Continuamos bebiendo. Cecilia tomó sólo una más y paró.
—Quiero salir a contemplar la luna y las estrellas —dijo—. ¡Es todo tan hermoso
ahí afuera!
—Está bien, Cecilia.
Salió junto a la piscina y se sentó en una silla de mimbre.
—Ahora sé por qué murió Bill —dije—. Murió desamparado, hambriento. Esta tipa
no se enrolla para nada.
—Ella dijo algo parecido de ti durante la cena, cuando estabas en el lavabo —dijo Valerie—. Dijo: «Oh, los poemas de Hank están tan llenos de pasión, pero como persona no llega a tanto».
—Dios y yo no siempre elegimos el mismo caballo.
—¿Ya te la has jodido? —me preguntó Bobby.
—No.
—¿Cómo era Keesing?
—Estupendo. Pero me pregunto cómo pudo aguantar con ella. Quizás la codeína y
las píldoras ayudasen. Tal vez era como una especie de superenfermera para él.
—Que se joda —dijo Bobby—, vamos a beber.
—Sí. Si tuviese que elegir entre beber y joder, creo que dejaría de joder.
—El joder causa problemas —dijo Valerie.
—Cuando mi mujer está fuera jodiéndose a algún otro, yo me pongo mi pijama, me
echo las colchas encima y me pongo a dormir —dijo Bobby.
—Es un tío frío —dijo Valerie.
—Ninguno de nosotros sabe bien cómo usar del sexo, qué hacer con él —dije yo—.
Para la mayoría de la gente el sexo es sólo un juguete, para echarlo a correr.
—¿Qué hay del amor? —preguntó Valerie.
—El amor está bien para aquellos que pueden soportar una sobrecarga psíquica. Es como tratar de llevar sobre tus espaldas un cubo lleno de basura a través de una enorme riada de orina.
—¡Oh, no es tan malo!
—El amor es una forma de prejuicio. Tengo muchos otros prejuicios.
Valerie se acercó a la ventana.
—La gente está de juerga, tirándose en pelotas a la piscina, y ella está ahí sentada
contemplando la luna.
—Su hombre acaba de morir —dijo Bobby—, dale un respiro.
Cogí mi botella y me fui al dormitorio. Me quité los calzones y me eché en la cama. Nada estaba en armonía. La gente sólo abrazaba a ciegas lo que se le pusiese delante: comunismo, comida natural, zen, surfing, ballet, hipnotismo, terapia de grupo, orgías, paseos en bicicleta, hierbas, catolicismo, adelgazamiento, viajes, psicodelia, vegetarianismo, la India, pintar, escribir, esculpir, componer, conducir, yoga, copular, apostar, beber, andar por ahí, yogurt helado, Beethoven, Bach, Buda, Cristo, jugo de zanahorias, suicidio, trajes hechos a mano, viajes en jet, Nueva York, y de repente todo ello se evaporaba y se perdía. La gente tenía que encontrar cosas que hacer mientras esperaba la muerte. Supongo que estaba bien poder elegir.
Yo hice mi elección. Cogí la botella de vodka y me pegué un buen trago. Los rusos
conocían el tema.
Se abrió la puerta y entró Cecilia. Tenía buena pinta con su cuerpo compacto. La mayoría de las mujeres americanas eran o bien muy delgadas o elefantiásicas. Si les dabas fuerte, algo se les rompía y se convertían en neuróticas y sus hombres en deportistas o alcohólicos u obsesos por los coches. Los noruegos, los islandeses, los finlandeses sabían cómo debía estar construida una mujer: amplia y sólida, con un gran trasero, grandes caderas, grandes flancos blancos, grandes cabezas, grandes bocas, grandes tetas, mucho pelo, grandes ojos, grandes agujeros de nariz, y abajo en el centro, lo bastante grande y lo bastante pequeño.
—Hola, Cecilia, ven a la cama.
—Se está muy bien ahí fuera por la noche.
—Supongo que sí. Ven a decirme hola.
Entró en el baño. Apagué la luz del dormitorio.
Salió pasado un rato. La sentí subir a la cama. Estaba oscuro, pero algo de luz pasaba a través de las cortinas. Cogí la botella, se la pasé. Tomé un pequeño sorbo, luego me la devolvió. Estábamos sentados, apoyados con las almohadas en la cabecera. Nuestros muslos estaban pegados.
—Hank, la luz era como una tenue pincelada. Pero las estrellas eran brillantes y
hermosas. Te hace pensar, ¿no crees?
—Sí.
