viernes, 12 de julio de 2013

"FACTÓTUM" DE CHARLES BUKOWSKI - CAPITULO 33

Cuando nos despertamos, Laura me habló de Wilbur. Eran las nueve y media de la
mañana y no se oía un solo sonido en toda la casa.

—Es un millonario —dijo ella—, no te dejes engañar por este viejo caserón. Su abuelo compró tierras por todos los alrededores y su padre también. Grace es su chica, pero Grace le hace mucho la puñeta. Y él es un tacaño hijo de puta. Le gusta acoger en su casa a las chicas de los bares que no tienen sitio donde dormir. Pero todo lo que las da es cama y comida, nada de dinero. Y sólo se puede beber cundo él bebe. Pero una noche Jerry le jugó una buena pasada. El estaba cachondo persiguiéndola alrededor de la mesa, y ella dijo: «¡No, no, no, no hasta que me prometas cincuenta pavos al mes de por vida!» Y él finalmente firmó un trozo de papel. ¿Y sabes que esto llegó a juicio? Le condenaron a pagar a Jerry cincuenta pavos mensuales y está fijado que cuando muera, su familia tendrá que seguir pagándole.

—Eso está bien —dije yo.
—Grace es su favorita, sin embargo.
—¿Y tú, qué?
—No por mucho tiempo.
—Me alegro, porque me gustas.
—¿De verdad?
—Sí.

—Ahora, estáte atento. Si sale esta mañana con la gorra de marino puesta, la gorra de capitán, eso quiere decir que vamos a salir en el yate. El médico le dijo que se comprara un yate, por su salud.
—¿Es grande?

—Ya lo creo. ¿Oye, cogiste todas esas monedas del suelo la pasada noche?
—Sí —contesté.
—Es mejor coger sólo unas pocas y dejar unas cuantas.
—Supongo que tienes razón. ¿Vuelvo a echar algunas?
—Si ves la oportunidad.
Me levanté y empecé a vestirme cuando Jerry entró corriendo en el dormitorio.
—Está parado enfrente del espejo ajustándose la gorra en el ángulo correcto.
¡Vamos a salir en el yate!
—Está bien, Jerry —dijo Laura.

Empezamos los dos a vestirnos. Salimos justo a tiempo. Wilbur no dijo nada. Estaba de resaca. Le seguimos escaleras abajo hasta el garaje y nos metimos en un coche increíblemente viejo. Era tan viejo que tenía detrás un asiento de esos «ahítepudras» que se abren como un maletero. Grace y Jerry subieron al asiento delantero con Wilbur y yo me subí al ahítepudras con Laura. Wilbur salió por el sendero, cogió la calle Alvarado en
dirección sur y pusimos rumbo a San Pedro.
—Está con resaca y no quiere beber, y cuando él no bebe, no quiere que nadie lo haga,
el cabrón. Así que ten cuidado —me dijo Laura.
—Carajo, necesito un trago.
—Todos necesitamos un trago —dijo ella. Sacó una botella de tercio de su bolso y
desenroscó el tapón. Luego me la pasó.
—Ahora espera a que nos mire por el retrovisor. En el momento en que sus ojos
vuelvan a la carretera, tómate un trago.

Al poco rato vi los ojos de Wilbur examinándonos por el retrovisor. Entonces volvió a mirar a la carretera. Me pegué un lingotazo y me sentí mucho mejor. Le volví a pasar la botella a Laura. Ella aguardó a que Wilbur nos mirara por el retrovisor y luego apartase la vista. Era su turno. Fue un viaje placentero. Cuando llegamos a San Pedro la botella ya estaba vacía. Laura sacó un poco de chicle, yo encendí un puro y saltamos fuera del coche. Mientras ayudaba a Laura a salir del asiento, su falda se levantó y pude ver aquellas largas piernas de nylon, las rodillas, los delicados tobillos. Empecé a ponerme cachondo y volví mi mirada hacia el mar. Ahí estaba el yate : The Oxwill. Era el yate más grande del muelle. Llegamos hasta él en una pequeña motora. Subimos a bordo. Wil-bur saludó a algunos marinos y a algunas ratas de muelle y luego me miró.
—¿Cómo te encuentras?
—Magníficamente, Wilbur, magníficamente... Como un emperador.
—Ven aquí, quiero enseñarte una cosa. Fuimos hasta el final del barco y Wilbur se
inclinó y tiró de una anilla. Abrió una escotilla. Allí abajo estaban los motores.
—Quiero enseñarte cómo arrancar este motor auxiliar en caso de que algo malo
pasase. No es difícil, yo puedo hacerlo con un solo brazo.

Me quedé allí aburriéndome mientras Wilbur tiraba de un cordón. Yo asentía y le decía que entendía. Pero no era suficiente, tuvo que enseñarme cómo levar el ancla y soltar amarras del muelle cuando todo lo que yo quería era tomarme otro trago.
Después de todo aquello, soltamos amarras y él se metió en la cabina, al timón del yate

con su gorra de marino. Todas las chicas se apelotonaron a su alrededor.
—¡Oh, Willie, déjame coger el timón!
—¡Willie, déjame cogerlo a mí!

Yo no le pedí que me dejara el timón. Yo no quería coger el timón. Seguí a Laura a los camarotes de abajo. Era como una suite de hotel de lujo, sólo que había literas en la pared en lugar de camas. Nos acercamos a la nevera. Estaba llena de comida y bebidas. Encontramos una botella abierta de whisky y la sacamos. Nos servimos sendos vasos acompañados de agua. Parecía una vida de lo más decente. Laura puso el tocadiscos y oímos algo titulado El retrato de Bonaparte. Laura tenía buen aspecto. Estaba feliz y sonreía. Me acerqué hasta ella y la besé, subí mi mano por sus muslos. Entonces oí cómo se paraba el motor y a Wilbur bajar las escaleras.
—Vamos a volver —dijo. Parecía muy envarado con su gorra de capitán.
—¿Por qué? —preguntó Laura.

—Grace está con una de sus depresiones. Tengo miedo de que salte por la borda. No quiere hablarme. Sólo se queda ahí sentada, mirando al agua. No sabe nadar. Tengo miedo de que se tire al mar.
—Mira, Wilbur —dijo Laura—, sólo tienes que darle diez pavos. Tiene carreras en las
medias.
—No, vamos a volver. Además ¡habéis estado be-biendol
Wilbur volvió a subir las escaleras. Puso en marcha el motor, dimos media vuelta y
pusimos rumbo a San Pedro.

—Esto pasa cada vez que intentamos ir a Catalina. A Grace le entra una de sus depresiones y se sienta mirando fijamente el océano con ese pañuelo atado a la cabeza. Así es como le saca cosas al viejo. Jamás va a saltar por la borda. Le tiene odio al agua.

—Bueno —dije—, por lo menos podemos tomarnos unos cuantos whiskys más. Cada vez que pienso en escribir la letra para la ópera de Wilbur, me doy cuenta de lo miserable que se ha vuelto mi vida.
—Sí, podemos beber todo lo que queramos —dijo Laura—, él ya está cabreado de
todas formas.
Jerry bajó y se juntó con nosotros.

—Grace está resentida por esos cincuenta pavos mensuales que le saco al viejo. Cono, no es tan sencillo. En el momento en que ella se va, ese viejo hijo de puta se echa encima mío y empieza a follarme. Nunca tiene bastante. Tiene miedo de morirse y quiere hacerlo todas las veces que pueda.
Se bebió su copa y se sirvió otra más.
—Tenía que haberme quedado de dependienta en Sears. Allí me iban bien las
cosas.Todos bebimos en recuerdo de aquello.

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