jueves, 9 de septiembre de 2010

CHARLES BUKOWSKI "NOVELA MUJERES" - CAPITULO 31

Ocurrió tres o cuatro días antes de que tuviera que volar a Houston para una lectura
de poemas. Fui al hipódromo, bebí en el hipódromo y luego me pasé por un bar de
Hollywood Boulevard. Volví a casa a las nueve o las diez de la noche. Cuando atravesaba el dormitorio para ir al baño, tropecé con el cable del teléfono. Me caí sobre el pico de la cama, un borde de acero afilado como la hoja de un cuchillo. Cuando me levanté vi que tenía un profundo tajo justo debajo del tobillo. La sangre caía sobre la alfombra y fui dejando un rastro aparatoso hasta el baño. La sangre caía sobre las baldosas y dejé las huellas de mis pies teñidas de rojo mientras andaba.

Oí llamar a la puerta y dejé entrar a Bobby.
—Hostia, tío, ¿qué te ha pasado?
—Es la MUERTE —dije yo—. Me estoy desangrando hasta morir...
—Tío, mejor que te cures de algún modo esa pierna.
Llamó Valerie. La dejé entrar. Gritó. Serví bebidas para todos. Sonó el teléfono.
Era Lydia.

—¡Lydia, chiquita, me estoy desangrando!
—¿Ya estás con otro de tus rollos dramáticos?
—No, me estoy desangrando de verdad. Pregúntaselo a Valerie.
Valerie cogió el teléfono.
—Es verdad, tiene un corte espantoso en el tobillo. Hay sangre por todas partes y
no hace nada para detenerla. Será mejor que vengas...
Cuando llegó Lydia yo estaba sentado en el sofá.

—Mira, Lydia: ¡MUERTE! —Pequeñas venas colgaban fuera de la herida como spaghettis. Tiré de ellas. Cogí mi cigarrillo y eché cenizas en el tajo—. ¡Soy un HOMBRE! ¡Cojones, soy un HOMBRE!
Lydia trajo algo de agua oxigenada y me la vertió sobre la herida. Era bonito.

Empezó a salir una espuma blanca. Burbujeaba y gorgoteaba. Lydia echó más.
—Sería mejor que fueras a un hospital —dijo Bobby.
—No necesito para nada ningún jodido hospital —dije yo—, ya se curará solo.

A la mañana siguiente la herida tenía un aspecto horrible. Estaba todavía abierta y se había formado una espesa costra. Fui a la farmacia a por más agua oxigenada, vendas y sales cicatrizantes. Llené la bañera con agua caliente y las sales y me metí dentro. Empecé a imaginarme viviendo sin una pierna. Había algunas ventajas:

HENRY CHINASKI ES, SIN DUDA, EL
MEJOR POETA CON UNA SOLA PIERNA
EN TODO EL MUNDO.

Bobby volvió al mediodía.
—¿Sabes cuánto cuesta amputarte una pierna?
—12.000 dólares.
Después de que se fuera Bobby llamé a mi médico.
Llegué a Houston con una pierna aparatosamente vendada. Tomaba continuamente
píldoras antibióticas para curar la infección. Mi médico me avisó de que cualquier tipo de
bebida alcohólica anularía todo el efecto benéfico de los antibióticos.
Durante el recital, en el museo de arte moderno, yo estaba sobrio. Después de leer

algunos poemas, alguien del público me preguntó:
—¿Cómo es que no estás borracho?
—Henry Chinaski no pudo venir —dije—, yo soy su hermano gemelo, Efram.

Leí después otro poema y entonces confesé lo de los antibióticos. También les informé, por si no lo sabían, que beber en actos oficiales estaba en contra de las reglas del museo. Alguien del público me trajo una cerveza. Me la bebí y leí un poco más.
Alguien salió con otra cerveza. Luego las cervezas empezaron a volar. Los poemas
se oyeron mejor.

Después hubo una fiesta y antes una cena en un café. Casi en frente mío estaba una chica que sin necesidad de dudas era la más hermosa mujer que había visto en mi vida. Parecía una Katherine Hepburn joven, arrebatadora. Tenía unos 22 años, e irradiaba belleza. Traté como pude de hacer bromas simpáticas, llamándole Katherine Hepburn. Parecía que le gustaba. Yo no esperaba que surgiese nada especial. Ella estaba con una amiga. Cuando llegó la hora de marcharse le dije al director del museo, o directora, una chica o señora llamada Nana, en cuya casa me alojaba:
—Creo que la voy a echar de menos. Era demasiado bueno para poder creerse.
—Viene a casa con nosotros.
—No me lo puedo creer.
...Pero algo más tarde allí estaba, en casa de Nana, en el dormitorio conmigo.
Llevaba puesto un delicado camisón y estaba sentada al borde de la cama peinándose su

larguísima cabellera y sonriéndome.
—¿Cómo te llamas? —le pregunté.
—Laura.
—Bueno, oye, Laura, yo te voy a llamar Katherine.
—Muy bien.
Su pelo era de un castaño cobrizo, muy largo. Era pequeña pero bien

proporcionada. Su rostro era lo más hermoso de todo su ser.
—¿Te sirvo algo de beber? —le dije.
—Oh, no, no bebo. No me gusta.

A decir verdad, me asustaba. No podía comprender qué hacía ella con un tipo como yo. No tenía pinta deg ro up i e. Fui al baño, salí y apagué la luz. Noté cómo ella se metía en la cama conmigo. La cogí en mis brazos y empezamos a besarnos. No podía dar crédito a mi suerte. ¿Qué derecho tenía yo? ¿Cómo podían unos pocos libros conseguir estas cosas? No había manera de entenderlo. Ciertamente no iba a desperdiciarlo. Empecé a excitarme. De repente, ella bajó y cogió mi polla con su boca. Contemplé el lento movimiento de su cuerpo y cabeza a la luz de la luna. No era demasiado buena haciéndolo, pero era el simple hecho de quee l la lo hiciera lo que lo convertía en asombroso, Justo cuando me fui a correr hundí mi mano en aquella mata de maravilloso cabello, levantándolo a la luz de la luna al tiempo que me venía en la boca de Katherine.

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