domingo, 2 de enero de 2011

CHARLES BUKOWSKI "NOVELA MUJERES" - CAPITULO 100

La Nochevieja era otra mala noche para mí. Mis padres siempre habían celebrado el Nuevo Año, escuchándolo aproximarse por la radio, ciudad por ciudad hasta que llegaba a Los Ángeles. Las tracas se disparaban y los pitos y las bocinas sonaban y los borrachos aficionados vomitaban y los maridos ligaban con las mujeres de otros y sus mujeres ligaban con quien podían. Todo el mundo se besaba y se agarraba del culo en los baños y armarios, y a veces abiertamente, especialmente a medianoche, y había terribles broncas familiares al día siguiente.

Sara llegó pronto. Se excitaba con cosas como la montaña mágica, las películas del espacio, Star Trek, con ciertas bandas de rock, las espinacas con crema y la comida pura, pero tenía mejor sentido común que cualquier otra mujer que hubiera conocido. Quizás solamente otra, Joanna Dover, podía competir con ella en sentido común y espíritu relajado. Sara tenía mejor pinta que cualquier otra de las mujeres que había tenido, así que este Año Nuevo no iba a ser tan malo después de todo.

Me acababa de desear «Feliz Año Nuevo» un idiota local de las noticias de televisión. Me disgustaba que me desease un feliz año nuevo gente desconocida. ¿Cómo sabía él quién era yo? Podía ser un hombre con un niño de cinco años colgado del techo y amordazado, cortándolo lentamente en pedacitos.
Sara y yo habíamos empezado a celebrarlo y beber, pero era difícil emborracharse

cuando la mitad del mundo estaba esforzándose por emborracharse igual que tú.
—Bueno —le dije a Sara—, no ha sido un mal año. Nadie me ha asesinado.
—Y todavía eres capaz de beber todas las noches y levantarte todas las mañanas.
—Si sólo pudiera aguantar otro año.
—Eres un viejo toro alcohólico.
Alguien llamó a la puerta. No podía dar crédito a mis ojos. Era Dinky Summers, el

tío del folk rock y su novia Janis.
—¡Dinky! —grité—. Eh, mierda, tío, ¿qué ocurre?
—No sé. Hank, se me ocurrió de repente pasarme.
—Janis, ésta es Sara. Sara... Janis.
Sara fue a por dos copas. Las llené. La conversación no fue gran cosa.
—He escrito unas diez canciones nuevas. Creo que me estoy haciendo mejor.
—Yo creo que sí —dijo Janis—, de verdad.
—Oye, tío, aquella noche que abrí tu acto... Dime Hank, ¿estuveta n mal?

—Mira, Dinky, no quiero herir tus sentimientos, pero yo estaba bebiendo más de lo que estaba escuchando. Estaba pensando en mí mismo teniendo que salir allí y me estaba preparando para afrontarlo. Es algo que me hace vomitar.
—Pero a mí me en ca n ta salir ante la multitud y cuando conecto con ellos y les
gustan mis canciones, me siento en el paraíso.
—Escribir es diferente. Es algo que haces solo, no tiene nada que ver con una audiencia en vivo.
—Puede que tengas razón.
—Yo estaba allí —dijo Sara—, dos tíos tuvieron que ayudar a Hank a subir al
escenario. Estaba borracho e indispuesto.
—Oye, Sara —dijo Dinky—. ¿Tan mala fue mi actuación?
—No, lo que pasa es que estaban impacientes por ver a Chinaski. Cualquier otra

cosa les irritaba.
—Gracias, Sara.
—A mí no me gusta gran cosa el folk rock —dije.
—¿Qué te gusta?
—Casi todos los compositores alemanes clásicos y algunos rusos.
—He escrito diez canciones nuevas.
—¿Podemos oír alguna? —dijo Sara.
—Pero no tienes la guitarra ¿verdad? —dije yo.
—Oh, sí latien e —dijo Janis—. ¡Siempre la lleva consigo!
Dinky se levantó, salió y cogió su instrumento en el coche. Se sentó con las piernas

