viernes, 24 de septiembre de 2010

CHARLES BUKOWSKI "NOVELA MUJERES" - CAPITULO 38

Por suerte tenía un seguro de automóvil que te pagaba un coche de alquiler. Llevé a Katherine en él al hipódromo. Nos sentamos en las tribunas de sol de Hollywood Park cercanos a la curva. Katherine dijo que no quería apostar, pero la llevé dentro y le enseñé el panel totalizador y las ventanillas de apuestas.

Yo puse 5 a ganador a un ejemplar a 7 a 2 de estirón temprano, mi tipo favorito de caballo. Yo siempre pensaba que si ibas a perder era igual perder yendo en cabeza; tenías la carrera ganada hasta que otro venía a quitártela. El caballo se mantuvo de punta por los palos y al final consiguió llegar. Pagaron a 9,40 dólares y yo conseguí 17,50 limpios.
A la siguiente carrera ella se quedó en su asiento mientras yo iba a apostar. Cuando
regresé ella me señaló a un hombre sentado dos filas más abajo.

—¿Ves a ese hombre?
—Sí.
—Me ha dicho que ganó 2.000 dólares ayer y que hoy lleva ya ganados 25.000.
—¿No quieres apostar? Quizás todos podamos ganar.
—Oh, no, no sé nada de esto.

—Es muy simple: tú les das un dólar y ellos te devuelven 84 centavos. Lo llaman «el porcentaje». El estado y el hipódromo se lo reparten. No les importaqu ién gane la carrera, su porcentaje está fuera del total en juego.
En la segunda carrera, mi caballo, un favorito a 8 a 5, quedó segundo. Un

rematador lo había superado por un hocico en la llegada. Pagó 48,50 dólares.
El hombre dos filas más abajo se volvió y miró a Katherine.
—Lo llevaba apostado —le dijo—. Había puesto diez a ese hocico.
—Oooh —le dijo ella, sonriendo—, eso está bien.

Estudié la tercera carrera, una prueba para potros y potrancas de dos años. A cinco minutos de cerrar examiné el totalizador y fui a apostar. Mientras bajaba vi de reojo cómo el hombre dos filas más abajo se daba la vuelta y comenzaba a hablar con Katherine. Siempre había por lo menos una docena de ellos todos los días en el hipódromo, contando a las mujeres atractivas lo grandes ganadores que eran, con la esperanza de lograr de algún modo acabar en la cama con ellas. Quizás ni siquiera esperasen tanto; puede que sólo esperaran vagamente algo sin estar muy seguros de qué. Estaban poseídos y enloquecidos por el vértigo, ¿quién podía odiarles? Grandes ganadores, pero si les veías apostar, siempre estaban en las ventanillas de 2 dólares, con sus zapatos desgastados por las suelas y su vestimenta sucia. Lo más bajo de la escoria.
Me decidí por lo más fácil y aposté al favorito, que ganó por 6 cuerpos y pagó a 4
dólares, pero yo le había puesto diez a ganador. El tipo se volvió y le dijo a Katherine:
—Lo tenía. 100 dólares a ganador.
Katherine no contestó. Estaba empezando a comprender. Los ganadores no abrían
nunca la boca. Tenían miedo de ser asesinados en el patio de estacionamiento.
Después de la cuarta carrera, con un ganador a 22,80 dólares, se dio otra vez la
vuelta y le dijo a Katherine:
—Ese lo llevaba, diez a tocateja.
Ella me miró:
—Tiene la cara amarilla. Hank. ¿Has visto sus ojos? Está enfermo,
—Está enfermo en el sueño. Todos estamos metidos en la enfermedad del sueño,
por eso estamos aquí.
—Hank, vámonos.
—De acuerdo.

Aquella noche ella se bebió media botella de vino tinto, buen vino, y la vi triste y calmada. Supe que me estaba conectando con la gente del hipódromo y la multitud del boxeo, y era verdad, yo estaba con ellos, era uno de ellos. Katherine sabía que había algo en mí que pasaba de todo lo que podía considerarse saludable. Yo estaba sumergido en todas las cosas supuestamente malas: me gustaba beber, era un vago, no tenía dios ni conciencia política, ideas, ideales. Estaba metido en la inanidad más completa; una especie de no-ser, y lo aceptaba. Eso no podía hacerme una persona muy interesante. Yo no quería ser interesante, de todos modos, era algo muy duro. Lo único que quería realmente era un lugar blando e impreciso donde poder vivir y donde me dejaran tranquilo. Por otro lado, cuando me emborrachaba pegaba gritos, me volvía loco, perdía todo tipo de control. Un comportamiento no pegaba mucho con el otro. No me importaba. Aquella noche el sexo estuvo muy bien, pero fue la noche que la perdí. No había nada que pudiera hacer para remediarlo. Me eché a un lado y me limpié con la sábana mientras ella se iba al baño. Arriba, un helicóptero de la policía sobrevolaba Hollywood.

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