierto?

El verde con el pecho amarillo fue el primero. Saltó a la puerta desde su trapecio. Se sentó agarrando el alambre. Miró a las moscas. Estuvo allí 15 segundos, tratando de decidirse. Entonces algo se iluminó en su pequeña cabezuela. No voló. Salid disparado hacia el cielo. Arriba, arriba, arriba. ¡A lo más altol !Veloz como una flecha¡ Picasso y yo nos quedamos allí sentados mirando. El condenado bicho se había ido.

Quedaba el rojo con el pecho verde.

El rojo fue mucho más indeciso. Dio vueltas en el suelo de la jaula, nerviosamente. Era un infierno de decisión. Los humanos, las aves, todo el mundo tenla que tomar estas decisiones. Era un juego duro.

Así que el rojeras daba vueltas y más vueltas pensándoselo. Luz del sol. Moscas zumbonas. Hombre y perro mirando. Todo ese cielo, todo ese cielo.

Era demasiado. El rojeras saltó al alambre. 3 segundos.

¡ZOOP!

E1 pájaro había volado.

Picasso y yo recogimos la jaula vacía y entramos en roca.

Dormí bien por primera vez en semanas. Incluso me

olvidé de poner el despertador. Estaba montando un caballo blanco por todo Broadway, en Nueva York. Acababa de ser elegido alcalde. Tenla una erección enorme, y entonces alguien me echó un pegote de barro... y Joyce me sacudió.

-¿Qué les ha pasado a los pájaros?

-¡A la mierda los pájarosl ¡Soy el alcalde de Nueva York!

-¡Te he hecho una pregunta sobre los pájaros! ¡Todo lo que veo es una jaula vacía¡

-¿Pájaros? ¿Pájaros? ¿Qué pájaros?

-¡Despierta, imbécil!

-¿Has tenido un día duro en la oficina, querida? Pareces irritada.

-¿Dónde ESTÁN los PÁJAROS? ..

-Dijiste que los sacara si no me dejaban dormir.

-Me refería a que los sacaras fuera al porche, ¡gilipollas!

-¿Gilipollas?

-¡Sí, gilipollas! ¿Quieres decir que los has dejado salir de la jaula? ¿Quieres decir que los has sacado de verdad de la jaula?

-Bueno, todo lo que puedo decir es que no están encerrados en el baño ni en la alacena.

-¡Se morirán de hambre allí fuera¡

-Pueden coger gusanos, comer bayas, todo eso.

-No pueden, no pueden. ¡No saben cómo hacerlo! ¡Se morirán!

-Deja que aprendan o que se mueran -dije, y luego me di la vuelta y volví a mi sueño. De forma vaga la pude oír cocinando su cena, cayéndosele tapaderas y cucharas al suelo, maldiciendo. Pero Picasso estaba en la cama conmigo. Picasso estaba a salvo de sus afilados zapatos. Saqué mi mano, él la lamió y entonces me quedé dormido.

Lo conseguí durante un rato. La siguiente cosa que supe es que estaba siendo manoseado. Abrí los ojos y me

encontré directamente con los suyos, que me miraban de forma extraviada, como de loca. Estaba desnuda, con sus tetas basculando delante mío, su cabellera cosquilleando mi nariz. Pensé en sus millones, la agarré, le di la vuelta y se la metí.



22


No era realmente, policía, era oficinista de la policía. Entonces empezó a venir habiendo de un tío que llevaba un alfiler de corbata púrpura y que era .un verdadero caballero..

-¡Oh, es tan gentil!

Todas las noches tenla que oír hablar de él.

-Bueno -pregunté yo-, ¿qué tal estuvo el viejo alfiler púrpura esta noche?

-Oh --dijo ella-, ¿sabes lo que ha pasado?

-No, nena, por eso te pregunto.

-¡Oh, es TAN caballero!

-Está bien. Está bien. ¿Qué ocurrió?

-Sabes, ¡ha sufrido tantol

-Por supuesto.

-Su mujer murió, sabes.

-No, no lo sabía.

-No seas tan tonto. Te estaba contando que su mujer murió y le costó quince mil dólares en gastos médicos y de enterramiento.

-¿Bueno, y qué?

-Yo iba por el pasillo y él venta por el otro lado. Nos encontramos. El me miró y entonces, con este acento tus ca me dijo, .Ah, es usted tan bella. ¿Y sabes lo que hizo?

-No, nena, dímelo. Dímelo rápido.

-Me besó en la frente, ligeramente, muy ligeramente. Y entonces se fue.

-Te puedo decir algo de él, nena. Ha visto demasiadas películas.

-¿Cómo lo has sabido?

-¿A qué te refieres?

-Tiene un cine al aire libre. Lo lleva durante la noche después del trabajo.

-Eso lo explica -dije.

-¡Pero es tan caballeroso! -dijo ella.

-Mira, nena, no quiero herirte, pero...

-¿Pero qué?

-Mire, tú vienes de un pueblo pequeño. Yo he tenido más de 50 trabajos, quizás lleguen a 100. Nunca he estado mucho tiempo en ningún sitio. Lo que estoy tratando de decirte es que hay un cierto juego que se practica en las oficinas de toda América. La gente se aburre, no sabe qué hacer, así que juegan al juego del romance de oficina. La mayoría de las veces no es otra cosa que una forma de pasar el tiempo. Algunas veces se las arreglan para echar un polvo o dos en un aparte. Pero incluso entonces, no es más que un pasatiempo, como jugar a los bolos o ver la televisión o celebrar una fiesta de año nuevo. Tienes que comprender que no significa nada y de esta forma no acabarán hiriéndote. ¿Entiendes lo que digo?

-Creo que el señor Partisian es sincero.

-Vas a acabar pinchada con ese alfiler, nena, no olvides que te lo he dicho. Cuidado con esos halagos, son más falsos que una parre gorda.

-El no es falso. Es un caballero. Es un verdadero caballero. Ojalá fueses tú tan caballero como él.

Me di por vencido. Me senté en el sofá, saqué mi lámina de distritos y traté de memorizar el Bulevar Babcock. Tenia los números 14, 39, 51 y 62. ¿Qué demonios? ¿No iba a poder acordarme de eso?



23


Finalmente conseguí un día libre, y ¿saben lo que hice? Me levanté pronto antes de que Joyce volviera y bajé al mercado a hacer algunas compras. Quizás estaba un poco zumbado. Anduve por el mercado y en vez de comprar un buen solomillo de carne o por lo menos algo de pollo para freír, ¿saben lo que hice? Puse ojos de serpiente y me dirigí a la sección oriental, empezando a llenar mi cesta con pulpitos, arañas marinas, caracoles, algas y cosas así. El empleado me echó una mirada extraña y empezó a teclear en la caja registradora.

Cuando Joyce llegó aquella noche, yo lo tenía todo en la mesa preparado. Algas cocidas mezcladas con una ración de arañas marinas y una gran fuente de pequeños caracoles, dorados en mantequilla.

La llevé a la cocina y le mostré el festín en la mesa.

-He cocinado esto en tu honor -dije-, en homenaje a nuestro amor.

-¿Qué coño es esa porquería?

-Caracoles.

-¿Caracoles?

-Si, ¿no te das cuenta de que durante muchos siglos los orientales se han alimentado de esto y han creado una filosofía singular? Vamos a rendirles homenaje y a rendirnos homenaje a nosotros mismos. Están fritos en mantequilla.

Joyce se sentó.

Empecé a meterme caracoles en la boca.

-¡Carajo, están ricos, nena! ¡PRUEBA UNO!

Joyse se inclinó hacia delante e introdujo uno en su boca mientras miraba los que quedaban en el plato.

Yo me zampé un buen bocado de deliciosas algas ma. rinas.

-Está bueno, ¿eh, nena?

Ella masticó el caracol que tenía en la boca.

-¡Fritos en dorada mantequilla!

Cogí unos cuantos con mi mano y me los enjarreté en la boca.

-Los siglos están de nuestra parte, nena, ¡No podemos equivocarnos!

Finalmente ella se tragó el suyo. Luego examinó los otros de] plato.

-¡Todos tienen unos pequeños anos! !Es horrible! ¡Horrible!

-¿Qué tienen de horrible los anos nena?

