miércoles, 1 de septiembre de 2010

CHARLES BUKOWSKI "NOVELA MUJERES" - CAPITULO 26

Me senté en el aeropuerto y esperé. Con las fotos nunca sabías. Nunca podías estar seguro. Estaba nervioso. Sentía ganas de vomitar. Encendí un cigarrillo y gargajeé. ¿Por qué hacía estas cosas? Ahora no quería nada con ella. Y Mindy estaba volando todo ese trecho desde Nueva York. Yo conocía a muchas mujeres. ¿Por qué siempre más mujeres? ¿Qué intentaba hacer? Los nuevos ligues eran excitantes, pero también eran un trabajo duro. El primer beso, el primer polvo, tenían algo de teatro. La gente era interesante al principio. Luego más tarde, lenta pero firmemente, toda la mala leche y chifladura se ponían de manifiesto. Yo iba significando menos y menos para ellas; ellas iban significando menos y menos para mí.

Era viejo y feo. Quizás por eso era tan agradable trincársela dentro a jovencitas. Yo era King Kong y ellas eran frágiles y tiernas. ¿Estaba tratando de penetrar por un camino que me alejase de la muerte? ¿Estando con chicas jóvenes esperaba no hacerme viejo, no sentirme viejo? Solamente no quería envejecer de mala manera, quería simplemente cortar, estar muerto antes de que llegara la muerte.

El avión de Mindy aterrizó y se estacionó. Me sentí en peligro. Las mujeres me conocían previamente porque habían leído mis libros. Yo había expuesto mis entresijos. En cambio, yo no sabía nada de ellas. Yo era el verdadero jugador. Podía ser asesinado, podían cortarme las pelotas. Chinaski sin pelotas. Poemas de amor de un eunuco.
Me planté esperando a Mindy. Los pasajeros fueron entrando por la verja.
Oh, espero que no seaésa .

O ésa.
O sobre todo ésa.
¡Oye, ésa estaría bien! Mira esas piernas, ese trasero, esos ojos...
Una de ellas vino hacia mí. Deseé que fuera ella. Era la mejor de todo el maldito
lote. No podía ser tan afortunado. Llegó junto a mí y me sonrió.
—Soy Mindy.

—Me alegro de que seas Mindy.
—Me alegro de que seas Chinaski.
—¿Tienes que esperar tu equipaje?
—Sí. ¡Me he traído bastante para una larga estancia!
—Vamos a esperar en el bar.
Entramos y encontramos una mesa. Mindy pidió un vodka con tónica. Yo un vodka con 7-Up. Ah, casi en armonía. Encendí su cigarrillo. Tenía muy buen aspecto. Casi virginal. Era difícil de creer. Era pequeña, rubia y con todo colocado a la perfección. Era más natural que sofisticada. Me resultó fácil mirarla a los ojos, de un azulado verdoso. Llevaba dos pequeños pendientes. Y tacones altos. Yo le había dicho que me excitaban los tacones altos.
—Bueno —dijo ella—. ¿Estás asustado?

—Ya no tanto. Me gustas.
—Tú tienes mejor aspecto que en las fotos. Creo que no eres del todo feo.
—Gracias.

—Oh, no quiero decir que seas guapo, no tal como entiende la gente la belleza. Tu rostro es atrayente. Y tus ojos... son hermosos. Son salvajes, enloquecidos, como los de un animal escapando de un bosque incendiado. Hostia, algo así. No me manejo muy bien con las palabras.

—Yo creo que eres hermosa —dije yo—, y muy simpática. Me siento bien junto a ti. Creo que es bueno que estemos juntos. Bebe. Necesitamos otro más. Eres igual que tus cartas.

Tomamos una segunda copa y fuimos a buscar el equipaje. Me sentía orgulloso de estar con Mindy. Caminaba con estilo. Había tantas mujeres con buenos cuerpos que simplemente se arrastraban como criaturas sobrecargadas. Mindy flotaba.
Yo pensaba; esto es demasiado bueno. Sencillamente no es posible.

De vuelta a mi casa, Mindy se dio un baño y cambió de ropa. Salió con un ligero vestido azul. Se había cambiado de peinado, un poco. Nos sentamos juntos en el sofá con el vodka y el vodka mezclado.
—Bueno —dije—, sigo todavía asustado. Me da que voy a acabar un poco
borracho.
—Tu casa es exactamente igual como me la imaginaba —dijo ella.
Me estaba mirando, sonriéndome. Me incliné y la toqué justo detrás del cuello, me
la acerqué y le di un suave beso.
Sonó el teléfono. Era Lydia.
—¿Qué estás haciendo?
—Estoy con una persona.

—¿Es una mujer, no?
—Lydia, se acabó nuestra relación. Ya lo sabes.
—¿ES UNA MUJER, NO?
—Sí.

—Bueno, muy bien. —Muy bien. Adiós. —Adiós —dijo ella.
El tono de Lydia se había calmado súbitamente. Me sentí mejor. Su violencia me
acojonaba. Ella siempre decía que yo era el celoso, y yo a menudo lo era, pero cuando veía las cosas ir en contra mía, simplemente me disgustaba y deprimía. Lydia era diferente. Reaccionaba. Era la cabeza de ataque en el juego de la violencia.
Pero por su tono supe que había claudicado. No estaba furiosa. Conocía bien su
voz.
—Era mi ex —le dije a Mindy.
—¿Se acabó todo?

—Sí.
—¿Te ama ella todavía?
—Creo que sí.
—Entonces no se acabó.
—Se acabó.
—¿Me puedo quedar?
—Claro. Por favor.
—¿No estarás simplemente utilizándome? He leído todos esos poemas de amor... a
Lydia.
—Estaba enamorado. No estoy utilizándote.

Mindy se apretó contra mí y me besó. Fue un largo beso. Se me empalmó la polla. Últimamente había estado tomando mucha vitamina E. Yo tenía mis propias ideas sobre el sexo. Estaba constantemente cachondo y me masturbaba continuamente. Le hacía el amor a Lydia y luego por la mañana volvía a mi casa y me masturbaba. El pensamiento del sexo como algo prohibido me excitaba más allá de toda razón. Era como un animal aplastando a otro hasta la sumisión.

Cuando me corría sentía como si fuera en la cara de todo lo decente, blanca esperma resbalando por las cabezas y almas de mis padres muertos. Si hubiera nacido mujer seguro que hubiera sido una prostituta. Como había nacido hombre, anhelaba constantemente mujeres, cuanto más guarras mejor. Y sin embargo las mujeres, las buenas mujeres, me daban miedo porque a veces querían tu alma, y lo poco que quedaba de la mía, quería conservarlo para mí. Básicamente deseaba prostitutas, porque eran duras, sin esperanzas, y no pedían nada personal. Nada se perdía cuando ellas se iban. Pero al mismo tiempo soñaba con una mujer buena y cariñosa, a pesar de lo que me pudiera costar. De cualquier manera estaba perdido. Un hombre fuerte pasaría de ambos tipos. Yo no era fuerte. Así que continuaba bregando con las mujeres, con la idea de las mujeres.

Mindy y yo acabamos la botella y nos fuimos a la cama. La besé durante un rato, luego pedí disculpas y me eché a un lado. Estaba demasiado borracho para actuar. Vaya una mierda de gran amante. Le prometí muchas experiencias magníficas en un futuro inmediato y entonces me quedé dormido, con su cuerpo apretado junto al mío.

Por la mañana me desperté, resacoso. Observé a Mindy, desnuda a mi lado. Incluso entonces, después de toda la borrachera, parecía un milagro. No había conocido nunca una joven tan hermosa y al mismo tiempo tan inteligente y comprensiva. ¿Dónde estaban sus hombres? ¿En qué habían fallado?

Fui al baño y traté de asearme un poco. Hice gárgaras. Me afeité y me di una loción. Me mojé el pelo y lo peiné. Me acerqué a la nevera, cogí un 7-Up y lo bebí de un trago.

Volví a meterme en la cama. Mindy estaba caliente, su cuerpo estaba caliente. Parecía estar dormida. Me gustaba. Rocé mis labios con los suyos, suavemente. Se me puso dura. Sentí sus tetas contra mí. Cogí una y la chupé. Sentí endurecerse el pezón. Mindy empezó a moverse. Bajé acariciándole el vientre hasta el coño. Comencé a tocarlo, con calma.

Es como abrir un capullo de rosa, pensé. Esto tiene un significado. Es algo bueno. Es como dos insectos en un jardín acercándose lentamente el uno al otro. El macho desplegando su magia sin prisas. La hembra abriéndose despacio. Me gusta, me gusta. Dos bichos. Mindy se está abriendo, se está humedeciendo. Es hermosa. Entonces la monté. Me deslicé en su interior, con mi boca pegada a la suya.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Sublime, tan sublime como el libro vaquero