viernes, 26 de noviembre de 2010

CHARLES BUKOWSKI "NOVELA MUJERES" - CAPITULO 78

Aquella noche me las arreglé para meterle dos o tres copas a Cecilia. Se olvidó de sí misma, cruzó altas las piernas y yo pude ver buena cantidad de flanco. Buen género. Duradero. Una ternera de mujer, con tetas y ojos de ternera. Había donde agarrar. Keesing había tenido buen ojo.

Ella estaba en contra de matar animales, no comía carne. Supongo que tenía bastante carne consigo misma. Todo era hermoso, me contaba, teníamos toda esta belleza en el mundo y todo lo que teníamos que hacer era inclinarnos y tocarla, estaba toda allí y

era toda nuestra para tomarla.
—Tienes razón, Cecilia —dije yo—, tómate otra copa.
—No, me marea.
—¿Qué hay de malo en marearse un poco?
Cecilia cruzó otra vez las piernas y sus muslos refulgieron. Se escapaban de la falda
relampagueando.
Bill, no puedes usarla ahora. Eras un buen poeta, Bill, pero qué coño, dejaste tras de
ti algo más que la poesía. Y tu poesía nunca tenía muslos y caderas como ésta.
Cecilia se tomó otra copa, luego lo dejó. Yo seguí.

¿De dónde venían las mujeres? La reserva era inacabable. Cada una de ellas era individual, diferente. Sus chochos eran diferentes, sus besos eran diferentes, sus pechos eran diferentes, pero ningún hombre podía bebérselas todas, eran demasiadas, cruzando sus piernas, volviendo locos a los hombres. ¡Vaya un festín!
—Quiero ir a la playa. ¿Me vas a llevar a la playa. Hank?
—¿Esta noche?
—No, no esta noche, pero sí antes de que me vaya.
—De acuerdo.

Cecilia habló de cómo habían abusado del indio americano. Luego me dijo que escribía, pero que nunca había querido publicar. Lo tenía todo en un cuaderno. Bill la había animado y ayudado con algunas de sus cosas. Ella le había ayudado a trasegar con la universidad. Por supuesto, sus conocimientos también habían ayudado. Y nunca faltaba codeína, siempre había estado enganchado con la codeína. Ella había amenazado con abandonarle una y otra vez, pero no consiguió nada. Ahora...
—Bébete esto, Cecilia —dije yo—, te ayudará a olvidar.

Le serví uno bien grande.
—¡Oh, no puedo beber todo eso!
—Cruza las piernas más alto. Déjame ver más tus piernas.
—Bill nunca me hablaba así.
Seguí bebiendo. Cecilia siguió hablando. Pasado un rato dejé de escuchar. Vino la
medianoche y se fue. Llegó la madrugada.
—Oye, Cecilia, vámonos a la cama. Estoy trompa.

Entré en el dormitorio, me desnudé y me metí bajo las sábanas. La oí entrar y meterse en el baño. Apagué la luz del dormitorio. Ella salió pronto y sentí cómo se metía por el otro lado de la cama.
—Buenas noches, Cecilia —dije.
La atraje hacia mí. Estaba desnuda. Jesús, pensé. Nos besamos. Besaba muy bien.

Fue un beso largo y cálido. Acabamos.
—Cecilia.
—¿Sí?
—Joderemos otro día. Me eché a un lado y me puse a dormir.

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