domingo, 6 de marzo de 2011

"LA SENDA DEL PERDEDOR" DE CHARLES BUKOWSKI - CAPITULO 37

Pero también existían ciertos buenos momentos. El que una vez fue amigo mío en el vecindario, Gene, que era un año mayor que yo, tenía un compañero, Harry Gibson, que había participado en una pelea profesional (y perdió). Estaba yo una tarde con Gene fumando cigarrillos cuando apareció Harry Gibson con dos pares de guantes de boxeo. Gene y yo estábamos fumando con sus dos hermanos mayores, Larry y Dan.
Harry Gibson era chulito.
—¿Alguien quiere pelear conmigo? —preguntó.

Nadie dijo ni pío. El hermano mayor de Gene, Larry, tenía cerca de 22 años. El era el más grandón, pero era un poco tímido y subnormal. Tenía una enorme cabeza, y era bajo pero macizo y fortachón, realmente bien construido, pero todo le asustaba. Así que todos miramos a Dan, que era el siguiente en edad, ya que Larry dijo:
—No, no quiero pelear.

Dan era un genio de la música, casi había ganado una beca por ello. De cualquier modo, como Larry había pasado del desafío de Harry, Dan se puso los guantes para pelear con Harry Gibson...

Harry Gibson era un hijo de puta sobre relucientes ruedas. Incluso el sol brillaba de cierto modo sobre sus guantes. Se movía con precisión, aplomo y gracia. Saltaba y bailaba en torno a Dan. Dan alzaba los guantes y esperaba. El primer puñetazo de Gibson hendió el aire y restalló como el disparo de un rifle. Había algunas gallinas en el gallinero del patio y dos de ellas pegaron un brinco al oír el sonido. Dan cayó de espaldas. Se quedó tendido sobre la hierba con sus dos brazos extendidos como si fuera un Cristo barato.
Larry le miró y dijo:
—Me voy a casa. —Anduvo con rapidez hasta la puerta, la abrió y
desapareció.
Fuimos a ver como estaba Dan. Gibson se alzaba sobre él con una
pequeña mueca en su cara. Gene se agachó y alzó un poco la cabeza de

Dan.
—¿Dan, estás bien?
Dan sacudió la cabeza y lentamente se sentó.
—Jesucristo, ese chico lleva un arma mortal. ¡Quitadme estos guantes!
Gene desabrochó un guante y yo el otro. Dan se levantó y anduvo hacia
la puerta trasera como si fuera un viejo.
—Voy a acostarme... —Y se metió dentro. Harry Gibson recogió los guantes y miró a Gene:
—¿Qué tal si lo intentas tú, Gene? Gene escupió en la hierba.
—¿Qué demonios es lo que quieres, noquear a toda la familia?
—Sé que eres el mejor luchador, Gene, pero de todos modos te derrotaré
fácilmente sin emplearme a fondo.
Gene asintió y le puse los guantes. Yo era un buen encargado de los
guantes.

Formaron un cuadrado y Gibson comenzó a girar en torno a Gene, preparándose. El dio vueltas hacia la derecha, el otro a la izquierda. Uno se agachó y el otro se inclinó a un lado. Entonces Gibson dio un paso al frente y lanzó un golpe lateral con la izquierda. Aterrizó justo en medio de los ojos de Gene. Gene dio unos pasos hacia atrás y Gibson le siguió. Cuando hubo acorralado a Gene contra el gallinero, lo inmovilizó con un suave izquierdazo a la frente y luego disparó su derecha contra la sien izquierda de Gene. Gene se deslizó sobre la rejilla metálica del gallinero hasta topar con la valla, que cubrió con su cuerpo. No intentó volver a pelear. Dan salió de la casa con un pedazo de hielo envuelto en un paño. Se sentó en las escaleras del porche y aplicó el paño a su frente. Gene se retiró a lo largo de la valla. Harry le acorraló en la esquina entre la valla y el garage y disparó un gancho al estómago de Gene, éste se dobló sobre sí y entonces recibió un uppercut en la mandíbula. No me gustó nada. Gibson no estaba jugando limpio con Gene tal como prometió. Empecé a excitarme.

—¡Devuélvele las hostias a ese cabrón, Gene! ¡Juega sucio! ¡Pégale!
Gibson bajó la guardia, me miró y se acercó.
—¿Qué es lo que has dicho, bobalicón?
—Estaba dando ánimos a mi compañero —contesté.
Dan estaba ya quitándole los guantes a Gene.
—¿He oído algo así como «sucio»?
—Dijiste que no te ibas a emplear a fondo. No lo hiciste. Le propinaste el

repertorio completo de tus golpes.
—¿Me estás llamando mentiroso?
—Estoy diciendo que no mantienes tu palabra.
—¡Venid aquí y ponedle los guantes a esta basura!
Gene y Dan se acercaron y empezaron a ponerme los guantes.
—Tómatelo con calma, Hank —dijo Gene—, y recuerda que está cansado
tras pelear con nosotros.

Gene y yo habíamos peleado con los puños desnudos un cierto día memorable desde las 9 de la mañana a las 6 de la tarde. Gene lo hizo muy bien. Yo tenía unas manos pequeñas, y si tienes manos pequeñas tienes que ser capaz de pegar con la fuerza del demonio o bien ser alguna especie de boxeador. Yo sólo podía hacer un poquito de ambas cosas. Al día siguiente todo mi torso estaba repleto de cardenales, tenía los labios hinchados y dos dientes flojos. Ahora tenía que atizar al chico que había atizado al chico que me atizó a mí.

Gibson dio vueltas a la izquierda, luego hacia la derecha, y después saltó sobre mí. No vi su puño izquierdo en absoluto. No sé dónde me dio, pero me caí con su gancho de izquierda. No me había dolido pero estaba en el suelo. Me levanté. Si su izquierda tenía esos efectos, ¿qué no haría su derecha?

Tenía que inventarme algo.

Harry Gibson comenzó a dar vueltas hacia la izquierda, mi izquierda. En lugar de a mi derecha como me había esperado. Yo di vueltas a la izquierda. El pareció sorprenderse, y cuando nos acercamos lancé un izquierdazo salvaje que se estrelló con fuerza en su cabeza. Me sentí muy bien. Si logras golpear a un tipo una vez, le puedes atizar otro golpe.

Entonces nos quedamos uno frente a otro y él vino directo hacia mí. Gibson me lanzó un golpe corto, pero en el momento en que me alcanzaba, agaché mi cabeza fintando hacia un lado tan rápidamente como pude. Su derecha se deslizó sobre mi coronilla, perdiendo el golpe. Me aproximé a él y me abracé dándole un golpe de conejo tras la oreja. Nos separamos y yo me sentí como un héroe.
—¡Le puedes derribar, Hank! —vociferó Gene.
—¡Húndele, Hank! —chilló Dan.

Me abalancé sobre Gibson e intenté atizarle un directo. Fallé y su izquierda cruzada se encajó en mi mandíbula. Vi lucecitas verdes y amarillas y rojas, entonces incrustó su derecha en mi estómago. Sentí que iba a llegarme hasta el espinazo. Le aferré y nos quedamos abrazados. Pero no estaba en absoluto asustado, para variar, y me sentía bien.
—¡Te mataré, cabrón! —le dije.

Entonces comenzamos a pelear cuerpo a cuerpo, sin boxear más. Sus golpes eran rápidos y fuertes. Tenía más precisión, más potencia, y sin embargo le encajaba algunos golpes fuertes que me hacían sentirme muy bien. Cuanto más me pegaba, menos lo sentía. Tenía mis tripas encogidas, me gustaba la acción. Entonces Gene y Dan nos separaron metiéndose entre nosotros.
—¿Qué es lo que pasa? —pregunté—. ¡No paréis la pelea! ¡Le voy a partir
el culo!
—Corta ya con esa mierda, Hank —replicó Gene—. ¡Mira cómo estás!

Me miré. La pechera de mi camisa se había oscurecido con la sangre y había manchitas de pus. Los puñetazos habían abierto tres o cuatro granos. Eso no me había pasado en mi pelea con Gene.
—No es nada —dije—, sólo mala suerte. No me ha herido. Dadme una
oportunidad y le tumbaré.
—No, Hank, se te infectará o algo parecido —contestó Gene.

—¡De acuerdo, mierda —dije—, quitadme los guantes! Gene desabrochó los guantes. Cuando me los quitó, me di cuenta de que me temblaban las manos, y también los brazos, aunque en menor grado. Metí las manos en mis bolsillos. Dan le quitó los guantes a Harry. Harry me miró.
—Eres bastante bueno, chaval.
—Gracias. Bueno, os veo, chicos...

Me fui andando. A medida que lo hacía, saqué mis manos de los bolsillos. Subí por el sendero hasta llegar a la acera, me paré, saqué un cigarrillo y me lo coloqué en la boca. Cuando intenté encender una cerilla, mis manos temblaban tanto que no podía lograrlo. Les saludé con la mano, con la mayor indiferencia, y seguí andando.
Al llegar a casa me miré en el espejo. Cojonudo. Me iba bastante bien.
Me quité la camisa y la tiré bajo la cama. Tenía que encontrar un modo de limpiar la sangre. No tenía muchas camisas y se darían cuenta si me faltaba una. Pero para mí había sido por fin un día de éxito, y nunca tuve demasiados.

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