miércoles, 25 de agosto de 2010

CHARLES BUKOWSKI "NOVELA MUJERES" - CAPITULO 20

Lydia regresó y encontró un bonito apartamento en el Burbank. Parecía tenerme
más afecto que antes de marcharse.

—Mi marido tenía una enorme picha, pero era lo único que tenía. No tenía personalidad ni vibraciones. Sólo una enorme polla y pensaba que era lo único que había que tener. ¡Pero Cristo, era un imbécil! Contigo recibo continuamente vibraciones... una carga eléctrica que nunca para.
Estábamos juntos en la cama.
—Y yo ni siquiera sabía que su polla era enorme porque era
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la primera que había visto en mi vida —se puso a examinarme de cerca—. Pensaba
que todas serían iguales.

—Lydia...
—¿Qué pasa?
—Tengo que decirte una cosa.
—¿El qué?
—Tengo que ir a ver a Dee Dee.

—¿Ir a veer a Dee Dee? —preguntó con retintín.
—No seas graciosa. Hay una razón.
—Dijiste que todo se había terminado.

—Así es. Pero no quiero dejarla caer sin contemplaciones. Quiero explicarle lo que ocurrió. La gente es muy insensible para con su prójimo. No quiero volver con ella, sólo quiero tratar de explicar lo que ocurrió para que pueda comprenderlo.
—Quieres follártela.

—No, no quiero follármela. Ni siquiera tenía grandes deseos de follármela cuando

salía con ella. Sólo quiero darle alguna explicación.
—No me gusta. Me suena ...a truco.
—Déjame hacerlo, por favor. Sólo quiero dejar las cosas claras. Volveré pronto.
—Muy bien, pero vuelve bien pronto.

Subí al Volks, doblé hacia Fountain, subí unas cuantas millas, luego cogí hacia el norte en Bronson y me metí por el barrio de altos alquileres. Aparqué en el exterior y salí. Subí el largo trecho de escaleras y llamé al timbre. Blanca abrió la puerta. Me acordé de una noche que me había abierto la puerta desnuda y yo la había abrazado y mientras estábamos besándonos había aparecido Dee Dee diciendo «¿Qué demonios está pasando aquí?».

Esta vez no fue así. Blanca dijo:
—¿Qué quieres?
—Quiero ver a Dee Dee. Quiero hablar con ella.
—Está jodida, jodida de verdad. No creo que debieras verla después del modo en

que la has tratado. Verdaderamente eres un hijo de puta de primera.
—Sólo quiero hablar con ella un rato, explicarle una serie de cosas.
—De acuerdo. Está en el dormitorio.

Atravesé el salón hasta el dormitorio. Dee Dee estaba en la cama sólo con las bragas puestas. Tenía un brazo tapándose los ojos. Sus tetas tenían buena pinta. Había una botella vacía de whisky en la cama y una palangana en el suelo. La palangana apestaba a vómito y alcohol.

—Dee Dee...
Ella levantó el brazo.
—¿Qué? ¿Hank, has vuelto?
—No, espera, sólo quiero hablar contigo.
—Oh, Hank, te he echado de menos de una forma horrible. He estado a punto de
volverme loca, el sufrimiento ha sido insoportable...
—Quiero hacerlo más fácil. Es por lo que he vuelto. Quizá sea estúpido, pero no

me gusta la crueldad innecesaria...
—No sabes lo que he pasado...
—Lo sé. Lo he sentido muchas veces.
—¿Quieres algo de beber? —apuntó a la botella.
Cogí la botella y con tristeza la volví a dejar.
—Hay demasiada frialdad en el mundo —le dije—. Si la gente simplemente
hablase junta de las cosas ayudaría bastante.
—Quédate conmigo. Hank. No vuelvas con ella, por favor. Por favor. He vivido lo
bastante para saber cómo ser una buena mujer. Sabes que he sido buena contigo y para ti.
—Lydia me tiene enganchado. No puedo explicarlo.

—Es un flirt. Es impulsiva. Te acabará abandonando.
—Quizás ahí esté parte de la atracción.
—Quieres una puta. Le tienes miedo al amor.
—A lo mejor tienes razón.
—Sólo bésame. ¿Sería demasiado pedirte que me beses?
—No.
Me arrimé a ella. Nos abrazamos. Su boca olía a vómito. Me besó, nos besamos y
ella se aferró a mí. Me separé lo más amablemente que pude.
—Hank —dijo—. ¡Quédate conmigo! ¡No vuelvas con ella! ¡Mira, tengo unas
buenas piernas!

Dee Dee levantó una de sus piernas y me la enseñó.
—¡Y también tengo buenos tobillos! ¡Mira!
Me enseñó los tobillos.
Yo estaba sentado en el borde de la cama.
—No puedo quedarme contigo, Dee Dee...

Se incorporó y empezó a pegarme. Sus puños eran duros como rocas. Lanzaba puñetazos con ambas manos. Yo seguí sentado mientras ella me pegaba puñetazos. Me alcanzó debajo del ojo, en el ojo, en la frente y en las mejillas. Recibí uno hasta en la garganta.

—¡Oh, hijo de puta! ¡Hijoputa, hijoputa, hijoputa! ¡TE ODIO!
La agarré de las muñecas.
—Está bien, Dee Dee, ya es suficiente.
Se derrumbó sobre la cama mientras yo me levantaba y salía por el salón hacia la
puerta.

Cuando volví, Lydia estaba sentada en un sillón. Tenía un aire oscuro en la cara.
—Has estado fuera mucho tiempo. ¡Mírame! ¿Te la has tirado, no?
—No.
—Has estado fuera mucho rato. ¡Mira, te ha dejado arañada la cara!
—Te digo que no pasó nada.
—Quítate la camisa. ¡Quiero ver tu espalda!
—Oh, mierda, Lydia.
—Quítate la camisa y la camiseta.

Me las quité. Se dio una vuelta mirándome la espalda.
—¿Qué es ese arañazo en tu espalda?
—¿Qué arañazo?
—Hay ahí uno bien largo... de uñas de mujer.
—Si está ahí, tú lo pusiste.
—Muy bien. Sólo hay una manera de comprobarlo.
—¿Cómo?
—Vamos a la cama.
—¡Estáb i en!
Pasé el examen, pero luego pensé: ¿cómo puede un hombre comprobar la
infidelidad de una mujer? No parecía justo.

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