viernes, 11 de febrero de 2011

"LA SENDA DEL PERDEDOR" DE CHARLES BUKOWSKI - CAPITULO 23

En el instituto Justin, la clase de biología era un chollo. Teníamos de profesor al señor Stanhope. Era un viejales de unos 55 años al que dominábamos como queríamos. Lilly Fischman estaba en la clase y era una chica que estaba de lo más desarrollada. Tenía unas tetas enormes y un trasero maravilloso que meneaba mientras caminaba con sus zapatos de tacón alto. Era magnífica, hablaba con todos los chicos y se frotaba contra ellos mientras hablaba.
Todos los días ocurría lo mismo en la clase de biología. Nunca
aprendíamos nada de biología. Stanhope se ponía a hablar durante diez

minutos y entonces Lilly decía:
—¡Oh, señor Stanhope, vamos a hacer unnumeral
—¡No!
—¡Oh, señorS tanhope!
Ella se acercaba hasta el estrado, se inclinaba sobre él dulcemente y le
susurraba algo.
—Oh, bueno, está bien... —decía él.

Entonces Lilly empezaba a cantar y a menearse. Siempre empezaba con «The Lullaby of Broadway» y luego seguía con otros números. Era magnífica, era caliente, era abrasiva, y a nosotros nos ponía en ascuas. Era como una mujer crecida, poniendo a cien a Stanhope, poniéndonos a cien a nosotros Era maravilloso. El viejo Stanhope se quedaba allí sentado gimoteando y babeando. Nosotros nos reíamos de Stanhope y jaleábamos a Lilly. La cosa duró hasta que un día el director, el señor Lacefield, entró de golpe en la clase.

—¿Qué está ocurriendo aquí?
Stanhope se quedó allí sentado, incapaz de articular palabra.
—¡Esta clase queda suspendida! —gritó Lacefield.
Mientras salíamos, Lacefield dijo:
—¡Y en cuanto austed, señorita Fischman, preséntese inmediatamente
en mi oficina!

Por supuesto, después de aquello nadie se preocupó por estudiar biología. Todo fue bien hasta el día en que el señor Stanhope nos puso el primer examen.
—Mierda —dijo en voz alta Peter Mangalore—. ¿Qué vamos a hacer?
Peter era el tío de los 22 centímetros en blando.
—Tú nunca tendrás que trabajar para vivir —dijo el chico que se parecía
a Jack Dempsey—. Esto es problema nuestro.


76
—Quizás deberíamos incendiar esta escuela —dijo Red Kirkpatrick.
—Mierda —dijo uno desde el fondo de la clase—, cada vez que saco un
suspenso mi padre me arranca una uña.

Todos miramos nuestras hojas de examen. Yo pensé en mi padre. Entonces pensé en Lilly Fischman. Lilly Fischman, me dije, eres una puta, una mala mujer, meneando tu cuerpo delante de nosotros y cantando de esa forma, nos llevarás a todos al infierno.
Stanhope nos estaba mirando.
—¿Por qué no escribe nadie? ¿Por qué no contestan las preguntas?
¿Tiene todo el mundo lápiz?
—Sí, sí, todos tenemos lápiz —dijo uno de los chicos.

Lilly estaba sentada en la primera fila, junto a la mesa de Stanhope. Vimos cómo abría su libro de biología y buscaba la respuesta a la primera pregunta. Eso era. Todos abrimos nuestros libros. Stanhope siguió allí sentado mirándonos. No sabía qué hacer. Empezó a farfullar algo. Siguió allí durante cinco minutos y entonces se levantó de un salto. Empezó a ir de un lado a otro por el pasillo central de la clase.
—¿Qué estáis haciendo? ¡Cerrad los libros! ¡Cerrad los libros!
Mientras iba de un lado a otro, la gente cerraba los libros sólo para

volverlos a abrir en cuanto se alejaba un poco.
Baldy estaba en el asiento de al lado mío, riéndose.
—¡Vaya gilipollas! ¡Vaya viejogi lipollas!
Sentí un poco de pena por Stanhope, pero era él o yo. Stanhope se puso
detrás de su escritorio y gritó:
—¡O se cierran todos los libros de texto o suspendo a toda la clase!

Entonces se levantó Lilly Fischman. Se levantó la falda y se inclinó hacia una de sus medias de seda. Se ajustó la liga, vimos una porción de carne blanca. Luego se ajustó la otra media. Nunca habíamos visto nada igual, ni tampoco Stanhope. Lilly se sentó y todos acabamos el examen con los libros abiertos. Stanhope se quedó sentado tras su escritorio, completamente derrotado.
Otro tipo con el que nos las teníamos que ver era Pop Farnsworth.
Empezó el primer día en el taller. Dijo:

—Aquí se aprende practicando. Empezaremos ahora mismo. Cada uno desmontará un motor y lo volverá a montar de modo que funcione perfectamente a lo largo de un semestre. Hay planos en la pared y si algo no lo entendéis, no tenéis más que preguntarme. También se os mostrarán películas acerca de cómo funciona un motor. Pero ahora, por favor, empezad a desmontar vuestros motores. Tenéis herramientas en vuestro cajón de trabajo.
—¿Eh, Pop, qué tal si vemos antes las películas? —preguntó alguien.
—¡He dicho que empecéis a trabajar!
No sé de dónde habían sacado todos aquellos motores. Estaban negros,
grasientos y llenos de óxido. Tenían un aspecto realmente fúnebre.
—Coño —dijo uno de los chicos—, éste parece una plasta de mierda
pringosa.
Nos inclinamos sobre nuestros motores. La mayoría de la gente cogió
llaves inglesas. Red Kirkpatrick cogió un destornillador y raspó con lentitud
la parte de arriba de su motor desprendiendo cuidadosamente una línea de
grasa de casi medio metro de longitud.

—Venga, Pop. ¿Qué tal si ponemos una película? ¡Acabamos de salir del gimnasio, estamos machacados! ¡Wagner nos ha tenido haciendo el pino, saltando y dando volteretas como a un puñado de ranas!
—¡Exijo que empecéis a trabajar tal como os dije!

Empezamos a trabajar. No tenía ningún sentido. Era peor que la clase de Educación Musical. Se oían golpeteos de herramientas combinados con jadeos intensos.
—¡MIERDA! —aulló Harry Henderson—.¡ME HE DESPELLEJADO LOS MALDITOS
NUDILLOS!¡ESTO NO ES MÁS QUE JODIDO ESCLAVISMO DE BLANCOS!
Envolvió cuidadosamente su mano derecha con un pañuelo y se quedó

contemplando cómo la sangre lo empapaba:
—¡Mierda! —exclamó.
El resto de nosotros seguimos intentándolo.
—Prefiero meter la cabeza en el coño de un elefante —protestó Red
Kirkpatrick.
Jack Dempsey tiró su herramienta al suelo.
—Paso —dijo—, haz lo que quieras conmigo, que paso. Asesíname.
Córtame las pelotas. Yo paso.
Cruzó la habitación y se apoyó contra la pared. Se cruzó de brazos y se
quedó mirando a sus zapatos.

La situación parecía verdaderamente desesperada. No había ninguna chica... Cuando mirabas por la puerta trasera del taller podías ver el patio de la escuela repleto de luz y espacio vacío apto para zascandilear. Y aquí estábamos nosotros encorvándonos sobre unos estúpidos motores que ni siquiera estaban conectados a un coche y eran perfectamente inútiles. Sólo estúpido acero. Era un trabajo duro y embolador. Necesitábamos clemencia. Nuestras vidas ya eran lo suficientemente tontas. Algo tenía que salvarnos. Habíamos oído que Pop era un tipo suave, pero no parecía cierto. Era un gigantesco hijo de puta repleto de cerveza, vestido con un mono grasiento, con el pelo colgándole sobre los ojos y la barbilla tiznada de grasa.
Arnie Whitechapel mandó a paseo a su herramienta y anduvo hasta
situarse frente al señor Farnsworth. Arnie ostentaba una enorme mueca en

su cara.
—Oye, Pop, ¿qué coño es esto?
—¡Vuélvete a tu motor, Whitechapel!
—¡Venga ya, Pop, qué mierda importa!