Se llevó la servilleta a la boca. Se levantó y salió corriendo hacia el baño. Empezó a vomitar. Yo gritaba desde la cocina:

-¿QUE TIENEN DE MALO LOS ANOS, NENA? !TU TIENES UN ANO, YO TENGO UN ANO¡ !TU VAS A LA TIENDA Y COMPRAS EL FILETE DE UNA VACA QUE TENIA UN ANO! ¡LA TIERRA ESTA LLENA DE ANOS! ¡EN CIERTO MODO LOS ARBOLES TAMBIÉN TIENEN ANOS, AUNQUE NO LOS PUEDAS VER, SOLO SE VE QUE SE LES CAEN LAS HOJAS. TU ANO, MI ANO, EL MUNDO ESTA REPLETO DE MILLONES DE ANOS. EL PRESIDENTE TIENE UN ANO, EL LAVACOCHES TIENE UN ANO, EL JUEZ Y EL ASESINO TIENEN ANOS... INCLUSO ALFILER PURPURA TIENE UN ANO!

-¡Oh, para ya! !PARA YA!

Vomitó de nuevo. Pueblerina. Abrí la botella de salte y me serví un trago.



24


Ocurrió alrededor de una semana más tarde hacia las 7 de la mañana. Había conseguido otro día libre después de un trabajo intensivo, estaba pegado al culo de Joyce, a su ano, durmiendo, durmiendo profundamente, y entonces sonó el timbre y yo me levanté a abrir la puerta.

Era un hombrecito con corbata. Me puso varios papeles en la mano y se fue.

Era una demanda de divorcio. Allí se iban volando mis millones. Pero no estaba furioso, porque de cualquier manera nunca había esperado sus millones.

Desperté a Joyce.

-¿Qué?

-¿No podías haberme despertado a una hora más decente?

Le enseñé los papeles.

-Lo siento, Hank.

-Está bien. Lo único que tenías que haber hecho era decírmelo. Yo habría accedido. Esta noche hemos hecho el amor un par de veces y nos hemos reído y lo hemos pasado bien. No lo entiendo. Tú sabías todo esto. Maldita sea si consigo entender a una mujer.

-Verás, lo hice después de que tuviéramos una pelea. Pensé que si esperaba a que se enfriase la cosa, jamás lo haría.

-De acuerdo, nena, admiro a las mujeres honestas. ¿Es Alfiler Púrpura?

-Es Alfiler Púrpura -dijo ella.

Me reí. Fue una risa un poco amarga, lo admito, pero me salió.

-Es fácil adivinar el resto. Pero vas a tener problemas con él. Te deseo suerte, nena. Sabes que hay mucho de ti que he amado, y no era sólo tu dinero.

Empezó a llorar sobre la almohada, boca abajo, estremeciéndose toda. Era tan sólo una chica pueblerina, perdida y confundida. Allí la tenía, temblando y llorando desconsoladamente, sin el menor cuento. Era terrible.

Las sábanas se habían caído y me fijé en su espalda. Sus omoplatos asomaban como si quisieran convertirse en

alas, atravesando la piel. Pequeñas cuchillas. Estaba indefensa.

Me metí en la cama, acaricié su espalda, la acaricié, la calmé, entonces se derrumbó otra vez:

-¡Oh, Hank, te quiero, te quiero, estoy tan apenada, tan apenada, tan apenada!

Realmente estaba que se moría.

Después de un rato, empecé a sentir como si fuera yo el que me estaba divorciando de ella.

Entonces echamos uno bueno de despedida.

Se quedó con la casa, el perro, las moscas, los geranios.

Hasta me ayudó a empacar, doblando mis pantalones cuidadosamente en la maleta, colocando mis calzoncillos y mi navaja de afeitar. Cuando estuve listo para irme, empezó a llorar de nuevo. Le di un pequeño mordisco en la oreja, la derecha, y luego bajé las escaleras con mi equipaje. Subí en el coche y empecé a deambular por las calles buscando un anuncio de "Se Alquila".

Me parecía ya una cosa bastante corriente.

ENLACE " CAPITULO III "

1 comentario:

Anónimo dijo...

hi, new to the site, thanks.