miércoles, 29 de diciembre de 2010

CHARLES BUKOWSKI "NOVELA MUJERES" - CAPITULO 99

Sara estaba preparando el pavo y yo estaba sentado en la cocina hablando con ella.

Los dos estábamos bebiendo vino blanco.
Sonó el teléfono. Me levanté a cogerlo. Era Debra.
—Sólo quería desearte feliz Navidad, pelele.
—Gracias, Debra, que Santa Claus se porte bien contigo.
Hablamos un rato, luego volví a sentarme.
—¿Quién era?
—Debra.
—¿Cómo está?
—Bien, supongo.
—¿Qué quería?
—Desearnos felices fiestas.
—Te gustará este pavo orgánico y la guarnición también. La gente come veneno,
puro veneno. América es uno de los países donde el cáncer de colon está en auge.

—Sí, a mí me duele mucho el culo, pero son las hemorroides. Ya me las cortaron una vez. Antes de operarte te meten una especie de serpiente por los intestinos con una pequeña luz incorporada y miran a ver si tienes cáncer. Es una serpiente muy larga. ¡Te la corren por todas las tripas!
Sonó otra vez el teléfono. Lo cogí. Era Cassie.
—¿Hola, cómo estás?
—Sara y yo estamos preparando un pavo.
—Te echo de menos.
—Feliz Navidad. ¿Cómo te va el trabajo?
—Muy bien. Tengo vacaciones hasta el dos de enero.
—¡Feliz año nuevo, Cassie!
—¿Qué coño pasa contigo?
—Estoy un poco volado. No estoy acostumbrado a beber vino en horas tan
tempranas.
—Llámame alguna vez.

—Cómo no.

Volví a la cocina.
—Era Cassie. La gente llama en Navidad. A lo mejor llama Drayer Baba.
—No lo hará.
—¿Por qué?
—Nunca habló en voz alta. Nunca habló y nunca tocó el dinero.
—Eso está muy bien. Déjame probar un poco de esa cosa.
—Está bien.
—No está mal.
Sonó otra vez el teléfono. Así solía ocurrir. Una vez que empezaba a sonar, no

paraba. Entré en el dormitorio y respondí.
—Hola —dije—. ¿Quién es?
—Tú, hijo de perra, ¿no me conoces?
—No, no caigo. —Era una mujer borracha.
—Adivina.
—¡Espera, ya sé!¡I ris !
—Sí,I ris. ¡Y estoy embarazada!
—¿Sabes quién es el padre?

—¿Y eso qué importa?
—Supongo que tienes razón. ¿Cómo van las cosas en Vancouver?
—Muy bien. Adiós.
Volví a la cocina.
—Era la bailarina del vientre canadiense —le dije a Sara.
—¿Qué tal está?
—Está llena de alegría navideña.
Sara metió el pavo en el horno y salimos al salón. Hablamos de trivialidades un
rato. Entonces sonó el teléfono de nuevo.

—Hola —dije.
—¿Eres Henry Chinaski? —era la voz de un joven.
—Sí.
—¿Eres Henry Chinaski, el escritor?
—Sí.
—¿De verdad?
—Sí.
—Bueno, somos una panda de tíos de Bel Air y nos gusta de verdad tu rollo, tío.
¡Lo apreciamos tanto que te vamos a recompensar, tío!

—¿Ah, sí?
—Sí, vamos a pasarnos por allí con unos cuantos paquetes de cerveza.
—Meteros esa cerveza por el culo.
—¿Qué?
—¡He dicho que os metáis la cerveza por el culo!
Colgué.
—¿Quién era? —preguntó Sara.
—Acabo de perder tres o cuatro lectores de Bel Air, pero he salido ganando.

Se hizo el pavo y lo saqué del horno, lo puse en una fuente, aparté mi máquina de escribir y todos mis papeles de la mesa de la cocina y lo dejé allí. Empecé a trincharlo mientras Sara preparaba las verduras de acompañamiento. Nos sentamos. Llené mi plato y Sara el suyo. Tenía buena pinta.
—Espero que ésa de las tetas no vuelva por aquí —dijo Sara. Parecía muy inquieta
ante la idea.
—Si viene, le daré un pedazo.
—¿Qué?
—He dicho que si viene le daré un pedazo. Tú puedes mirar —dije, señalando al
pavo.

Sara gritó. Se levantó. Estaba temblando. Entonces se fue corriendo al dormitorio. Miré mi pavo. No podía comérmelo. Había apretado otra vez el botón equivocado. Salí al salón con mi copa y me senté. Esperé quince minutos y luego puse el pavo y las verduras en la nevera.

Sara volvió a su casa al día siguiente y yo me tomé un sándwich de pavo frío a las tres de la tarde. Hacia las cinco se oyó un terrible aporreamiento en la puerta. La abrí. Eran Tammie y Arlene. Iban de anfetamina. Entraron y empezaron a saltar por todas partes, las

dos hablando a la vez.
—¿Tienes algo de beber?
—Mierda, Hank, ¿tienes algo de beber?
—¿Cómo te han ido las jodidas Navidades, tío?
—¿Cómo te han ido las jodidas Navidades?
—Hay algo de cerveza y vino en la heladera —dije.
(Siempre puedes descubrir a un nostálgico porque llama al congelador la heladera.)
Entraron bailando en la cocina y abrieron la nevera.
—¡Hey, hay un pavo ?
—Estamos hambrientas, Hank. ¿Podemos comer un poco de pavo?
—Claro.