Arnie era dos años mayor que el resto de nosotros. Había pasado algunos años en un correccional. Pero aunque era más viejo que nosotros, era más pequeño. Tenía un pelo muy negro peinado hacia atrás y untado de vaselina. Se podía pasar largo rato frente al espejo del meódromo de tíos sacándose espinillas. Blasfemaba con las chicas y siempre llevaba goma de mascar en sus bolsillos.

—¡Tengo una buena para ti, Pop!
—¿Sí? Vuelve a tu motor, Whitechapel.
—De verdad que es una buena, Pop.
Plantados en nuestros sitios mirábamos cómo Arnie empezaba a contarle a Pop alguna historieta verde. Sus cabezas estaban muy juntas. Entonces se acabó la broma y Pop comenzó a reír. Su corpachón se doblaba mientras se sujetaba la panza.
—¡Es cojonuda! ¡Oh cielos! ¡Es cojonuda! —se rió—. Luego se detuvo de

golpe—. Okey, Arnie, ¡vuelve a tu máquina!
—No, espera Pop. ¡Tengo otra!
—¿Sí?
—Sí, escucha...

Todos abandonamos nuestras máquinas y nos acercamos hasta rodearlos, escuchando la siguiente historieta de Arnie. Cuando terminó, Pop se partía de risa.
—¡De puta madre! ¡Oh Dios! ¡De puta madre!

—Aún hay otra, Pop. Un tío está conduciendo por el desierto y ve a un menda saltando en la carretera. El menda está desnudo y tiene atadas las manos y los pies. El que conduce para el coche y le pregunta al otro: «Oye, tío, ¿qué es lo que te pasa?» Y el menda le contesta: «Bueno, estaba conduciendo tranquilamente cuando vi a ese bastardo de autoestopista y me paré y el hijo de puta me apuntó con una pistola, me quitó la ropa y me ató. Luego el asqueroso hijo de puta va y empezó a darme por culo.» «¿Ah sí?» dice el otro tío saliendo de su coche. «Sí, eso es lo que me hizo el jodido hijo de puta», contesta el menda. «Bueno», dice el otro bajándose la cremallera, «¡Creo que éste no es tu día de suerte!».

Pop empezó de nuevo a partirse de risa.
—¡Oh, no! ¡Oh, no! ¡OH QUÉ COJONUDA...!¡CRISTO... QUÉ COJONUDA...!
Finalmente se detuvo.
—Maldita sea —dijo suavemente—. Oh cielos...
—¿Qué tal si vemos una película, Pop?
—Oh diablos, de acuerdo.

Alguien cerró la puerta trasera y Pop sacó una sucia pantalla blanca. Puso en marcha el proyector. Era una película mierdosa pero nos evitaba el trabajar con esos motores. La gasolina se inflamaba mediante las bujías y la explosión hacía que los pistones subieran y bajaran haciendo girar al cigüeñal, y las válvulas se abrían y cerraban y los pistones volvían a subir y bajar haciendo girar más rápido al cigüeñal. Nada interesante, pero se estaba tranquilo y a gusto ahí dentro, y te podías recostar en tu silla y pensar en lo que te diera la gana pensar. No tenías que dejarte los nudillos sobre el estúpido acero.

Nunca terminamos de desmontar esos motores ni tampoco volvimos a montarlos y no sé cuántas veces vimos esta misma película. Whitechapel siempre tenía algún chiste que nos hacía desternillarnos aunque algunas de sus bromas eran una pasada, salvo para Pop Farnsworth, que siempre se doblaba mientras se carcajeaba.
—¡Cojonuda! ¡Oh, no! ¡Oh, no, no, no!
Era un tío pistonudo. A todos nos caía bien.

ENLACE " CAPITULO 24 "

No hay comentarios: