lunes, 17 de enero de 2011

"LA SENDA DEL PERDEDOR" DE CHARLES BUKOWSKI - CAPITULO 6

No tenía amigos en la escuela, tampoco los quería. Me sentía mejor yendo solo. Me sentaba en un banco y observaba a los otros mientras jugaban, al tiempo que ellos me miraban con burla. Un día durante el almuerzo se me acercó un niño nuevo. Llevaba pantalones cortos, era bizco y con cara de pájaro. No me gustaba su aspecto. Se sentó en un banco a mi lado.

—Hola, me llamo David.
Yo no contesté.
Abrió la bolsa de su almuerzo.
—Tengo sandwiches de mantequilla de cacahuete —dijo—. ¿Tú qué

tienes?
—Sandwiches de mantequilla de cacahuete.
—También tengo un plátano, y patatas fritas. ¿Quieres patatas fritas?
Cogí algunas. Tenía un montón, eran crujientes y saladas, el sol brillaba

a través de ellas. Estaban buenas.
—¿Puedo coger algunas más?
—Bueno.
Cogí más. En sus sandwiches de mantequilla de cacahuete también tenía

mermelada; se salía y le caía por los dedos. David no parecía darse cuenta.
—¿Dónde vives? —me preguntó.
—En Virginia Road.
—Yo vivo en Pickford. Podemos volver juntos después de clase. Coge más

patatas. ¿A quién tienes de profesora?
—A la señora Columbine.
—Yo tengo a la señora Reed. Te veré después de clase, podemos volver a
casa juntos.
¿Por qué llevaba esos pantalones cortos? ¿Qué era lo que quería?
Realmente, no me gustaba nada. Cogí más patatas fritas.
Aquella tarde, después de clase, me encontró y empezó a caminar a mi

lado.
—No me has dicho cómo te llamas —me dijo.
—Henry —respondí.

Mientras caminábamos, me di cuenta de que nos seguía toda una panda de chicos de primer grado. Al principio les sacábamos media manzana, pero se fueron acercando hasta ir a pocos metros detrás nuestro.
—¿Qué es lo que quieren? —le pregunté a David.
El no contestó, sólo siguió andando.

—¡Eh, cagón de pantalones cortos! —gritó uno de ellos—. ¿Tu madre te

hace que cagues en los pantalones cortos?
—¡Cara de pájaro, jo, jo, cara de pájaro!
—¡Bizco! ¡Prepárate a morir!
Entonces nos rodearon.
—¿Quién es tu amigo? ¿Te besa el culo?

Uno de ellos cogió a David por el cuello. Lo tiró al césped. David se levantó. Un chico se colocó a cuatro patas detrás de él. El otro chico empujó a David y éste cayó hacia atrás. Otro chico se puso encima suyo y le frotó la cara contra la hierba. Entonces le dejaron. David se levantó de nuevo. No abrió la boca, pero las lágrimas le caían por la cara. El más grande de los chicos se le acercó:
—No te queremos en nuestra escuela, mariquita. ¡Lárgate de nuestra
escuela!

Le pegó un puñetazo en el estómago. David se encogió hacia delante y en ese momento el chico le metió un rodillazo en plena cara. David cayó al suelo. Le sangraba la nariz.
Entonces me rodearon a mí.
—¡Ahora te toca a ti!

Empezaron a dar vueltas a mi alrededor y yo también me giraba. Siempre había alguno detrás mío. Ahí estaba yo cargado de mierda y tenía que pelear. No entendía sus motivos. No paraban de dar vueltas ni yo tampoco. Estaba aterrorizado y tranquilo al mismo tiempo. La cosa siguió y siguió. Me gritaban cosas, pero yo no oía lo que decían. Finalmente lo dejaron y se fueron calle abajo. David me estaba esperando. Caminamos por la acera hacia su casa, en la calle Pickford.

Llegamos a la altura de su casa.
—Aquí me quedo. Adiós.
—Adiós, David.
Entró y escuché la voz de su madre.
—¡David! ¡Mira tu camisa y tus pantalones! ¡Están todos manchados!

¡Todos los días lo mismo! Dime ¿por qué lo haces?
David no contestó.
—¡Te he hecho una pregunta! ¿Por qué haces esto con tu ropa?
—No puedo evitarlo, mamá...
—¿Que no puedesev itarlo? ¡Niño estúpido!

Oí cómo le pegaba. David empezó a llorar y ella le pegó más fuerte. Yo me quedé escuchando junto a la entrada. Después de un rato dejó de pegarle. Pude oír a David sollozando. Luego dejó de llorar.
—Ahora quiero que practiques tu lección de violín —oí que le dijo su
madre.

Me senté en el césped y aguardé. Entonces escuché el violín. Era un violín muy triste. No me gustaba la manera en que tocaba David. Seguí sentado escuchando durante un rato, pero la música no mejoró. La mierda se había endurecido en mi interior. Ya no tenía ganas de cagar. La luz de la tarde me hacía daño en los ojos. Tenía ganas de vomitar. Me levanté y me fui a casa.

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3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que historia..

Anónimo dijo...

Para BUKOWSKI y creo sin temor a equivocarme, siguiendo a Nietzsche que esto lo escribió con sangre.

El conde de Wilde dijo...

Brillante...