—Algunas de esas estrellas llevan muertas millones de años luz y todavía podemos
verlas.
Me acerqué a ella y atraje su cabeza. Su boca se abrió. Estaba húmeda y fresca.
—Cecilia, vamos a joder.
—No quiero.
En cierto modo yo tampoco quería. Creo que lo había dicho por eso.
—¿No quieres? ¿Entonces por qué besas así?
—Creo que la gente debe esperar a conocerse. —Algunas veces no hace falta mucho tiempo. —No quiero hacerlo.
Salté de la cama, me puse mis calzones y llamé a la puerta de Bobby y Valerie.
—¿Qué pasa? —preguntó Bobby.
—No quiere joder conmigo.
—¿Y qué?
—Vamos a nadar un poco.
—Es tarde. La piscina está cerrada.
—¿Cerrada? Hay agua, ¿no?
—Me refiero a que están apagadas las luces.
—Me parece bien, ella no quiere joder conmigo.
—No tienes traje de baño.
—Tengo mis calzones.
—Muy bien, espera un momento...
Bobby y Valerie salieron con unos bonitos trajes de baño perfectamente ajustados.
Bobby me pasó un porro de colombiana y yo le di una calada.
—¿Qué pasa con Cecilia?
—Química cristiana.
Fuimos a la piscina. Era verdad, las luces estaban apagadas. Bobby y Valerie se tiraron juntos a la piscina. Yo me senté al borde, con las piernas metidas, bebiendo a morro de la botella de vodka.
Bobby y Valerie salieron juntos a la superficie. Bobby se vino nadando hasta el
borde de la piscina. Tiró de uno de mis tobillos.
—¡Vamos, so mierda! ¡Muestra tus cojones! ¡ÉCHATE!
Tomé otro trago de vodka, luego dejé la botella. No me tiré. Entré con cuidado poco a poco. Luego me solté. Era extraña la sensación del agua a oscuras. Me sumergí lentamente hacia el fondo. Medía uno noventa y pesaba más de cien kilos. Esperé a tocar el fondo y entonces subir dándome impulso. ¿Dóndeesta ba el fondo? Allí estaba, y a mí apenas me quedaba oxígeno. Me impulsé. Subí lentamente. Finalmente rompí la superficie.
—¡Que se mueran todas las putas que me han tenido entre sus piernas! —grité.
Se abrió una puerta y un hombre salió corriendo de un apartamento de la planta
baja. Era el administrador.
—¡Hey, no se permite nadar a estas horas de la noche! ¡Las luces de la piscina
están apagadas!
Nadé hasta donde él estaba, llegué al borde de la piscina y le miré.
—Oye, mamón, me bebo dos barriles de cerveza diarios y soy luchador profesional. Soy por naturaleza un sera mab le, ¡pero pienso nadar a estas horas y quiero esas luces ENCENDIDAS! ¡AHORA! ¡Sólo te lo voy a decir una vez!
Me alejé nadando.
Las luces se encendieron. La piscina se iluminó brillantemente. Era mágico. Me acerqué hasta donde estaba el vodka, lo agarré y tomé un buen trago. La botella estaba ya casi vacía. Miré hacia abajo y vi a Valerie y Bobby nadando en círculos entre sí bajo el agua. Eran buenos haciendo esas cosas, ligeros y ágiles. Qué raro que todo el mundo fuera más joven que yo.
Acabamos con la piscina. Me dirigí a la puerta del administrador con mis calzones
mojados y llamé. Abrió la puerta. Me gustaba.
—Eh, colega, ya puedes quitar las luces. He acabado de nadar. Eres un buen tipo,
hombre, un buen tipo.
Regresamos al apartamento.
—Tómate una copa con nosotros —dijo Bobby—, sé que estás algo jodido.
Entré y me tomé dos.
Valerie dijo:
—¡Mira, Hank, tú y tusmu je re s! No puedes jodértelas a todas, ¿lo sabes?
—¡Victoria o muerte!
—Duérmela, Hank.
—Buenas noches, chicos, y gracias...
Volví a mi dormitorio. Cecilia estaba tumbada boca arriba y estaba roncando,
«Gzzz, gzzz, ggzzz»...
Me pareciógo rda . Me quité los calzones húmedos, subí a la cama y le sacudí el
hombro.
—Cecilia, ¡estás RONCANDO!
—Oooh, oooh... lo siento.
—Está bien, Cecilia. Es igual que si estuviésemos casados. Ya te cogeré por la
mañana cuando esté más fresco.
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