miércoles, 27 de octubre de 2010

CHARLES BUKOWSKI "NOVELA MUJERES" - CAPITULO 58

Salíamos de Los Ángeles aquel sábado a las 3:30 de la tarde. A las 2 fui a llamar a la puerta de Tammie. No estaba. Volví a mi casa y me senté. Sonó el teléfono. Era Tammie.
—Mira —le dije-—, tenemos que pensar en irnos. Tengo gente esperándome en el

aeropuerto Kennedy. ¿Dónde estás?
—Me faltan seis dólares para una receta. Quiero comprar unos Quaaludes.
—¿Dónde estás?
—Estoy justo debajo del Bulevar Santa Mónica y la Avenida Oeste, a una
manzana. Es un drugstore Búho. No tiene pérdida.
Colgué, subí al Volks y conduje hasta allí. Aparqué una manzana por debajo del Bulevar Santa Mónica y la Oeste, salí y miré a mi alrededor. No había ninguna farmacia.
Volví al Volks y di unas vueltas buscando el Camaro rojo. Entonces lo vi, cinco
manzanas más abajo. Aparqué y entré. Tammie estaba sentada en una silla. Dancy salió

corriendo y me hizo una mueca.
—No podemos llevarnos a la niña.
—Ya lo sé. La dejaremos en casa de mi madre.
—¿En casa de tu madre? Está a tres millas en la otra dirección.
—Está camino del aeropuerto.
—No, es en la otra dirección.
—¿Tienes los seis pavos?
Se los di.
—Te espero en tu casa. ¿Has hecho el equipaje?
—Sí. Lo tengo todo listo.
Fui a su casa y esperé. Entonces las oí.
—¡Mamá! —dijo Dancy—. ¡Quiero un Ding-Dong!
Subieron las escaleras. Esperé a que bajaran. No bajaron. Subí. Tammie tenía el
equipaje, pero estaba de rodillas abriendo y cerrando la cremallera de la maleta.
—Oye —dije—, iré bajando el resto de tus cosas al coche.
Tenía dos grandes bolsas de papel llenas a rebosar y tres vestidos en perchas. Todo
esto aparte de su maleta.
Bajé las bolsas y los vestidos al coche. Cuando regresé todavía estaba abriendo y
cerrando la maleta.
—Tammie, vámonos.
—Espera un minuto.
Siguió allí de rodillas abriendo y cerrando la cremallera. No miraba el interior, sólo
corría la cremallera de un lado a otro.
—Mamá —dijo Dancy—, quiero un Ding-Dong.

—Venga, Tammie, vámonos.
—Oh, está bien.
Cogí la maleta y ellas me siguieron.

Fui detrás del Camaro rojo hasta casa de su madre. Entramos. Tammie fue al vestidor de su madre y empezó a abrir cajones, sacándolos y metiéndolos. Cada vez que abría uno empezaba a revolverlo todo. Luego lo metía de un golpe y se iba a por el siguiente a lo mismo.
—Tammie, el avión está a punto de salir.
—Oh, no, tenemos tiempo de sobra. Odio andar esperando en los aeropuertos.

—¿Qué vas a hacer con Dancy?
—La voy a dejar aquí hasta que vuelva mi madre del trabajo.
Dancy dejó escapar un sollozo. Finalmente comprendió y sollozó y se le escaparon
las lágrimas. Luego paró, cerró los puños y gritó:
—¡QUIERO UN DING-DONG!
—Oye, Tammie, te espero en el coche.
Salí y esperé. Esperé cinco minutos y entonces volví a entrar. Tammie seguía

abriendo y cerrando cajones.
—¡Por favor, Tammie, vámonos!
—Está bien.
Se volvió hacia Dancy.
—Oye, te vas a quedar aquí quieta hasta que vuelva la abuelita. ¡Ten la puerta
cerrada y no dejes entrar ana d ie hasta que vuelva la abuelita!
Dancy sollozó otra vez. Entonces gritó:
—¡TE ODIO!
Tammie me siguió y subimos al Volks. Puse en marcha el motor. Ella abrió la
puerta y se fue.
—¡TENGO QUE COGER UNA COSA DE MI COCHE!

Tammie fue corriendo hasta el Camaro.
—¡Mierda, lo cerré y no llevo la llave! ¿Tienes una percha de abrigo?
—¡No —grité—, no tengo una percha de abrigo!
—¡Vuelvoa ho ra mismo!

Tammie volvió corriendo a casa de su madre. Oí abrirse la puerta. Dancy sollozó y berreó. Luego oí la puerta cerrarse de un portazo y Tammie volvió con una percha de abrigo. Fue hasta el Camaro y abrió la puerta haciendo palanca.

Me acerqué hasta el coche. Tammie había subido al asiento trasero y estaba rebuscando entre aquel increíble batiburrillo... ropas, bolsas de papel, vasos de papel, periódicos, botellas de cerveza, cajas de cartón, allí apilados. Entonces la encontró: su cámara, la Polaroid que yo le había regalado por su cumpleaños.
Nos pusimos en camino, corriendo el Volks como si estuviera en las 500 millas,
Tammie se inclinó hacia mí.
—¿Me quieres de verdad, no?
—Sí.
—Cuando lleguemos a Nueva York te voy a joder como nu n ca se te han jodido
antes.
—¿Lo dices en serio?

—Sí.
—Me cogió de la polla y se echó a mi lado.
Mi primera y única pelirroja. Tenía suerte...

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