viernes, 8 de abril de 2011

"LA SENDA DEL PERDEDOR" DE CHARLES BUKOWSKI - CAPITULO 56

En la fachada de una pensión vi un cartel que anunciaba habitaciones libres y paré el taxi. Le pagué al taxista, me acerqué al porche y toqué el timbre. Tenía un ojo amoratado por la pelea, abierta la ceja del otro, la nariz hinchada y los labios partidos. Mi oreja izquierda tenía un color rojo brillante y cada vez que me la tocaba una descarga eléctrica sacudía mi cuerpo.
Un viejo vino a abrir la puerta. Llevaba una camiseta y parecía que se la
hubiese rociado con chile y judías. Su pelo era gris y estaba despeinado,
necesitaba un afeitado y fumaba un cigarrillo babeado que apestaba.
—¿Es usted el dueño? —pregunté.
—Aja.
—Necesito una habitación.
—¿Trabaja?
—Soy escritor.
—No tiene aspecto de escritor.
—¿Y qué aspecto tienen los escritores?
No respondió.
Luego dijo:
—2.50 $ por semana.
—¿Puedo verla?
Eructó y dijo:
—Sígame...
Cruzó un espacioso vestíbulo. No había alfombra en el suelo. El parquet
de madera crujía y se hundía al pisarlo. Oí la voz de un hombre que provenía de una de las habitaciones.
—¡Chúpamela, pedazo de mierda!
—Tres dólares —contestó una voz de mujer.
—¿Tres dólares? ¡Te voy a dar por culo!
Sonó una fuerte bofetada y ella chilló. Seguimos andando.



—La habitación está en la parte trasera —dijo el viejo. Se acercó a la puerta número 3 y la abrió. Entramos. Había una cama del tamaño de una cuna, una manta, un pequeño armario y una diminuta estantería. Sobre la

estantería había un infernillo.
—Tiene usted un infernillo —dijo.
—Eso está bien.
—2.50 dólares por adelantado.
Le pagué.
—Le daré un recibo mañana.

—Muy bien.
—¿Cuál es su nombre?
—Chinaski.
—Yo soy Connors.
Sacó una llave de su llavero y me la entregó.
—Este es un sitio agradable y tranquilo, y deseo que lo siga siendo.
—Por supuesto.

Cerré la puerta tras él. Sólo había una bombilla colgando del techo y sin pantalla. La habitación era bastante limpia. No estaba mal. Salí y cerré con llave la puerta tras de mí, crucé el patio trasero y salí a un callejón.
No le tenía que haber dado al viejo mi nombre verdadero, pensé. Quizás
había matado a mi amiguito moreno de la calle Temple.

Había una larga escalera de madera a un lado de la colina que conducía a una calle inferior. Bastante romántico. Anduve hasta que vi una tienda de licores. Iba a comprar mi bebida. Compré dos botellas de vino y, como me sentía hambriento, una bolsa de patatas fritas.

De vuelta en mi habitación me desvestí, subí a la camita, me apoyé contra la pared, encendí un cigarrillo y me serví un vaso de vino. Me sentía muy bien. El sitio era muy tranquilo. No se oía a nadie en esa parte de la casa. Tenía que echar una meada y me puse los calzoncillos, fui a la parte de atrás de la casucha y dejé que fluyera. Desde ahí arriba podía ver las luces de la ciudad. Los Angeles era un buen sitio, había mucha gente pobre, así que sería fácil perderme entre ellos. Volví a entrar y me subí de nuevo a la cama. Mientras un hombre tuviera vino y cigarrillos, podría resistir. Me acabé el vaso y me serví otro.

Quizás pudiera vivir de mi ingenio. La jornada de ocho horas me parecía algo imposible, y sin embargo todo el mundo se sometía a ella. Y la guerra, todos hablaban de la guerra en Europa. No me interesaba la historia del mundo, sólo la mía. Vaya porquería. Tus padres controlaban los años de tu desarrollo jodiéndote todo el rato. Luego, cuando ya eras capaz de vivir por ti mismo, otros querían embutirte un uniforme para que te pudieran volar el culo.
El vino sabía fenomenal. Llené otra vez el vaso.

La guerra. Y yo todavía era virgen. ¿Puedes imaginarte volado en pedacitos en nombre de la historia sin haber siquiera conocido a una mujer? ¿O poseído un automóvil? ¿Qué es lo que protegería como soldado? A algún otro. Algún otro a quien yo le importaría un bledo. Morir en una guerra no evitaba que surgieran otras.

Podría arreglármelas. Podía ganar concursos de bebedores. Podía apostar dinero en el juego. Quizás incluso realizar algún atraco. No pedía gran cosa, sólo que me dejaran a mi aire.

Terminé la primera botella de vino y comencé con la segunda. Cuando hube bebido la mitad, me paré y me tendí en la cama. Mi primera noche en un sitio nuevo. Todo funcionaba bien. Dormí.
Me despertó el sonido de una llave en la cerradura. Entonces se abrió la

puerta. Me senté en la cama. Un hombre comenzó a entrar.
—¡SACA TU CULO DE AQUÍ! —vociferé.
Salió como una exhalación, pude oírle correr.
Me levanté y di un portazo.

La gente hacía ese tipo de cosas. Alquilaban una habitación, dejaban de pagar el alquiler y sacaban un duplicado de la llave para entrar furtivamente a dormir o, si estaba ocupada por un nuevo inquilino, robar. Bueno,éste no volvería. Sabía que si lo intentaba de nuevo le rompería la crisma.
Volví a mi camita y me serví otro trago.
Estaba un poco nervioso e inquieto. Tendría que conseguirme una
navaja.
Terminé mi vaso, lo llené, bebí y luego seguí durmiendo.

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