Fue allá en el norte de California
y estaba en el púlpito
y llevaba recitando un rato,
había estado recitando un montón de poemas sobre
la Madre Naturaleza y la bondad intrínseca
del hombre.
estaba convencido de que todo
marchaba bien en el mundo.
y no se le podía culpar por ello:
era un profesor numerario que nunca había
estado en chirona ni en una casa de putas;
al que nunca le había dejado tirado el coche de segunda
mano
en la autopista; que
nunca había necesitado más de
tres copas durante su velada
más salvaje;
al que nunca habían atracado, azotado ni
robado;
al que nunca había mordido un perro;
que recibía con regularidad amables cartas de Gary
Snyder, y cuya cara era
afable, tierna y
sin marcas. por último,
su mujer nunca le había traicionado,
ni tampoco su suerte.
dijo:~voy a recitar
tres poemas más y luego voy
a bajar de aquí y dejar que
recite Chinaski.
~¡ay, no!~ dijeron todas las
chavalitas con sus vestidos de color rosa
y azul y blanco y naranja y
lavanda~. ¡ay, no,
recite alguno más, recite alguno
más!
leyó otro poema y luego dijo:
~este es el último poema
que recito.
~ay, no~ dijeron todas las
chavalitas con sus vestidos transparentes
rojo y verdes~. ay, no ~dijeron
todas las chavalitas con sus vaqueros
ceñidos con corazoncitos bordados~. ay,
no ~dijeron todas las chavalitas~.
¡recite más
poemas!
pero cumplió lo prometido.
soltó el poema, se bajó y
desapareció en alguna parte. cuando subí a recitar
las chavalitas cambiaron de postura
incómodas en sus asientos y una de ellas silbó y
otras me hicieron comentarios de lo más interesantes
que utilizaré en un poema algún día
porque este maldito poema en particular
tiene que acabar en alguna parte.
sea como sea, fue dos o tres semanas después
cuando recibí esta carta del poeta William
en la que me decía que disfrutó con mi recital.
era todo un caballero.
yo estaba en la cama con una
resaca de tres días. perdí el sobre
pero cogí la carta e hice con ella
uno de esos aviones de papel
que aprendí a hacer en el
instituto planeó por la habitación
y aterrizó entre un viejo Formulario de Apuestas
y un par de calzoncillos raídos.
no hemos mantenido correspondencia desde entonces.
Charles Bukowski.
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