martes, 22 de marzo de 2011

"LA SENDA DEL PERDEDOR" DE CHARLES BUKOWSKI - CAPITULO 45

El Día de la Graduación. Nos pusimos nuestros birretes y togas para estar a la altura de «la Pompa y sus Circunstancias». Supongo que en esos tres años algo debimos de aprender. Nuestras capacidades lingüísticas probablemente habían mejorado y habíamos crecido de tamaño. Yo todavía era virgen. «Oye, Henry, ¿no has saboreado una cerecita todavía?» Y yo diría: «No hay modo.»
Jimmy Hatcher se sentaba a mi lado. El director estaba dando su
discursito y realmente arañaba el fondo del viejo barril de mierda.
—América es la gran tierra de la Oportunidad y cualquier hombre o mujer

que lo desee tendrá éxito...
—Lavaplatos —dije yo.
—Perrero —replicó Jimmy.
—Ladrón —dije.
—Basurero —siguió Jimmy.
—Celador de un manicomio —dije.
—América es valerosa. América fue construida por los valientes... La
nuestra es una sociedad justa.
—Justa para unos pocos —dijo Jimmy.
—...una sociedad decente, y todos los que buscan el tesoro que yace al
final del arco iris hallarán...

—Una mierda arrastrándose sobre patas peludas —sugerí. —¡...y puedo decir, sin vacilar, que esta Clase en particular del Verano de 1939, apenas una década posterior a la gran Depresión, esta promoción del Verano del 39 ha madurado más en las virtudes del coraje, el talento y el amor que
ninguna otra clase que yo haya tenido el placer de ser testigo!
Los padres, madres y parientes aplaudieron frenéticamente; tan sólo
unos pocos estudiantes secundaron la ovación.
—Promoción del Verano de 1939, estoy orgulloso de vuestro futuro.
Estoysegu ro de vuestro futuro. ¡Ahora sois enviados a vuestra gran
aventura.
Muchos de ellos se encaminaban a la Universidad para seguir sin trabajar
al menos otros cuatro años.
—¡Y envío mis plegarias y bendiciones con vosotros!

Los estudiantes honoríficos fueron los primeros en recibir sus diplomas. Salieron uno por uno. Abe Mortenson fue llamado y obtuvo el suyo. Yo aplaudí.
—¿Dónde acabará él? —preguntó Jimmy.

—Contable de costos de alguna empresa fabricante de repuestos para

automóvil en algún lugar cerca de Cardena, California.
—Un trabajo para toda la vida... —dijo Jimmy.
—Una mujer para toda la vida —añadí.
—Abe nunca será un miserable...
—Ni tampoco feliz.
—Un hombre obediente...
—Un cuello duro...
—Pelotillero...
—Estirado...
Cuando acabaron con los estudiantes de honor, comenzaron con

nosotros. Me sentía incómodo sentado allí. Deseé largarme.
—¡Henry Chinaski! —fui llamado.
—Funcionario público —le dije a Jimmy.
Subí y crucé el escenario, cogí el diploma y estreché la mano del director.
Era viscosa como el interior de una pecera sucia.
(Dos años más tarde se descubrió que manipulaba los fondos del colegio.
Pasó por el tribunal, fue declarado culpable y acabó en la cárcel.)
Pasé frente a Mortenson y su grupo honorífico mientras volvía a mi
asiento. El miró a su alrededor y me tendió un dedo de modo que yo sólo

pudiera verlo. Me quedé desconcertado. Era algo tan inesperado.
Regresé y me senté al lado de Jimmy.
—¡Mortenson me ha enseñado eldedo!
—¡No! ¡No melo creo!
—¡Hijo de puta! ¡Me ha jodido el día! ¡No es que valiera mucho, pero me

lo ha estropeado totalmente!
—¡No puedo creer que tuviera los cojones de hacerte tal cosa!
—No es su modo de actuar. ¿Crees que alguien le dirige?
—No sé qué pensar.
—¡Sabe que le puedo partir en dos sin despeinarme!
—¡Destrózale!
—¿Pero es que no ves que me ha vencido? Me ha derrotado con la
sorpresa.
—Todo lo que tienes que hacer es darle mil patadas en el culo.
—¿Crees que ese hijo de puta ha aprendido algo leyendo todos esos
libros? Yo sé que no hay nada en ellos, porque me los he leído salteando las

páginas de cuatro en cuatro.
—¡Jimmy Hatcher! —fue anunciado su nombre,
—Cura —me dijo.
—Granjero avícola —le respondí.

Jimmy se levantó y obtuvo su diploma. Yo aplaudí fuertemente. Cualquiera que pudiera vivir con una madre como la suya merecía un espaldarazo. Volvió a su sitio y pudimos ver cómo todos esos chicos y chicas forrados de pasta se levantaban y obtenían los suyos.

—No puedes culparles porque sean ricos —dijo Jimmy.
—No, a quienes acuso es a sus padres.
—Y a sus abuelos.
—Sí, y me encantaría coger sus coches nuevos y sus lindas chavalas y darle por culo a la justicia social.
—Sí —dijo Jimmy—, creo que la gente sólo piensa en las injusticias
cuando les suceden a ellos.

Los chicos y chicas cargados de oro desfilaron por el escenario. Yo permanecía sentado preguntándome si darle un puñetazo a Abe o no. Podía verle volar, aún vestido con su toga y birrete, víctima de mi gancho de derecha. Y todas las chicas pensarían: «¡Dios mío, este Chinaski ha de ser unt o ro en el ring!»

Por otro lado, Abe era poca cosa. Apenas se notaba que estaba allí. No ganaría nada dándole un puñetazo. Decidí no hacerlo. Ya había roto su brazo y sus padres no habían demandado a los míos. Si ahora le partía la cabeza, seguramente nos demandarían. Se llevarían el último centavo de mi padre. No es que me importara. Era por mi madre: ella sufriría locamente, sin razón ni sentido.

Entonces acabó la ceremonia. Los estudiantes abandonaron sus asientos y salieron. Se encontraron con sus padres y parientes sobre la explanada delantera. Hubo un montón de abrazos y besuqueos. Vi a mis padres

esperando. Me acerqué a ellos y me detuve a un metro de distancia.
—Vámonos de aquí —les dije.
Mi madre me estaba observando.
—Henry, ¡estoy tan orgullosa de ti!
Entonces mi madre giró la cabeza.
—¡Oh, allí van Abe y sus padres! ¡Son una gente tanag ra dab le!. ¡Oh,
Señora Mortenson!

Ellos se pararon y mi madre corrió a abrazar a la señora Mortenson. Fue la señora Mortenson la que decidió no demandarnos tras pasarse largas horas hablando por teléfono con mi madre. Se decidió que yo era un tipo algo trastornado y que mi madre ya había sufrido demasiado conmigo.
Mi padre estrechó las manos del señor Mortenson y yo me acerqué a

Abe.
—Muy bien, mamahuevos, ¿qué querías decir al mostrarme tu dedo?
—¿Qué?
—¡Eldedo!
—No sé de qué me hablas.
—¡El dedo!
—Henry, ¡realmente no sé de lo que me hablas!
—Muy bien, ¡Abraham, es hora de irnos! —dijo su madre.

La familia Mortenson partió muy unida. Me quedé mirándoles. Entonces comenzamos a acercarnos a nuestro viejo coche. Anduvimos hacia el Oeste hasta llegar a la esquina y doblamos hacia el Sur.

—¡Ese chico de los Mortenson sabe bien cómoap licarse! —dijo mi padre. ¿Cómo vas tú alog rarlo jamás? Nunca te he vistofijarte en un libro de texto, no digamos en suinte ri or.
—Algunos libros son estúpidos —contesté.

—¡Oh, sonestúpidos!. ¿No es así? ¿Entonces no quieres estudiar? ¿Qué es lo quepuede s hacer? ¿Paraqu é sirves? ¿Qué es lo quepuedes hacer? ¡Me ha costado miles de dólares criarte, alimentarte, vestirte! Supón que te abandono en la calle. ¿Qué harías?
—Cazar mariposas.

Mi madre comenzó a llorar. Mi padre paseó con ella arriba y abajo del lugar donde estaba aparcado nuestro coche de diez años de antigüedad. Mientras yo esperaba en pie, los coches nuevos de las otras familias rugieron al pasar frente a nosotros rumbo a cualquier parte.
Entonces pasaron andando Jimmy y su madre. Ella se paró.
—¡Oye, espera un segundo! —le dijo a Jimmy—. Quiero felicitar a Henry.
Jimmy esperó y Clare se aproximó. Acercó su cara a la mía y habló en
voz baja de modo que Jimmy no la oyera:
—Escucha, cariño, cuandorealmen te quieras graduarte, yo puedo darte

el diploma.
—Gracias, Clare, quizá te vea.
—¡Te voy a arrancar las pelotas, Henry!
—No lo dudo, Clare.

Volvió adonde estaba Jimmy y se fueron calle abajo. Un coche viejo se acercó rodando, se detuvo y paró el motor. Podía ver a mi madre llorando, unos gruesos lagrimones caían por sus mejillas.
—Henry, ¡entra! —aulló— ¡entra o me moriré!

Me aproximé, abrí la puerta trasera y me subí al asiento. El motor arrancó y salimos. Ahí estaba yo, Henry Chinaski, Promoción del Verano de 1939, dirigiéndome hacia un futuro brillante. No, siendo conducido. En el primer semáforo el coche se ahogó. Cuando se puso en verde, mi padre aún intentaba arrancar el motor. Alguien detrás nuestro tocó el claxon. Mi padre logró arrancar el coche y nos movimos de nuevo. Mi madre había dejado de llorar. Volvimos a casa en el más completo silencio.

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