Tammie salió con un muslo y lo mordió.

—¡Eh, este pavo está horroroso! ¡Necesita condimento!
Arlene salió con pedazos de carne en las manos.
—Sí, necesita especias. ¡Está muy soso! ¿No tienes especias?
—En la alacena —dije.
Saltaron y empezaron a rebuscar entre las especias. Luego las echaron sobre el

pavo.
—¡Ahora! ¡Esto está mejor!
—¡Sí, ahora sabe a algo!
—¡Pavo orgánico, mierda!
—¡Sí, es mierda!
—¡Quiero algo más!
—Yo también. Pero necesita especias.

Tammie salió y se sentó. Acababa de comerse el muslo. Entonces cogió el hueso del muslo, lo mordió y lo partió por la mitad, luego empezó a masticarlo. Yo estaba atónito. Estaba comiéndose el hueso del muslo, dejando caer astillas en la alfombra.
—¡Oye, te estás comiendo el hueso!
—¡Sí, está bueno!
Tammie regresó corriendo a la cocina a por más.
Al rato salieron las dos, cada una con una botella de cerveza.
—Gracias, Hank.
—Sí, gracias, tío.

Se sentaron, mamando sus cervezas.
—Bueno —dijo Tammie—, nos vamos.
—¡Sí, nos vamos a violar a algún escolar!
—¡Sí!

De un salto desaparecieron por la puerta. Entré en la cocina y miré en el refrigerador. El pavo parecía como si hubiese sido destrozado a zarpazos por un tigre. Las patas habían sido desgarradas. Parecía obsceno.
Sara vino la noche siguiente.
—¿Cómo está el pavo? —preguntó.
—Bien.

Entró y abrió la puerta de la nevera. Dio un grito. Salió corriendo.
—Dios mío, ¿qué ha ocurrido?
—Vinieron Tammie y Arlene. Creo que no habían comido en una semana.

—Oh, es repugnante. ¡Me ataca el corazón!

—Lo siento. Debería haberlas detenido. Iban dopadas de pastillas.
—Bueno, sólo hay una cosa que puedo hacer.
—¿El qué?
—Puedo hacerte una buena sopa de pavo. Compraré unas verduras.
—Está bien —le dije, y le di un billete de veinte.
Sara preparó la sopa aquella noche. Estaba deliciosa. Cuando se fue por la mañana,
me dio instrucciones de cómo calentarla.
Tammie llamó a la puerta hacia las 4 de la tarde. La dejé entrar y se fue derecho a

la cocina. Abrió la puerta del refrigerador.
—¿Eh, sopa, huh?
—Sí.
—¿Está buena?
—Sí.
—¿Te importa si la pruebo?
—En absoluto.
La oí encender la cocina. Luego la oí probarla.
—¡Dios! (Esto está soso! ¡Necesita especias!
La oí echando las especias. Luego la probó.
—¡Así estámejor! ¡Pero necesita más! Yo soy italiana , ya sabes. Ahora... esto...

¡Así está mejor! Ahora la calentaré, ¿puedo tomarme una cerveza?
—Claro.
Salió con su botella y se sentó.
—¿Me echas de menos? —me preguntó.
—Nunca lo sabrás.
—Creo que voy a conseguir otra vez trabajo en el Play Pen.
—Magnífico.

—Por ahí va gente espléndida, te dan buenas propinas. Un tío me dejaba cinco pavos cada noche de propina. Estaba enamorado de mí. Pero nunca me hizo la menor proposición. Sólo me miraba. Era extraño. Era un cirujano de recto y a veces se masturbaba al verme pasar. Podía olérselo, ya sabes.

—Bueno, cada uno se monta la vida como puede...
—Creo que la sopa está lista, ¿quieres un poco?
—No, gracias.
Tammie entró y la oí sacando cucharadas de la cazuela. Estuvo así largo rato.

Luego salió.
—Me puedes prestar cinco pavos hasta el viernes.
—No.
—Entonces dame sólo un dólar.
Le di un puñado de calderilla. Llegaba a un dólar y treinta y siete centavos.
—Gracias —dijo ella.
—No hay de qué.
Luego se fue por la puerta.

Sara vino la noche siguiente. Raras veces venía tan a menudo, era algo que tenía que ver con las fiestas, todo el mundo andaba perdido, medio loco, asustado. Yo tenía preparado el vino blanco y serví copas para los dos.

—¿Cómo va el restaurante?
—Mal. Apenas sacamos para mantenerlo abierto.
—¿Dónde están tus clientes?
—Todos han dejado la ciudad. Se han ido a alguna parte.

—Todos nuestros proyectos acaban haciendo agua. —No siempre. Hay gente a la que le sale todo bien. —Es verdad.
—¿Cómo está la sopa?
—A punto de terminarse.

—¿Te gustó?
—No he tomado mucha.
Sara entró en la cocina y abrió la puerta de la nevera.
—¿Qué le ha pasado a la sopa? Parece extraña.
Oí cómo la probaba. Luego corrió al fregadero y la escupió.
—¡Jesús, está envenenada! ¿Qué ha ocurrido? ¿Es que volvieron Tammie y Arlene
a tomar sopa también?
—Sólo Tammie.
Sara no gritó. Sólo tiró el resto de la sopa por el fregadero. La pude oír sollozando,
tratando de contenerse. Aquel pobre pavo orgánico había pasado unas jodidas Navidades.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Que tiene que ver la nostalgia con que nombres eladera a la nevera?