miércoles, 15 de septiembre de 2010

CHARLES BUKOWSKI "NOVELA MUJERES" - CAPITULO 34

Al día siguiente me llamó Katherine. Me dijo que tenía ya el billete y que

aterrizaría en el aeropuerto internacional de Los Ángeles a las 2:30 de la tarde.
—Katherine —le dije—, hay algo que tengo que decirte.
—¿Es que no quieres verme, Hank?
—Eres la persona que más deseos tengo de ver en estos momentos.
—¿Entonces qué pasa?
—Bueno, tú conoces a Joanna Dover...
—¿Joanna Dover?
—Aquélla... ya sabes... con tu marido...

—¿Qué pasa con ella. Hank?
—Verás, vino a verme aquí.
—¿Quieres decir que fue a tu casa?
—Sí.
—¿Qué ocurrió?
—Charlamos. Me compró dos de mis pinturas.
—¿Ocurrió algo más?
—Sí.
Katherine mostró calma, entonces dijo:
—Hank, ahora no sé si quiero verte.
—Lo comprendo. Mira, ¿por qué no lo piensas y me vuelves a llamar más tarde?
Lo siento, Katherine, siento mucho lo ocurrido. Es todo lo que puedo decir.

Ella colgó. No volverá a llamar, pensé. La mejor mujer que había conocido jamás y había dejado que se esfumase. Me merecía la derrota, merecía morir solo en un asilo mental.
Me quedé sentado junto al teléfono. Leí el periódico, la sección de deportes, la
sección financiera, las tiras cómicas. Sonó el teléfono. Era Katherine.
—¡QUE SE JODA Joanna Dover! —exclamó riendo. Nunca había oído a Katherine
hablar de esa forma.
—¿Entonces vienes?
—Sí. ¿Sabes la hora de llegada?
—Lo tengo todo. Estaré allí.
Nos dijimos adiós. Katherine iba a venir, iba a venir para quedarse por lo menos
una semana con aquella cara, aquel cuerpo, aquella cabellera, aquellos ojos, aquella risa...

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