jueves, 20 de junio de 2013

"FACTÓTUM" DE CHARLES BUKOWSKI - CAPITULO 27

Después de haber perdido numerosas máquinas de escribir en manos de prestamistas, simplemente había dejado atrás la idea de poseer una. Caligrafiaba mis historias a mano y así las enviaba. Las caligrafiaba con una pluma. Llegué a ser un calígrafo muy veloz. Llegué a un punto en que podía caligrafiar más rápido que escribir con mi letra. Escribía tres o cuatro relatos cortos por semana. Los enviaba por correo. Me imaginaba a los editores de Atlantic Monthly y Harper's diciendo:
—Vaya, aquí tenemos otra cosa de esas que escribe ese chiflado...

Una noche llevé a Gertrude a un bar. Nos sentamos en una mesa lateral y bebimos cerveza. Afuera estaba nevando. Me sentía un poco mejor de lo habitual. Bebimos y charlamos. Pasó cerca de una hora. Empecé a clavar mis ojos en los de Gertrude y ella me devolvía la mirada. «¡Un buen hombre, en estos días, es difícil de encontrar!», decía la máquina tocadiscos. Gertrude movía su cuerpo con la música, movía su cabeza con la música, y me miraba a los ojos.
—Tienes un rostro muy extraño —me dijo—. No eres realmente feo.

—Empleado de almacén número cuatro, abriéndose camino.
—¿Has estado alguna vez enamorado?
—El amor es para la gente real.
—Tú pareces real.
—No me gusta la gente real.
—¿No te gusta?
—La odio.
Bebimos algo más, sin hablar mucho. Seguía nevando.
Gertrude volvió su cabeza y miró a la gente del bar. Luego me miró a mí.
—¿Verdad que es guapo?
—¿Quién?
—Aquel soldado de allí. Está sentado solo. Se sienta tan derecho. Y lleva puestas

todas sus medallas.
—Venga, vámonos de aquí.
—Pero si es temprano aún.
—Te puedes quedar si quieres.
—No, quiero ir contigo.
—No me importa un pijo lo que hagas.

—¿Es el soldado? ¿Te has cabreado por culpa de ese soldado?
—¡Oh, mierda!
—¡Es por ese soldado!
—Me voy.
Me levanté de la mesa, dejé un billete y me fui hacia la puerta. Oí como Gertrude me
seguía. Bajé por la calle en mitad de la nieve. Al poco rato ella estaba caminando a mi lado.
—No puedes ni siquiera coger un taxi. ¡No puedo andar por la nieve con estos
tacones altos!

Yo no contesté. Caminamos las cuatro o cinco manzanas que nos separaban de la pensión. Subí los escalones de la puerta con ella a mi lado. Subí a mi habitación, abrí la puerta, la cerré, me quité la ropa y me metí en la cama. La oí arrojar algo contra la pared de su habitación.

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