cruzadas en la alfombra y empezó a tocar, íbamos a tener entretenimiento en vivo. Empezó de inmediato. Tenía una voz plena y potente. Hacía resonar las paredes. La canción era sobre una mujer. Sobre un amor desdichado entre Dinky y una mujer. No era realmente mala. Quizás sobre un escenario con gente pagando pudiera estar bien. Pero era difícil decir lo mismo cuando estaba en la alfombra enfrente tuyo. Era mucho más personal y embarazoso. De cualquier modo, decidí que no era tan malo. Pero el chico tenía problemas. Estaba cogiendo edad. Los rizos dorados ya no eran tan dorados y la inocencia en los amplios ojos había decaído un poco. Pronto se iba a ver en dificultades.
Aplaudimos.
—Demasiado, tío —dije.

—¿Tegusta de verdad. Hank?
Moví mi mano en el aire.
—Sabes, siempre he admirado tus escritos —dijo.
—Gracias, hombre.

Atacó la segunda canción. También era sobre una mujer. Su mujer, una ex mujer había estado fuera toda la noche. Tenía algo de humor, pero no estaba seguro de que fuera deliberado. De cualquier manera. Dinky acabó y aplaudimos. Empezó con la tercera.

Dinky estaba inspirado. Tenía cantidad de volumen. Sus pies se movían de un lado a otro, siguiendo el ritmo con sus zapatillas de tenis y nosotros podíamos oírlos. En esos momentos, era él mismo, de alguna manera. No estaba bien y ni siquiera sonaba bien, pero el producto en sí era mucho mejor de lo que solías oír normalmente. Sentí que podía felicitarle sin reservas, por un momento. Pero si le mentías a un hombre respecto a su talento sólo porque estaba sentado enfrente tuyo, ésa era la mentira más imperdonable de todas, porque le estabas diciendo que siguiera, que continuara, lo cual para un hombre sin verdadero talento era la peor forma de desperdiciar su vida. Pero mucha gente hacía eso, sobre todo amigos y familiares.
Dinky fue a por la siguiente canción. Nos iba a dar las diez enteras. Escuchamos y

aplaudimos, pero mi aplauso fue el más moderado.
—La tercera línea no me gusta, Dinky —dije.
—Pero esn ecesa ria , sabes, porque...
—Ya sé.

Dinky siguió. Cantó todas sus canciones. Le llevó largo rato. Nos dejaba algún descanso entre canción y canción. Cuando finalmente llegó el Año Nuevo, Dinky y Janis y Sara y Hank seguían juntos. Pero afortunadamente el asunto de la guitarra estaba archivado. A callar o a la calle.

Dinky y Janis se fueron hacia la una de la mañana y Sara y yo nos fuimos a la cama. Empezamos a jugar y a besarnos. Yo era, como ya he dicho, aficionado a los besos. Casi no podía aguantarlo. Los besos de primera eran raros, infrecuentes. Nunca lo hacían bien, ni en las películas ni en la televisión. Sara y yo estábamos en la cama, frotando nuestros cuerpos y besándonos de forma excepcional. Ella se dejó ir. En el pasado siempre había sido igual, con Drayer Baba vigilándonos desde las alturas. Me agarraba la polla y yo jugaba con su coño y ella acababa frotándome la polla por su coño y por la mañana me levantaba con toda la polla roja y escocida del cepillado.
Entramos en la parte del frote. Y de repente me cogió la polla y se la metió en la

vagina.
Yo estaba anonadado. No sabía qué hacer.
Arriba y abajo ¿de acuerdo? O mejor, dentro y fuera. Era como montar en bicicleta:
nunca te olvidabas. Agarré su cabellera rubia rojiza, pegué su boca a la mía y me corrí.
Se levantó y se fue al baño. Yo miré el techo azul de mi dormitorio y dije, Drayer
Baba, perdónala.
Pero como él nunca hablaba ni tocaba el dinero, no pude esperar ni una respuesta ni
que aceptara algo en pago.
Sara salió del baño. Su figura era tersa, estaba delgada y bronceada, radiante. Sara
entró en la cama y nos besamos. Un simple beso de amor.
—Feliz Año Nuevo —me dijo.
Nos dormimos, abrazados.

ENLACE " CAPITULO 101 "

No hay comentarios: