Así que mantuve a Gladmore ocupado con cuatro o cinco relatos por semana. Mientras tanto trabajaba en modas para señora, en las profundidades del sótano amarillo. Klein todavía no había podido echar de su puesto a Larabee. A Cox, el otro empleado, no le importaba quién echase a quién mientras pudiese fumarse su pitillito en las escaleras cada veinticinco minutos.
Las horas extraordinarias se hicieron automáticas. Yo bebía cada vez más y más en mis horas libres. La jornada de ocho horas había desaparecido para siempre. Cuando entrabas allí por la mañana podías estar seguro de que ibas a tener un mínimo de once horas de trabajo. Esto incluía también los sábados, que en teoría eran media jornada, pero que se habían transformado en jornada completa. La guerra seguía su curso, pero las señoras compraban trajes como endemoniadas...
Fue después de una jornada de doce horas intensivas. Me había puesto mi abrigo,
subido las escaleras del sótano, encendido un cigarrillo e iba caminando por el pasillo hacia
la salida cuando oí la voz del jefe:
—¡Chinaski!
--¿Sí?
—Venga aquí.
El jefe estaba fumándose un largo y costoso cigarro. Parecía feliz y descansado.
—Este es mi amigo Carson Gentry.
Carson Gentry también estaba fumándose un costoso cigarro.
—El señor Gentry también es escritor. Está muy interesado en la literatura. Le he
dicho que usted era escritor y ha querido conocerle. ¿No le importa, no?
—No, no me importa.
Los dos se quedaron allí sentados mirándome y fumándose sus puros. Pasaron unos
cuantos minutos. Inhalaban, expulsaban el humo, me miraban.
—¿Les importa que me vaya?
—Está bien —dijo mi jefe.
ENLACE " CAPITULO 29 "
No hay comentarios:
Publicar un comentario