jueves, 21 de octubre de 2010

CHARLES BUKOWSKI "NOVELA MUJERES" - CAPITULO 54

Salí el último del avión y allí estaba Joanna Dover.
—¡Dios mío! —se rió—. ¡Tienes un aspectoesp an to so !
—Joanna, vamos a tomar un Bloody Mary mientras esperamos mi equipaje. Oh,
demonio, no t ra i go nada de equipaje. Pero vamos a tomar un bloody mary de todos modos.

Entramos en el bar y nos sentamos.
—Nunca triunfarás en París de esta manera.
—Los franchutes no me vuelven loco. Nací en Alemania, ya lo sabes.

—Espero que te guste mi casa. Es sencilla. Dos pisos y mucho espacio.
—Mientras estemos en la misma cama.
—Tengo pinturas.
—¿Pinturas?
—Quiero decir que puedes pintar si quieres.
—Mierda, pero gracias de todos modos. ¿Interrumpo algo?
—No. Estaba con un mecánico, un chico de un garaje, pero se botó. No podía

aguantar la marcha.
—Sé buena conmigo, Joanna, chupar y joder no lo son todo
—Por eso te he comprado las pinturas. Para cuando descanses.
—Eres mucha mujer, incluso olvidando tu estatura.
—Cristo, como si no lo supiera.

Me gustó su casa. Había cortinas en todas las ventanas, amplias y enormes ventanas. No había alfombras en el suelo. Había dos baños, muebles viejos y muchas mesas por todas partes, de todos los tamaños. Era sencillo y funcional.
—Date una ducha —dijo Joanna.
Me reí.
—Esta es toda la ropa que tengo. La que llevo.
—Te conseguiremos ropa nueva mañana. Después de que te duches saldremos a
tomar una buena comida a base de marisco. Conozco un buen sitio.
—¿Sirven bebidas?
—Imbécil.
No tomé una ducha. Me di un baño.
Fuimos conduciendo un buen rato. No sabía que Galveston era una isla.

—Hace días que los traficantes de droga están secuestrando las barcas de pesca de camarones. Matan a toda la tripulación y luego se quedan con el cargamento. Esa es una de las razones por las que el precio del camarón está subiendo, su pesca se está convirtiendo en una ocupación peligrosa. ¿Qué tal van tus ocupaciones?
—No he estado escribiendo. Creo que se acabó para mí.
—¿Cuánto tiempo ha pasado?
—Seis o siete días.
—Este es el sitio...

Joanna entró en el aparcamiento. Conducía muy rápido, pero sin llegar a tanto como para infringir la ley. Conducía velozmente como si fuera por derecho propio. Había una diferencia que no me pasó desapercibida.

Cogimos una mesa apartada de la gente. El sitio era fresco, tranquilo y oscuro. Me gustaba. Me decidí por la langosta. Joanna pidió algo extraño. Lo dijo en francés. Era sofisticada, mundana. En cierto sentido, a pesar de lo que me disgustaba, la educación ayudaba cuando estabas mirando un menú o buscando un trabajo, especialmente cuando mirabas un menú. Siempre me sentía inferior a los camareros. Había llegado demasiado tarde con demasiado poco. Todos los camareros leían a Truman Capote. Yo leía los resultados de las carreras.

La cena fue buena y afuera en el golfo estaban las barcas del camarón, las barcas patrulleras y los piratas. La langosta tenía buen sabor en mi boca, y la echaba para abajo con un vino excelente. Buena chica. Siempre me gustaste dentro de tu concha sonrojada, peligrosa y lenta.
De vuelta en casa de Joanna Dover teníamos esperando una deliciosa botella de
vino tinto. Nos sentamos en la oscuridad contemplando los escasos coches que pasaban por

la calle. Estábamos en calma. Entonces Joanna habló.
—¿Hank?
—¿Sí?
—¿Fue alguna mujer la que te ha conducido hasta aquí?
—Sí.
—¿Has acabado con ella?
—Me gustaría pensar que sí, pero si digo «no»...
—¿Entonces no sabes?

—No, la verdad.
—¿Lo sabe alguien alguna vez?
—No creo.
—Eso es lo que lo hace todo tan podrido.
—Sí, todo podrido.
—Vamos a joder.

—He bebido demasiado.
—Vámonos a la cama.
—Quiero beber un poco más.
—No vas a ser capaz de...
—Lo sé. Espero que me dejes estar cuatro o cinco días.
—Dependerá de tus actuaciones.
—Buena medida.
Para cuando acabamos el vino a duras penas pude llegar a la cama. Estaba ya
dormido cuando ella salió del baño.

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