miércoles, 26 de enero de 2011

"LA SENDA DEL PERDEDOR" DE CHARLES BUKOWSKI - CAPITULO 12

Una noche mi padre me llevó con él a hacer el reparto de leche. Ya habían quitado los carros de caballos. Ahora eran coches con motor. Después de cargar en la central lechera, enfilamos la ruta. Me gustaba estar ya en la calle tan temprano. La luna estaba alta y se podían ver las estrellas. Hacía frío, pero era excitante. Me preguntaba por qué mi padre me había pedido que le acompañase si ahora acostumbraba a pegarme con la badana una o dos veces por semana y no parecía que fuera a cesar la cosa.

En cada parada él bajaba de un salto y dejaba una o dos botellas de leche. A veces era también queso, o nata, o mantequilla, y de vez en cuando una botella de naranja. La mayoría de la gente dejaba notas en las botellas vacías diciendo lo que querían.
Mi padre hacía la ruta, parando y volviéndose a poner en marcha

haciendo los repartos.
—Bueno, muchacho, ¿en qué dirección estamos yendo ahora?
—Hacia el Norte.
—Tienes razón. Estamos yendo hacia el Norte.
Subimos y bajamos calles, parando y siguiendo la ruta.
—Muy bien. ¿Ahora qué dirección llevamos?
—Hacia el Oeste.
—No, vamos hacia el Sur.
Seguimos conduciendo en silencio un rato más.
—Supón que ahora te empujo fuera de la camioneta y te dejo ahí. ¿Qué

harías?
—No sé.
—Quiero decir, ¿qué harías para sobrevivir?
—Bueno, supongo que volvería hacia atrás y me bebería la leche y el

zumo de naranja que has ido dejando en los portales.
—¿Eso es lo que harías?
—Buscaría a un policía y le diría lo que me habías hecho.
—¿Lo harías, eh? ¿Y qué le dirías?
—Le diría que me habías dicho que el Oeste era el Sur porque querías
que me perdiera.
Empezaba a amanecer. Al poco acabamos el reparto y paramos en un

café a desayunar. La camarera se acercó.
—Hola, Henry —le dijo a mi padre.
—Hola, Betty —contestó él.
—¿Quién es este chaval?

—Es el pequeño Henry.
—Es igualito que tú.
—Sin embargo, no tiene mi cerebro.
—Espero que no.
Pedimos el desayuno. Tomamos huevos con bacon. Mientras comíamos,

mi padre me dijo:
—Ahora viene lo duro.
—¿El qué?
—Tengo que cobrar el dinero que me debe la gente. Hay algunos que no

quieren pagar.
—Pero tienen que pagar.
—Eso es lo que les digo.
Acabamos de comer y nos pusimos de nuevo en marcha. Mi padre se
bajaba y llamaba a las puertas. Le podía oír quejándose en voz alta:
—¿CÓMO COÑO SE CREE QUE VOY A COMER YO?¡USTEDES SE HAN TRAGADO LA LECHE,
AHORA TIENEN QUE CAGAR EL DINERO!
Cada vez usaba una frase diferente. A veces volvía con el dinero, otras
veces no.
Entonces le vi entrar en un complejo de bungalows. Se abrió una puerta
y apareció una mujer vestida con un kimono de seda medio abierto. Estaba

fumando un cigarrillo.
—Oye, nena, tengo que conseguir el dinero. ¡Me debes más que nadie!
Ella se rió.
—Mira, nena, dame la mitad, una señal, algo que enseñar.
Ella expulsó un anillo de humo, extendió la mano y lo rompió con un
dedo.
—Oye, tienes que pagarme —insistió mi padre—, esta es una situación
desesperada.
—Entra y hablaremos de ello —dijo la mujer.

Mi padre entró y se cerró la puerta. Estuvo allí un buen rato. El sol ya estaba muy alto. Cuando salió, le caía el pelo por la cara y se estaba metiendo los faldones de la camisa dentro de los pantalones. Subió a la camioneta.
—¿Te dio esa mujer el dinero? —pregunté yo.
—Esta ha sido la última parada —dijo mi padre—, ya no puedo más.
Vamos a dejar el camión y volveremos a casa...

Yo iba a volver a ver otra vez a aquella mujer. Un día volví del colegio y ella estaba sentada en una silla en el recibidor de casa. Mis padres también estaban allí sentados, y mi madre estaba llorando. Cuando mi madre me vio, se levantó y vino corriendo hacia mí, me abrazó. Me llevó al dormitorio y me

sentó en la cama.
—Henry, ¿quieres a tu madre?
Yo la verdad es que no la quería, pero la vi tan triste que le dije que sí.
Ella me volvió a sacar al recibidor.
—Tu padre dice que quiere a esta mujer —me dijo.
—¡Os quiero a lasdos! ¡Y llévate a este niño de aquí!
Sentí que mi padre estaba haciendo muy desgraciada a mi madre.
—Te mataré —le dije a mi padre.

—¡Saca a este niño de aquí!
—¿Cómo puedes amar a esa mujer? —le dije a mi padre—. Mira su nariz.
¡Tiene una nariz como la de un elefante!
—¡Cristo! —dijo la mujer—. ¡No tengo por qué aguantar esto! —Miró a mi

padre—. ¡Elige, Henry! ¡O una, u otra! ¡Ahora!
—¡Pero no puedo! ¡Os quiero a las dos!
—¡Te mataré! —volví a decirle a mi padre.

Él vino y me dio una bofetada en la oreja, tirándome al suelo. La mujer se levantó y salió corriendo de la casa. Mi padre salió detrás suyo. La mujer subió de un salto en el coche de mi padre, lo puso en marcha y se fue calle abajo. Ocurrió todo muy deprisa. Mi padre bajó corriendo por la calle detrás del coche:
—¡EDNA!¡EDNA, VUELVE!

Mi padre llegó a alcanzar el coche, metió el brazo por la ventanilla y agarró el bolso de Edna. Entonces el coche aceleró y mi padre se quedó con el bolso.

—Sabía que estaba ocurriendo algo —me dijo mi madre—, así que me escondí en la camioneta y los pillé juntos. Tu padre me trajo aquí de vuelta con esa mujer horrible. Ahora ella se ha llevado su coche.
Mi padre regresó con el bolso de Edna.
—¡Todo el mundo dentro de casa!

Entramos dentro, mi padre me encerró en mi cuarto y los dos se pusieron a discutir. Era a voz en grito y muy desagradable. Entonces mi padre empezó a pegar a mi madre. Ella gritaba y él no dejaba de pegarla. Yo salí por la ventana e intenté entrar por la puerta principal. Estaba cerrada. Lo intenté por la puerta trasera, por las ventanas. Todo estaba cerrado. Me quedé en el patio de atrás y escuché los gritos y los golpes.
Entonces hubo silencio y todo lo que pude oír fue a mi madre sollozando.
Lloró durante un buen rato. Gradualmente fue a menos hasta que cesó.

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