sábado, 25 de diciembre de 2010

CHARLES BUKOWSKI "NOVELA MUJERES" - CAPITULO 97

Recibí una carta en el correo. Estaba remitida desde Hollywood.
Querido Chinaski:

He leído casi todos tus libros. Trabajo de mecanógrafa en un sitio de la avenida Cherokee. He colgado tu foto junto a mi escritorio. Es un cartel de una de tus lecturas. La gente me pregunta «¿Quién es ése?» y yo les digo, «Mi novio» y ellos dicen, «¡Dios mío!».

Le dejé a mi jefe uno de tus libros de relatos. La bestia con tres piernas y me dijo que no le había gustado. Dijo que no sabías escribir. Dijo que era mierda barata. Se enfadó mucho.
De cualquier manera, a mí me gustan tus cosas y me gustaría conocerte.
Dicen que soy bonita y bien formada. ¿Te gustaría conocerme?
Con amor.
Valencia
Dejaba dos números de teléfono, uno del trabajo y otro de casa. Eran las dos y
media de la tarde. Marqué el número del trabajo.
—¿Sí? —respondió una voz de mujer.
—¿Está Valencia?
—Yo soy Valencia.
—Soy Chinaski. Recibí tu carta.
—Pensé que llamarías.
—Tienes una voz sexy —le dije.

—Tú también.
—¿Cuándo puedo verte?
—Bueno, esta noche no tengo nada que hacer.
—Bien, ¿entonces esta noche?

—De acuerdo. Te veré después del trabajo. Nos podemos encontrar en un bar del

Bulevar Cahuenga, el Foxhole, ¿sabes dónde está?
—Sí.
—Entonces te veré a las seis...

Llegué y aparqué a la puerta del Foxhole. Encendí un cigarrillo y me quedé un rato sentado. Luego salí y entré en el bar. ¿Cuál era Valencia? Me quedé allí parado y nadie me dijo nada. Me acerqué a la barra y pedí un vodka-7 doble. Entonces oí mi nombre.
—¿Henry?

Miré a mi alrededor y allí estaba una rubia sola en un rincón. Cogí mi bebida y fui a sentarme. Tendría unos 38 años y no estaba tan bien formada. Estaba un poco gorda. Sus tetas eran muy grandes, pero le caían fláccidas. Tenía pelo corto rubio. Estaba hecha pesadamente y parecía cansada. Llevaba pantalones, blusa y botas. Ojos azul pálido. Muchas pulseras en cada brazo. Su cara no revelaba nada, aunque puede que alguna vez hubiera sido hermosa.
—Ha sido realmente un jodido día miserable —me dijo—, he escrito a máquina
hasta romperme el culo.
—Podemos salir otra noche cuando te sientas mejor —me apresuré a decirle.
—Oh, mierda, no hay problema. Otra copa y me quedaré como una rosa.
Valencia se volvió hacia la camarera.

—Otro vino.
Bebía vino blanco.
—¿Cómo te va la literatura? —me preguntó—. ¿Has sacado nuevos libros?
—No, pero estoy trabajando en una novela.
—¿Cómo se va a llamar?
—Todavía no tiene título.
—¿Va a ser buena?
—No sé.

Ninguno de los dos dijo nada durante un rato. Yo acabé mi vodka y pedí otro. Valencia simplemente no era mi tipo en ningún sentido. Me desagradaba. Hay gente así, a la que nada más conocerlas ya desprecias.
—Hay una chica japonesa donde trabajo que hace todo lo posible para que me
despidan. Yo lo tengo arreglado con el jefe, pero esta perra me hace insoportable la vida.

Algún día le voy a dar una patada en el culo.
—¿De dónde eres?
—De Chicago.
—No me gusta Chicago.
—A mí sí.
Acabé mi bebida, ella la suya. Valencia me pasó su cuenta.
—¿Te importa pagar esto? También me tomé una ensalada de gambas.

Saqué las llaves para abrir el coche.
—¿Este es tu coche?
—Sí.
—¿Esperas que yo monte en un coche como éste?
—Mira, si no quieres montar, no montes.
Valencia subió. Sacó su espejo y empezó a maquillarse la cara mientras
conducíamos. Mi casa no estaba muy lejos. Aparqué.
Al entrar dijo:

—Este sitio está hecho una guarrada. Necesitas a alguien que o arregle.
Saqué el vodka y el 7-Up y preparé dos copas. Valencia se quitó las botas.
—¿Dónde está tu máquina de escribir?
—En la mesa de la cocina.
—¿No tienes un escritorio? Yo pensé que los escritores tenían escritorios.
—Algunos no tienen ni siquiera mesas de cocina.
—¿Has estado casado?
—Una vez.

—¿Qué es lo que fue mal?
—Empezamos a odiarnos mutuamente.
—Yo he estado casada cuatro veces. Todavía veo a mis ex maridos. Somos amigos.

—Bebe.
—Pareces nervioso.
—Estoy bien.

Valencia acabó su bebida, luego se estiró en el sofá. Puso la cabeza sobre mi hombro. Yo empecé a acariciar su pelo. Le serví otra copa y volví a acariciar su pelo. Podía mirar dentro de su blusa y verle las tetas. Me incliné y le di un largo beso. Su lengua asaeteó mi boca. La odiaba. Se me empezó a empalmar la polla. Nos besamos otra vez y le metí mano por dentro de la blusa.
—Sabía que te conocería algún día —me dijo.
La besé otra vez, en esta ocasión con cierto salvajismo. Sintió mi polla contra su
cabeza.

—¡Eh! —dijo.
—No es nada.
—Y un carajo. ¿Qué quieres hacer?
—No sé.
—Yo sí sé.

Valencia se levantó y fue al baño. Cuando salió estaba desnuda. Se metió bajo las sábanas. Yo me tomé otra copa, luego me desvestí y me metí en la cama. Aparté las sábanas. Vaya tetas descomunales. La mitad de ella eran tetas. Agarré una con mi mano lo mejor que pude y chupé el pezón. No respondió. Agarré las dos. Metí mi polla en medio. Los pezones seguían blandos. Acerqué mi polla a su boca y ella apartó la cara. Pensé en quemarle el culo con un cigarrillo. Vaya una masa de carne. Una buscona venida a menos. Las putas normalmente me ponían cachondo. Mi polla estaba dura pero mi espíritu no estaba en ello.

—¿Eres judía? —le pregunté.
—No.
—Pareces judía.
—No lo soy.

—Vives en el distrito Fairfax ¿no?
—Sí.
—¿Tus padres son judíos?
—¿Oye, a qué viene toda esta mierdaju dí a?
—No te avergüences. Algunos de mis mejores amigos son judíos.
Manipulé sus tetas otra vez.
—Pareces asustado. ¿Es que te acojonas?
Le meneé la polla en su cara.
—¿Parece esto acojonado?
—Es horrible. ¿De dónde has sacado todas esas venas?
—Me gustan.

La agarré del pelo y apreté su cabeza contra la pared chupándole los dientes mientras miraba fijamente a sus ojos. Luego empecé a jugar con su coño. Le costaba lo suyo. Al final se abrió y metí mi dedo. Luego empecé con el clítoris. Luego la monté. Mi polla estaba dentro de ella. Estábamos follando. No tenía el menor deseo de complacerla. Valencia estrechaba bien el chocho, pero no respondía. No me importaba. Embestí una y otra vez. Un polvo más. Una investigación. No había sensación de violación de por medio. La pobreza y la ignorancia alimentaban su propia razón. Ella era mía. Éramos dos animales en el bosque y yo la estaba matando. Se estaba corriendo, la perra. La besé y sus labios estaban finalmente abiertos. Metí mi lengua. Las paredes azules nos contemplaban. Valencia empezó a hacer pequeños sonidos. Yo me derramé.
Cuando salió del baño, yo ya estaba vestido. Dos copas preparadas en la mesa. Las
bebimos.
—¿Cómo es que vives en el distrito de Fairfax?

—Me gusta.
—¿Te llevo a casa?
—Si no te importa.

Vivía a dos manzanas al este de Fairfax.
—Aquí está mi casa —dijo—, la de la puerta con persiana.
—Parece un sitio agradable.
—Lo es. ¿Quieres entrar un rato?
—¿Tienes algo de beber?
—¿Te gusta el jerez?
—Cómo no...
Entramos. Había toallas en el suelo. Las metió de una patada bajo el sofá al pasar.
Luego salió con jerez. Del malo.
—¿Dónde está el baño? —le pregunté.
Tiré de la cadena para tapar el sonido, luego vomité el jerez. Tiré otra vez de la

cadena y salí.
—¿Otra copa? —me preguntó.
—Venga.
—Han venido los niños, por eso el sitio está hecho una leonera.
—¿Tienes niños?
—Sí, pero Sam se hace cargo de ellos.
Acabé mi bebida.

—Bueno, mira, gracias por la copa. Debo irme.
—De acuerdo. Ya tienes mi número de teléfono.
—Vale.
Valencia me acompañó hasta la puerta. Nos besamos. Luego me encaminé hacia mi
coche. Monté y me marché. Di la vuelta a la esquina, paré en doble fila, abrí la puerta y
vomité la otra copa.

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