martes, 30 de noviembre de 2010

CHARLES BUKOWSKI "NOVELA MUJERES" - CAPITULO 81

Un ruido me despertó. Todavía no había mucha luz. Cecilia estaba de pie,

vistiéndose.
Miré mi reloj.
—Son las cinco de la mañana. ¿Qué estás haciendo?
—Quiero ver salir el sol. ¡Adoro las salidas de sol!
—Se nota que no bebes.
—Volveré. Desayunaremos juntos.
—No he sido capaz de tomar un desayuno durante cuarenta años.
—Voy a ver el amanecer, Hank.
Encontré una botella de cerveza sin abrir. Estaba caliente. La abrí y me la bebí.
Luego me dormí.

A las 10:30 de la mañana, alguien llamó a la puerta.
—Adelante.
Eran Bobby, Valerie y Cecilia.
—Acabamos de desayunar —dijo Bobby.
—Ahora Cecilia quiere ir a dar un paseo por la playa con los pies descalzos —dijo
Valerie.—Nunca había visto el Océano Pacífico, Hank. ¡Es t an bonito!
—Me vestiré...

Caminamos por la playa. Cecilia parecía feliz. Cuando las olas llegaban hasta sus

pies gritaba.
—Seguid vosotros —les dije—, yo voy a buscar un bar.
—Voy contigo —dijo Bobby.
—Yo vigilaré a Cecilia —dijo Valerie...
Encontramos un bar cercano. Había sólo dos sitios vacíos. Nos sentamos. Bobby
tenía a su lado un hombre. Yo, una mujer. Pedimos nuestras bebidas.

La mujer que estaba junto a mí tendría unos 26 o 27 años. Algo la había desgastado, sus ojos y boca parecían cansados, pero a pesar de ello mantenía una expresión firme. Su pelo era oscuro y bien peinado. Llevaba una falda y tenía buenas piernas. Su alma era puro topacio y podías verlo en sus ojos. Pegué mi pierna a la suya. Ella no la apartó. Acabé mi bebida.
—Invítame a una copa —le dije.
Ella llamó al camarero.

—Un vodka-7 para el caballero —le dijo.
—Gracias...
—Babette.
—Gracias, Babette. Me llamo Henry Chinaski, escritor alcohólico.
—Nunca he oído hablar de ti.
—Lo mismo da.
—Tengo una tienda junto a la playa. Joyas y baratijas. Sobre todo baratijas y

porquerías.
—En eso nos parecemos. Yo escribo muchas porquerías.
—¿Si eres tan mal escritor, por qué no lo dejas?
—Necesito comida, refugio y ropa. Invítame a otra copa.
Babette hizo un gesto al camarero y recibí una nueva copa.
Apretamos juntas nuestras piernas.
—Soy una rata —le dije—, estoy estreñido y no se me levanta.
—No sé nada de tus intestinos, pero eres una rata y sí se te levanta.
—¿Cuál es tu número de teléfono?
Babette buscó una pluma dentro de su bolso.
Entonces entraron Cecilia y Valerie.
—Oh —dijo Valerie—, aquí están estos cabritos. Te lod ije. ¡En el bar más
cercano!

Babette se deslizó de su asiento. Salió por la puerta. La vi a través de la luna. Se alejaba por la acera y tenía todo un cuerpo. Era elástico y esbelto. Resbalaba contra el viento. Luego desapareció.

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